Película

Marco

Aitor Arregi y Jon Garaño

https://assets.primaverasound.com/psweb/ga8g0jz4npobsz783t8d_1730988572542.jpg

Tras su paso por Venecia y San Sebastián, llega hoy a los cines “Marco” (2024), última película de una tripleta guipuzcoana, la conformada por Aitor Arregi (Oñati, 1977), Jon Garaño (Ergobia, 1974) y Jose Mari Goenaga (Ordizia, 1976), que tras cumplir en diferentes permutas el arco que va desde “Loreak” (2014) hasta la serie “Cristóbal Balenciaga” (2024), se combina con los dos primeros en labores de dirección y guion y el tercero añadido a la escritura para dar pie a un nuevo acercamiento a la odisea del miliciano, sindicalista y superviviente de los campos de concentración Enric Marco. O al menos esas fueron sus credenciales hasta que el historiador Benito Bermejo desenmascara la impostura de un Marco erigido en presidente de la asociación Amical de Mauthausen, dando inicio a otro periplo, no menos pírrico, en el que se revolvió contra todo y contra todos para mantener su cuota de exposición pública al precio que fuera necesario.

Nuevo acercamiento, apuntábamos, pues la historia es bien conocida. Y no solo por el revuelo mediático que provocó el hallazgo de Bermejo, sino porque tras él Marco decidió exponerse en un documental –“Ich bin Enric Marco” (Santiago Fillol y Lucas Vermal, 2009)– y en una novela, “El impostor” (2009), que Javier Cercas empleó como excusa para desarrollar una compleja reflexión sobre los dilemas que fuerza el acercamiento a un personaje que encarna la aberración moral de construir una vida propia sobre el pasado heroico de otras ajenas.

https://assets.primaverasound.com/psweb/2d4tm9odzs7nw5g7ovc7_1730988582494.jpg

No rehúyen Arregi y Garaño este laberinto ético al poner el foco sobre su figura. Angostada de antemano cualquier posibilidad de suspense narrativo, el retrato de Marco se convierte en piedra angular de su película y, lejos de recurrir a la simplificación que supondría la baza de la empatía, trazan ese perfil sinuoso desde el distanciamiento, asumiendo el riesgo que la falta de asideros del desapego pueda crear en el espectador. Escollo solventado gracias al trabajo de Eduard Fernández, en una elaboración que desborda las limitaciones impuestas por este veto a la conmiseración, completando de manera arrolladora un personaje totemizador que sustenta por sí solo el metraje hasta el punto de oscurecer otro de no menor potencial dramático, el de su mujer (Nathalie Poza), lamentablemente desdibujado bajo esta omnipresencia desde que una claqueta con su nombre cierra el breve prólogo documental y da inicio a su historia.

Arregi y Garaño juegan hábilmente con los formatos para delimitar realidad, recreación y ficción, pero es en los cambios de eje del recorrido personal de Marco, en los puntos en los que la realidad va resquebrajando su patraña, donde sortean con mayor brillo la narrativa académica que domina el relato, envolviendo con recursos de planificación visual su mirada delatada, volteando la cámara para invertir espacios, difuminando su rostro entre sombras, jugando con espejos que multiplican su imagen como en un caleidoscopio. Con todo ello, “Marco” solventa el pie quebrado que plantean sus directores, el de desplegar todas las cartas sobre la mesa pero sin forzar conclusiones, buscando una película voluntariamente incompleta, un puzle cuya resolución se sustenta en las piezas que pueda aportar el espectador para cerrar un boceto que, lejos de esquivar sus aristas, termina conformando con ellas su auténtico sustrato. Y si el logro de Enric Marco fue el de hacer de su historia personal una colectiva, la película también trasciende cualquier rango individualizador para reflexionar sobre la necesidad de construir vidas alternativas que cubran las carencias de la propia. ∎

El impostor.
Etiquetas
Compartir

Lo último

Contenidos relacionados