Un nutrido público aguarda el comienzo de la conversación que tendrá lugar en el Palacio de La Madraza de la Universidad de Granada. Es el tercero de los encuentros “Los mundos de Chris Ware”, programados en colaboración con el MNCARS y el Centro José Guerrero dentro de “Documentos”, una serie de eventos sobre las relaciones entre el arte y la actividad editorial.
Tras su paso por Madrid, Chris Ware (Omaha, Nebraska, 1967) llega a Granada para entablar conversación con Sergio García, Premio Nacional de Ilustración en 2022 y profesor titular de dibujo en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Granada. En la audiencia hay unas 120 personas, bastantes de ellas de pie porque todo el aforo de asientos se ha ocupado. Algunas han acudido desde otras ciudades, entre ellas un buen número de profesionales del cómic, el diseño y la arquitectura. Caras conocidas como los dibujantes José Domingo, Gabriel H. Walta, Joaquín López Cruces, Manu Gutiérrez, JAB (José Antonio Bautista), Enrique Bonet, El Bute (Miguel Osuna), José Pablo García o jóvenes promesas como Margarita López Pérez.
Tras los aplausos y presentaciones de rigor, Chris Ware pide perdón porque espera “no aburrir mucho” al público. Sergio García inicia la conversación preguntándole por la diferencia entre ser ilustrador y artista: “Fui a la Escuela de Arte y estudié dibujo y escultura, y en aquel momento lo peor que te podían decir es que eras ilustrador, porque dibujabas cosas que la gente podía entender”, responde Ware. “Yo pensé ‘no, yo quiero ser artista’. En Estados Unidos ser ilustrador significa que te pagan por hacer un dibujo y para mí esto es bastante parecido a la prostitución. No me gustaba, no me parecía gratificante. Era como tener sexo sin amor. Sé que suena un poco mal, pero la verdad es que para mí el arte es lo contrario. Quiero ser capaz de contar a las personas cosas sobre mí. De alguna manera, quiero abrirme desde dentro hacia afuera. Quiero que las personas puedan empatizar con lo que cuento y no hacer un dibujo de una persona famosa estadounidense por 500 dólares”.
“Lo más importante cuando hago cómic”, sigue aclarando Ware sobre la diferencia entre ilustrar y dibujar cómics, “es que los dibujos tienen que contar su propia historia. Tienen que ser la historia. No que la imagen ilustre la historia o que la imagen ilustre la palabra. La imagen tiene que hablar por sí sola, a menos, claro, que la intención sea que quieran ilustrar la historia”.
Para este cartoonist, que es como le gusta definirse, el cómic es un arte del recuerdo, de la memoria: “Intento evocar en mi obra la forma en la que recordamos, y no en la que vemos. Por ejemplo, ahora mismo estoy mirando a todos y pensando ‘ay, Dios mío, cuántas personas hay aquí’, pero después eso se convierte en un recuerdo. Solemos decir que los seres humanos vivimos en el presente, pero en realidad vivimos siempre en el pasado”. Entre los referentes de Ware, autores de tiras de prensa de las primeras décadas del siglo XX como Frank King –cuyo magistral “Gasoline Alley” (1918-1959) será recordado en algún comentario final del público– o la literatura de ficción realista de tradición modernista. Ware cita también a la canadiense Alice Munro, “una escritora maravillosa que ha escrito con mucho detalle sobre las emociones, conduciendo recuerdos sobre un largo período de tiempo, algo que también intento hacer en mis libros. Sus relatos son cortitos, muy compactos pero muy conmovedores y extraños, muy humanos”. Luego están artistas visuales como su adorado Joseph Cornell, cuyas “cajas” le han influido a la hora de explorar la dimensión objetual del cómic. Así, Ware ha jugado desde los noventa en su serie “Acme Novelty Library” (1993-) con los cambios continuos de formato.
“Utilizo el formato que considero mejor para cada historia”, explica Ware. “Para mí un libro es como una persona, una metáfora que uso bastante. El libro es una persona, con una columna vertebral y más grande por dentro que por fuera. Y tanto un libro como una persona te puede mentir o decir la verdad”. Su mayor experimento en formatos ha sido “Fabricar historias”, una caja con catorce formatos diferentes en su interior, y todos conforman una historia sin manual de instrucciones de cómo leerla. “El objetivo era que no tuviera ni un comienzo ni un final. Quise que el lector no supiera dónde empezar o terminar, como la vida misma. Además, cuando conocemos a alguien no nos dice ‘yo nací en 1972, me gusta el fútbol y trabajo en tal cosa’. No, simplemente te dicen ‘oye, ¿viste tal serie que echaron en la tele?’, por ejemplo. Así construyo mis imágenes, según las emociones y situaciones del momento. Básicamente, así es cómo funciona la vida”.
Y cuando las personas nos cuentan cosas sobre ellas, “todo empieza a tener sentido en nuestra cabeza. Ayer, hablando con Sergio, me contó un detalle de su vida: que trabaja desde casa con su mujer Lola, que hoy está aquí, con sus hijos, que también están aquí. Lo cual me parece ideal –y perdonad, pero me da pena porque mi hija se acaba de ir a la universidad y la echo muchísimo de menos–, pero yo en ese momento empecé a imaginarme cómo es su casa, su mujer, su mesa, sus hijos a los que ahora estoy viendo aquí. Creo que cuando las personas nos cuentan algo de su vida, empezamos a imaginar, aunque muchas partes sean mentira. Por supuesto hay cosas que son ciertas, otras no. Es algo que hacemos todos. Por eso creo que leer y hacer ficción nos ayuda mucho a entender ese aspecto de la vida y a ser más empáticos. Hemos de prestar atención, porque también nos mentimos a nosotros mismos. La verdad es que yo lo hago muchísimo”. Ware se refiere a su anfitrión en este encuentro granadino y a su pareja, Lola Moral, que es la colorista de todos los trabajos de Sergio García. Poco después comentará una escena de “Fabricar historias”: “Aquí quise una imagen de la niña a tamaño real. Me inspiré en mi hija, quise hacerla al mismo tamaño que tenía cuando yo la cogía en brazos”. Ware la dibujó a doble página en un gran pliego de formato sábana.
Ware comenta entonces su cartel para el Festival de Angulema de 2022, tras recibir su Gran Premio el año anterior. “Este lo creé realmente para los dibujantes. Pienso que los cómics crean un mundo que va desde el centro hacia fuera y al final el interior es lo más importante, sobre todo las emociones. Mi objetivo siempre es intentar conmover a las personas, igual que a mí me conmovió un momento de la vida, por ejemplo”. Queda claro que su obsesión artística es capturar la vida en viñetas: “De hecho, empecé a hacer un diario de todas mis tiras de cómic, porque se me estaban olvidando. Es un problema que tenemos todos los dibujantes, lo hablo mucho con mis colegas. Como pasamos tanto tiempo trabajando en una mesa frente a un papel vacío, dejamos de prestar atención al mundo real, a la vida misma. Por eso empecé a estructurar mis diarios con imágenes y texto. Poco a poco comencé también a utilizarlo en mis obras”. Parte de sus diarios con bocetos están publicados en dos tomos, “Acme Novelty Datebook” (2005-2007).
Ware quiere remarcar que se tarda mucho tiempo en hacer un cómic: “Hay muchísimas viñetas. Cuando tenemos el resultado en un solo libro parece un poco engañoso, pero hay muchas viñetas y dibujarlas todas es difícil. Hay quienes dicen que la diferencia entre ser artista y ser dibujante de cómics es que un artista puede tener una idea y volver a utilizarla, seguir trabajando esa idea, desarrollarla. Pero un dibujante de cómic utiliza una idea para una viñeta e inmediatamente tiene que pensar en otra nueva. Así que es un poco frustrante ver cómo algunas personas del mundo de las bellas artes no entienden todo el trabajo que hay detrás de un cómic. Al final es un papel que se tira a la basura, ¿no?”.
O no: “El hecho de que no se exponga no supone que valga menos. Además, en los cómics no hay un muro que separe al lector de la obra. Voy a contar algo que he dicho ya un millón de veces. Cuando una persona va a un museo y ve un cuadro y no lo entiende, se echa la culpa y piensa que es un ignorante, que no sabe lo bastante de historia del arte. Pero cuando una persona lee un cómic y no lo entiende, piensa que el dibujante es idiota, y a mí eso me gusta bastante”. El auditorio ríe, por supuesto. Sergio García comenta cómo las fronteras entre lo artístico y lo gráfico están cayendo, y pone de ejemplo la exposición que el MNCARS dedicó en 2017 a un historietista como Herriman, ocasión que el museo aprovechó para invitar a otro, Art Spiegelman, a dar una conferencia.
El propio Ware ha expuesto en numerosos museos. En 2022, en el Pompidou de París, una retrospectiva que se ha intentado traer a España: “Había posibilidades de exponerla aquí en Granada o en Madrid, pero ninguna ha funcionado, así que ahora mismo no sé si será posible”. Ware piensa que la preocupación por la tensión arte-cómic es legítima: “El cómic y el mundo del arte son un poco distintos. En el cómic la historia se come la imagen porque las imágenes se leen necesariamente, no están hechas para ser vistas. Evidentemente, se pueden hacer ambas cosas, pero cuando lees una tira de cómic no se presta tanta atención a la imagen como cuando estás viendo un cuadro u observamos el mundo real”. Es un poco difícil “leer” un cuadro, aclara: “Pocos artistas lo consiguen”. Entre los contemporáneos cita a Jerry Moriarty, “uno de los pocos que logra transmitir una narración mediante imágenes en un cuadro”.
“A mí lo que me gusta de los libros es que todo el mundo puede tener uno porque no son tan caros como una obra de arte. Por eso intento que tengan la potencia que tiene un cuadro o una escultura, la diferencia es que te lo puedes llevar a casa. Además, si te cansas de él, puedes tirarlo a la basura. Y no te sientes culpable porque no te ha costado un millón de dólares, y además ahora vale menos que cuando lo compraste. Esto me encanta y creo que es la base del arte de los cómics”, concluye a este respecto.
En las preguntas finales del público hay ocasión para abordar otros temas, como las historietas pioneras del siglo XIX: “Ya hacia 1870 o 1880 empezó a haber una gran experimentación en el cómic. Hay un experto, David Kunzle, que ha estado investigando cincuenta años del cómic británico del siglo XIX, en el que dice que va a ser su último libro. Y habla de gestos, con ejemplos de cómic ingleses tan antiguos que seguramente datan de 1850”. Se refiere al libro “Rebirth Of The English Comic Strip. A Kaleidoscope 1847-1870” (2021). Desde el público alguien le pregunta por los recortables que a veces incluye en sus libros: “Utilizo recortables porque de niño me encantaban los libros en los que podías recortar elementos y construir casitas, así que empecé a incluirlos en mis cómics como una especie de bucle de ese recuerdo, también como diversión”.
Como en otras ocasiones, Chris Ware muestra en público una constante bondad y humildad. “Me preocupa que algunos artistas, arquitectos o dibujantes más jóvenes piensan que para ser genios tienen que ser idiotas y dar miedo a la gente, un poco para aparentar”, dice en Granada al final de su charla. “A mí esto me parece fatal. El arte no es poder, no es competición”. El público le aplaude de nuevo como respuesta.
“El tipo es sorprendentemente encantador e incluso guapo en persona”, me comentará después el dibujante de cómic malagueño José Pablo García, ya de vuelta, a quien agradecemos desde aquí toda la ayuda prestada para esta crónica: “Se ha tirado una hora después firmando libros y charlando amablemente con todo el mundo. Qué paciencia le ha echado”. ∎