Lucy Sante –nacida Luc– regresa a las librerías españolas con “Retrato Underground” (“Maybe The People Would Be Times”, 2021; Libros del K.O., 2022), cuarto libro traducido al castellano de esta escritora y comentarista estadounidense de origen belga, nacida en 1954. Se trata de una colección de cincuenta y dos textos de estructura variopinta, distribuidos en cinco bloques y publicados en diferentes medios –incluido Pinakothek, un viejo blog de Sante– entre 1993 y 2020, o sea, mediando entre ellos casi tres décadas completas, con la metrópolis de Nueva York como telón de fondo.
Aunque la memoria parta del recuerdo propio, siempre da lugar a una reconstrucción de la realidad vivida. De esta forma, la autora de “Mata a tus ídolos” (2007) no nos lo pone siempre fácil a la hora de distinguir entre crónica –o periodismo autobiográfico– y ficción –como recurso literario de amplificación– respecto a lo sucedido durante los macilentos años 70 y 80, fuerza temporal centrípeta donde converge la visión de una ciudad con habitantes que solo rompen su pathos de indiferencia en caso de “ruido o incendio”.
Un lugar, según Sante, dominado por la música de la radio, las discotecas o los singles de vinilo. Podríamos elaborar una lista –de hecho, me he entretenido en hacerla– con las canciones que rememora Lucy en su reflexión punzante, quizá tirando a pesimista, sin certezas pero arqueológica –es decir, anhelante de verdad–, sobre el tiempo y su naufragio, con esa tabla de salvación que es la repetición. Palimpsesto de ahoras pasados y espectrales que renacen en forma de objetos de coleccionista al borde de la extinción.
En el primer cajón encontramos nombres como el CBGB y Television, el barrio del Bowery, Patti Smith –a quien le dedica todo un panegírico–, Tappa Zukie, Max’s Kansas City y Lydia Lunch, el Poetry Project y Lou Reed. Sante habla de la inevitabilidad histórica de la “revolución” en su tránsito a la simple “resistencia”, del material impreso como gasolina de la imaginación, de las librerías y tiendas de discos –con admirables definiciones de alta precisión para hiperónimos como el skank, el hip hop o el pop–, de los beatniks, del nacimiento del punk rock, de la inmigración o de la gentrificación. Lucy parece haberse pasado la vida observando apostada tras la penumbra de los clubes y callejones de NYC.
En los dos bloques siguientes aparecen retratos-relatos de personajes anónimos: un niño inmigrante proyecto de gran consumidor, un porrero miniaturista –quien no ha conocido a alguno en su vida–, o los adultos en general, incluidos los propios padres de Luc. También de Hank Williams, del policía fracasado que ideó la “lista de los diez fugitivos más buscados”, de Sante misma, panóptico inevitable y necesario, a propósito de su pasión por el cine y Rimbaud, o de figuras de culto como la editora Barbara Epstein, el escritor Richard Stark y la novela negra, el director francés Jacques Rivette, H.P. Lovecraft, Georges Simenon y su comisario Maigret, el misterioso ilustrador Lynd Ward, el crítico de cine Manny Farber, los artistas conceptuales Sophie Calle y David Wojnarowicz, o el folklorista John A. Lomax –padre de Alan–, autor de la antología “Cowboy Songs” (1910).
Un cuarto carrete recoge más imágenes en sepia y negro, de nuevo reproducidas entre los textos –casi todos de 2019–. Análisis sobre los “mugshots” –fotos policiales–, las fotonovelas, las postales, las fotos ajenas –que Sante colecciona desde 1980– o los fotogramas silentes. Imágenes fantasmagóricas por su condición de ilusión óptica, no porque contengan fantasmas canónicos. La evolución de los tabloides neoyorquinos –con ilustrativo acompañamiento gráfico– y semblanzas de fotógrafos del pánico como el ucraniano Weegee –autor de “Naked City”– y Vivian Maier dan paso a una última parte donde se analiza el collage –con mención inevitable de Walter Benjamin–, el décollage, más personajes, como Glenn O’Brien y Rene Ricard –a quien Warhol llama en sus “Diarios” el “George Sanders del Lower East Side”–, o “El séptimo”, un relato impuro de ficción.
Sante siente una atracción casi enfermiza por la urbe somnolienta fotografiada por Bruce Barone y por sus agonizantes comercios de zapatos de época, ropa y pastelerías. Todos ellos recobran vida a través de los ojos de esta ávida recolectora, y fina traductora, de imágenes. El “debut largo” como Lucy Sante (transicionó en 2021) es también un tratado de consulta sobre el arte impregnado del retrato, por cualquier medio reproductivo y desechable, donde el aura de lo plasmado tiene la capacidad de permanecer por azarosa que sea su gestación, descuidada su realización, o por el mismo significado de lo ausente. Pero, como decimos, son las palabras llanas y certeras las que iluminan los rostros, lugares, sonidos y aromas que emergen en ámbar desde sus beckerianos bajos fondos. “Retrato underground” aspira a ser su nuevo hogar y Lucy Sante, que no luz cesante, su literal foco radiante. ∎