Alrededor de Maxine Gordon –la viuda de Dexter Gordon (1923-1990)– existen varias capas sobre personalidad, capacidades, deseos y compromisos. Ella fue road manager en los años 70 en Europa. Así conoció, en Francia, al que sería su marido, a quien tuvo que rescatar de un país en huelga de trenes y devolverlo a su casa en Copenhague. El trato diario con aquel hombre, que medía casi dos metros de altura y era mucho mayor que ella, más la observación en primera línea de cómo este creaba e interpretaba su música la convencieron de que regresara a Estados Unidos para trabajar en la reivindicación del saxofonista. En Europa ser músico de jazz tenía un valor. En su país no tanto, pero grabaciones para Blue Note como “Go!” (1962) y “Our Man In Paris” (1963) ya eran conocidas y aplaudidas.
Tras la muerte del músico, la autora tenía por delante ordenar y escribir la biografía del hombre que amaba, que apenas había llenado de notas y reflexiones unos cuantos cuadernos amarillos. También le había prometido ingresar en la universidad. Su mirada –tal vez una misión, por el empeño que se considere a los jazzmen en su justa medida por su contribución cultural– le ha ocupado casi tres décadas. La obra resultante, “Dexter Gordon” (“Sophisticated Giant. The Life And Legacy Of Dexter Gordon”, 2018; Turner Noema, 2022), no es una biografía al uso, como tampoco unas simples memorias. Es un estudio con sólida base académica que se sostiene desde una visión intrínseca del jazz.
En paralelo la autora –convertida en erudita– escribe, da conferencias, participa en diversas organizaciones y divulga el legado de Dexter Gordon. En eso coincide con Sue Mingus, que hace una labor similar por la difusión del catálogo de su esposo Charles Mingus, fallecido en 1979 en Cuernavaca (México), el mismo lugar donde Gordon pasó sus últimos años.
Para Maxine Gordon la improvisación es un elemento clave en el jazz –aunque, paradójicamente, demanda muchas horas de creación y ensayo– y por tanto no es un acto compositivo menor. La creencia de que un jazzman no es un compositor stricto sensu la percibe la autora como un demérito. En cambio la industria musical entiende que no estaba obligada a pagar los derechos de autor entendidos como tales. Una mera compensación era suficiente. No es romántica la imagen del músico sin un céntimo. Esa postura constituye lisa y llanamente una confiscación tanto en lo personal y lo económico como en lo musical.
En este complejo rompecabezas, Maxine Gordon sitúa a su marido en el epicentro de sus teorías e investigaciones, uno de los más aventajados saxofonistas de la era bebop que nunca quiso recordar la década de 1950. Pero su mujer sí. Más allá de sus discos para discográficas como Savoy, Dial, Blue Note, Prestige y la danesa SteepleChase, Bill Lundvall, entonces alto ejecutivo de Columbia Records, junto con el prestigioso productor independiente Michael Cuscuna, socio de Maxine, fueron quienes pusieron de nuevo en el mapa norteamericano del jazz a Dexter Gordon con el espléndido doble álbum “Homecoming. Live At The Village Vanguard” (1977).
Luego llegó el éxito como no lo había conocido antes. La interpretación que hizo Dexter como Dale Turner –compendio de las biografías del pianista Bud Powell, otro exiliado, y del saxofonista Lester Young: tocó en diversas ocasiones con ambos– en “Alrededor de la medianoche” (Bertrand Tavernier, 1986) maravilló de manera unánime. Su trabajo le supuso una candidatura al Óscar como mejor actor. No ganó. Siguió con su vida, su saxo y Maxine, que le rinde cumplido homenaje con este libro. No es un detalle menor indicar que en la edición en castellano han desaparecido, respecto a la edición original, las fotografías y el índice, elemento primordial en una obra de consulta como esta. ∎