“Compare/contrast”, nos invitaba la neoyorquina Liana Finck (1986) en una de las páginas de “Excuse Me. Cartoons, Complaints, And Notes To Self” (2019, inédita en castellano), su apabullante recopilatorio de viñetas, la mayoría publicadas en su perfil de Instagram. Colaboradora de ‘The New Yorker’ desde 2015 y afincada en Brooklyn, sus casi 600.000 seguidores la han convertido en una humorista gráfica muy apreciada en redes sociales. La comparación/contraste que nos proponía, dibujada con sus característicos garabatos, era esta: “1. Superman. 2. Sleeping Beauty”. En la siguiente página, otra viñeta única en la que un esquemático tarzán con liana decía: “Me, Tarzan. You, Jane”. Jane contestaba: “Fascinating! Tell me more!”. Las viñetas aparecían agrupadas en un capítulo del libro titulado “Gender Politics And Politics In General”, uno de los temas, que no el único, de “Excuse Me”.
El tema género sí preside “Hágase la luz. Todo sobre lo que ella creó” (2022; Libros del Zorro Rojo, 2024, traducción de Julia Osuna Aguilar), su primer libro editado en España. Se trata de una relectura del Génesis en clave cómica y feminista que parte implícitamente de la teoría de las religiones matriarcales prehistóricas, previas a que el patriarcado convirtiera a la diosa naturaleza en un señor con barba y elevara el culto de la tierra al cielo, según las tesis difundidas por la segunda ola feminista y el llamado Movimiento de la Diosa. La operación que Finck lleva a cabo en este libro tiene que ver con lo que hizo la francesa Aude Picault en “Diosa” (2019), deliciosa novela gráfica que revisaba mitos de la Biblia en clave igualmente feminista y humorística, con un plus pornoerótico importante.
Finck ya había ensayado con ciertos pasajes bíblicos en “Passing For Human. A Memoir” (2018, inédita en castellano), una intrincada bildungsroman autobiográfica que saltaba de lo realista a lo imaginario gracias a su dibujo simbólico, y dejaba claro el perfil psicológico neurodivergente de la autora sin darse importancia por ello. Si el veterano Robert Crumb había abordado en su “Génesis” ilustrado (2009) una adaptación “literal” en viñetas sin intención satírica prima facie, fascinado por la brutalidad y amoralidad a nuestros ojos contemporáneos de los mitos fundacionales judeocristianos, Finck realiza en “Hágase la luz” una reescritura enteramente a su bola del primer libro de la Biblia, “un palimpsesto de textos muy pero que muy antiguo”, porque “las historias han de contarse y recontarse con distintas voces. Es así como respiran”, indica la autora en la nota final.
Finck se imagina a una diosa como creadora del mundo, un personaje recurrente que ya había aparecido en su “Passing For Human”. Un mundo en el que, nada más crear a Adán, este se imagina a la diosa como un “anciano adusto y con barba (solo en la mente del hombre)” y la nombra como, ejem, Yahvé. A partir de ahí la autora presta atención al destino de sus creaciones divinas para reimaginar con guasa las vidas de Lilith, Caín, Abel, Noé o Abraham, y destaca detalles recurrentes de la Torá (Finck es de cultura judía, aunque no creyente) como que “los hombres alumbraban milagrosamente a sus propios vástagos”. Así, señala en otra viñeta que “el nombre de la mujer de Noé no tiene mayor importancia, no se conoce”. Más adelante, en un ingenioso recuento del mito de Babel, vuelve a aflorar el tema de la transmutación patriarcal de la deidad femenina en culto celeste a un dios masculino.
Los abundantes anacronismos a los que recurre Finck no siempre funcionan bien, como cuando Noé, favorito de la diosa, baila “Dancing Queen” de ABBA al terminar el diluvio universal, una ocurrencia un tanto frangollera. Pero sí en otras escenas, como cuando Abra(ha)m viaja a la Nueva York actual para estudiar Bellas Artes, “uno de los entornos más duros para un aspirante a profeta”, donde “abunda el esnobismo… las críticas son crueles… y a Dios (sic) se le considera… un mero chiste o similar”. El estilo gráfico de Finck, de garabato urgente y mínimo con algunos cambios de registro (esa diosa “realista”), conecta por cercanía con el lector porque parece que cualquiera lo puede hacer, y la bella economía de su trazo recuerda a los dibujos de la poeta Stevie Smith, como ha señalado Rachel Cooke. En todo caso, “Hágase la luz” es una excelente puerta de entrada al universo de esta joven autora que aún no ha cumplido los cuarenta. ∎