Que la artista Leonora Carrington (1917-2011) fuese arrojada a este planeta en un año revolucionario parecía premonitorio de lo que sería asimismo su vida: “Estoy armada de locura para un largo viaje”, dijo. Una vida, por lo demás, típicamente atípica en lo que fue la Europa de entreguerras, la de la Segunda Guerra Mundial y la de la posguerra, de epifanías artísticas vanguardistas, expatriaciones forzosas y huidas… que, en el caso que nos ocupa, tuvo un componente de autoexilio familiar crucial. Pero es que a Leonora –escritora, escultura y pintora: es decir, artista total– le pasaron tantísimas cosas que la tarea que tenían por delante los ingleses Mary M. Talbot (1954) y Bryan Talbot (1952) daría para varios tomos.
El tándem sabe lo que es bregar con biografías intensas –la de Louise Michel, por ejemplo, en “La virgen roja” (2016)–, así que “Armada de locura. Leonora Carrington, la última surrealista” (2023; La Cúpula, 2024) cumple con nota muy alta la finalidad de poner a Carrington en su sitio como miembro del movimiento surrealista postrero, puesto que falleció en el siglo XXI. En este sentido, como ha ocurrido con otras figuras femeninas de relieve (la catalana Remedios Varo, inmortalizada en estas viñetas igualmente), la de Carrington ha tenido que alcanzar este siglo para salir a la luz en forma de exposiciones retrospectivas –la primera en nuestro país se inauguró en 2023, en la Fundación Mapfre–, adquiriendo un protagonismo impensable hasta hace nada.
La novela gráfica de los Talbot se lee como si fuera una historieta de aventuras. Tales fueron los avatares de la artista, el hecho de vivir tiempos interesantes (y por lo tanto, jodidos). Mientras que las viñetas, ordenadas, van mostrando la brecha entre Leonor y su acaudalado clan –que jamás la aceptará como individuo, menos aún como mujer–, el dibujo a una sola página es un derroche de fantasía y sensualidad donde Bryan Talbot se imbuye de la propia poética animalista y onírica de la artista, heredera de un sincretismo visual apegado a la Tierra y sus elementos.
Los colores evocan, según el pasaje de la narración en que nos encontremos, situaciones que van del descubrimiento y la pasión (por Max Ernst, su primer amor) a la violencia y el horror –en su etapa española– o la resistencia y la cordura del exilio mexicano. Cabe destacar que, a pesar del título, ese viaje al abismo que Leonora realizó puede observarse, desde una perspectiva actual donde la salud mental importa, como un shock traumático en toda regla. Para representar tan duros episodios, los autores no escatiman en colocar voces por doquier, así como en animalizar figuras humanas siniestras, que en lo gráfico se inspiran en la propia artista, cuya obra está repleta de animales –antropomorfos o no– y donde la huella renacentista es profunda.