Título de culto absoluto de la literatura argentina, la primera novela de la escritora argentina Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) supuso uno de los debuts más prometedores a mediados de los 90, y más por tratarse de alguien que había comenzado a escribirlo con apenas diecinueve años, antes de ser publicado, cuando ya tenía veintiuno.
El porqué del impacto de esta novela se puede entender a través de su icónica fórmula de escritura, resultante de una brillante poetización urbana, rozando lo ingenuo, de la prosa burroughsiana. Como bien explica la propia Mariana en el prólogo de esta edición, tampoco es difícil encontrar el rastro del icónico binomio protagonista del filme “My Idaho privado” (1991). De hecho, los dos actores principales de este relato son una especie de versión vampírica de los Keanu Reeves y River Phoenix de la cinta dirigida por Gus Van Sant.
En este sentido, Facundo y Narval son de esa clase de personajes que se adhieren al imaginario popular por conexiones directas con la representación del deseo oculto y el fandom relativo a la literatura yonqui, ejemplificada totalmente en esta especie de versión argentina gótica de “Trainspotting” (Irvine Welsh, 1993), aunque tampoco debemos pasar por alto ciertas similitudes con la atmósfera enrarecida destilada por el Will More del filme de culto “Arrebato” (Iván Zulueta, 1979), con quien comparte muchas características la pareja de aventureros de esta variante terrorífica de la literatura definida por la BBS en los años 60 y 70, conformada por Burroughs, Bukowski y Selby Jr.
Desde luego, el caldo de referencias que soporta la trama hace de esta lectura una experiencia absorbente, sublimada por la capacidad de Enriquez para arrastrarnos a pesadillas dantescas como las sufridas por Narval a lo largo de los diferentes capítulos que vertebran tan hermoso descenso a los infiernos.
A través de los sueños de Narval brota una serie de escenas cuajadas en escalofrío puro. Visiones oníricas protagonizadas por el trío de seres que conforman Ellos, a través de los que la autora plantea una metáfora con cierta carga política, que sirve para entender por qué Narval evita caer en un mundo de pesadillas y represión emocional, descrito desde la ubicación del Buenos Aires de los años 90.
La capital argentina está enfocada desde los suburbios de deseo y depravación tóxica que marcan las rutinas de un crisol humano trazado por una Enriquez que, tal como apunta en el prólogo, tuvo que expulsar de su cabeza a través de esta novela, en la que la autora de “Nuestra parte de noche” (2019) ya plasmaba de forma más que evidente su facilidad para evadir los cauces centrales del realismo gracias a su querencia por empujarnos a mundos de pesadilla inquietantemente cercanos.
En base a esta necesidad expresiva fundamental, “Bajar es lo peor” (1995; Anagrama, 2022) se envenena a lo largo de un río de viñetas donde sexo, drogas e idiosincrasia punk se dan la mano desde la orilla del malditismo heroico de estos seres perpetrados con la belleza de Rimbaud y la oscuridad nacida del entorno rutinario de ansiedad yonqui que los rodea. ∎