Si alguien merece el título de verso libre del cómic español ese es Miguel Ángel Martín (León, 1960), especialista en ir a lo suyo. Uno de los mejores dibujantes que nos dio el cómic en España durante la década de los 90, quizá ha pagado su posición entre dos grandes generación de autores, la del boom del cómic adulto de los 80 y la de la novela gráfica de los 2000. Martín se halla en tierra de nadie cronológica y temáticamente porque, admitámoslo, su estilo y obra han encontrado pocos compañeros de viaje. Muy alejada de las sensibilidades actuales, la producción de Martín parece hoy condenada a vivir en los márgenes, aunque las mejores obras sean preclaras en su visión del futuro inminente. “Brian The Brain” (1990-2014) o “Rubber Flesh” (1993-1998), con su mezcla de ciberpunk, nueva carne y cultura pop fueron puro zeitgeist y plantearon un porvenir lleno de oportunidades científicas, pero en el que la carencia de empatía y la injusticia social resultaban evidentes.
Especialmente dotado para lo perturbador y lo “prohibido”, muchas de sus imágenes resultan intolerables para cierto público, pero Martín nunca se ha caracterizado por preocuparse mucho de esto. Su última obra, “My Way”, llega tras “Saphari” (2020), más floja; Martín recupera pulso y veneno y entrega un cómic alejado de la densidad y múltiples niveles de lectura de sus grandes historias, pero que se sabe en otra liga y juega a otra cosa: es un relato de venganza que va al grano, narrado con concisión, diálogos escuetos, economía en el dibujo –el autor ha ido despojándose de ciertos rasgos de estilo para ganar en agilidad– y el brío adictivo de los buenos mangas.
La historia del protagonista, DeSalvo, la conocemos en dos tramas situadas en diferentes momentos que Martín no explicita, sino que pasa la pelota a los lectores para que trabajemos un poco, como si quisiera que no nos durmiéramos en los laureles. El puzle se va completando a toda velocidad y, con él, el contexto de esta sádica venganza: DeSalvo era un dibujante de cómics que ha pasado quince años en prisión acusado de promover la pedofilia e inducir al suicidio con sus tebeos, que fueron las mismas acusaciones que recibió su “Psycopathia Sexualis” (1990-1992) cuando un juez italiano decretó el secuestro de la obra.
En tiempos de intensos debates sobre las representaciones “correctas” en la ficción y el papel de esta en las conductas de su público, Martín no se anda con paños calientes y defiende hasta sus últimas consecuencias la libertad de expresión y el derecho a dibujar lo abyecto. Se dirige a lectores adultos en sentido estricto, sin moralismo ni lecciones, para que juzguemos nosotros. Y su postura, que separa la ideología del autor de los valores de su obra, se demuestra por pura praxis: las páginas más escabrosas de “My Way” carecen de función narrativa. Son piezas que quedan sueltas en ese puzle y que Martín dibuja porque le da la gana. ∎