Libro

Manuela Buriel

Nueve cantares para Yung BeefH&O, 2024

Yung Beef iba a comerse el mundo. Todos estábamos de acuerdo en eso. Su carisma y personalidad lo aupaban a lo más alto de la música urban en España surgiendo desde el más bajo underground del trap. Sus declaraciones, sus letras, su imagen y su chulería eran abono para el estrellato. ¿Qué pasó, baby? ¿Qué pasó, Fernandito? Pues pasó lo que pasó, que Yung Beef, bien de drogas, marcó los tiempos que a él le apetecieron para mostrarse (o no) cómo y cuándo quiso… y a su bola. Y es que su visión del éxito siempre ha sido más relativa que absoluta. Lo suyo es otra cosa. Algo que él moldea, o improvisa, casi siempre, en contra de lo aconsejable, alejado del puro mainstream, aunque, a veces, por formas y por fondo, parezca lo contrario. Quiero llevar el underground a competir con los artistas más ‘mainstream’ del planeta”, ha dicho.

Si un caballo sin control es un peligro mayúsculo, incluso para sí mismo, ¿qué es fundirse, aparentemente, diversas oportunidades de dar el salto por bravuconería, pasotismo o mala cabeza? Más propio de un entramado egotista muy peliculero que no siempre sale bien, la historia de Yung Beef está llena de momentos míticos propios de los malditos artistas estupendos que… casi tocaron el cielo. Pero Yung Beef, una estrella en su cabeza y fuera de ella, un enfermo de la música, se ha bastado y se ha sobrado para delimitar sus pasos y controlar su producto y el de sus aliados sin depender de nadie y de nada (drogas mediante, repetimos), marcando su autoimpuesto y libre techo de actuación.

El pionero del trap en España –“Tra’ en español, yo lo hacía primero”–, con sus amigos en Kefta Boyz, PXXR GVNG, La Mafia del Amor y Los Santos, era, fue (¿es?) lo más de lo más. Sin duda. Y de eso no hace tanto tiempo. Iba a jugar, o eso parecía entonces, en la misma liga que C. Tangana, Bad Gyal y la inalcanzable Rosalía. Pero no. Él, the real thing, no quiso. O lo quiso de otra manera, que quizá no era la manera. O lo postergó. O tal vez todavía está en ello, mientras se ha entretenido trincando pasta en Milán presentando la colección “Men SS 2024” de Dsquared2, desfilando en calzoncillos en compañía de Julia Fox y Rocco Siffredi (claro que sí), o pisando la pasarela de la Tokyo Fashion Week.

De hecho, es obvio que, si sumamos todos sus proyectos colectivos, él capitalizó el zeitgeist –¿todavía lo es, todavía puede seguir siéndolo?– de unos años de trap & co. en español que lucieron explosivos, con vendición o sin bendición. Y es que suena el supermambo fluido “Si mañana me muero”, por ejemplo, y cuesta creerse que eso no fuese un éxito global latino en 2020. Ya cinco años antes, las canciones-joyas de “Los pobres”, el álbum-trampa servido a Sony por PXXR GVNG, sembraron un legado para la posteridad con sus letras-manifiesto de poesía capitalista y anarcopunk guerrillero, con sexo explícito, drogas a tuitplén y oraciones profanas: “Tu coño me produce fucking drogadicción” y “Dios, perdóname po’ ser así” en la misma baraja. Qué disco más signo de los tiempos, con esa intro que es denuncia política y, a la vez, loca flipada.

Pues bien, el misterioso Manuela Buriel (Baix Llobregat, Barcelona, 1979), nombre tras el que se esconde el cofundador del Colectivo “lúdico e interdisciplinar” juan de madre, es el autor de “Nueve cantares para Yung Beef” (2024), un ensayo pop publicado tras su trilogía formada por “Animales feroces” (2020), “Lo danzante” (2021) y “De la luz negra” (2023), secuencia dedicada al, toma ya, “obrerismo místico”. Sí, ya ven, en este librito se han juntado el hambre y las ganas de comer. Superfantasías animadas de ayer y hoy presentan… un mejunje rico de referencias interiorizadas que tratan de definir dos personalidades, la de Yung Beef, por supuesto, pero también la del propio autor, Manuela Buriel, que se gusta y se alela rizando el rizo y poniéndole el lazo a su métrica literaria sin patrones ni, muchas veces, lógica; tal cual que Fernandito.

Manuela es un escritor notable, aventuradamente pretencioso (denle ustedes la orientación que quieran a eso), al que le gusta jugar con las palabras para crear imágenes que, aun sujetas a una realidad tangible, vuelan hacia un infinito donde ya no se sabe qué es verdad y qué es ficción. Fan de Yung Beef desde hace ocho años, en este libro apuesta por experimentar con nueve cantares de libre creación sobre el factor Yung Beef y sus mundos: Cantar a la imagen, Cantar a la calle, Cantar a la piel, Cantar sin nombre, Cantar a la alada palabra, Cantar a La Vendicion Papi, Cantar a los dientes, Cantar a la voz y Cantar hacia arriba. Fechados en un futuro improbable, dentro de seis siglos, evocan la memoria de “un ser en perpetua juventud, libre, bello, de rostro lloroso”.

Porque el iconoclasta show de la famosa jaula metálica de barrotes o el genial Me ‘toy cayendo pa‘rriba (Pa‘rriba) / Mami, dame la bendición / Que aunque no consiga nada / Mami, tuve mucha ambición / La calle ‘tá mala, necesita medicación / Yo no le temía a nada, pero ahora le temo a perderlo to’” de “Ready pa’ morir” ya bastarían para que Yung Beef pasase a la historia de lo que sea. ¿Cómo? Lo explica Manuela a través del escaneado milimétrico de vídeos, audios, fotografías o declaraciones documentales. Pistas que sigue desordenadamente para recrearse en fantasear, sacralizar, magnificar y poetizar la fisiología reconocible de un tipo que, siempre dispuesto a esclarecer o enturbiar su propia trayectoria con sus limitadas entrevistas, se sale de una norma: arriba o abajo, nunca en medio; frío o caliente, nunca tibio…

Últimamente instalado en Salobreña, su centro de operaciones con estudio de grabación incorporado, y atravesando su posfase de desintoxicación tras su reciente paso por Montealminara, centro de tratamiento de adicciones en Málaga, donde al menos lo ha intentado, parece preparado para un nuevo capítulo de la ampliación de su leyenda llena de proyectos inminentes o próximos que encajarán, seguro, en este ensayo distópico que aspira a ser fabuloso pero se pierde en laberintos llenos de fábulas, que no es lo mismo aunque lo parezca, y se apoya en deterministas contextos sociales e innecesarias explicaciones históricas para dotar de fragor mágico, enigmático, tal vez incomprensible, al fervor que se siente, sentimos, por Yung Beef, un superhéroe chisposo del que aún esperamos grandes cosas. Manuela (en plan estupendo) y yo mismo (sin ambages) lo gritamos a los cuatro vientos: te queremos, Fernandito. ∎

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