El sinsentido del héroe. Foto: Elena Blanco
El sinsentido del héroe. Foto: Elena Blanco

Entrevista

Miqui Otero: “La novela de Barcelona no existe, es un animal mitológico”

No más héroes. O no más héroes de novela. Porque la lectura de heroicidades de ficción produce monstruos en la siempre decepcionante realidad. Al menos eso es lo que le pasa a Simón, el “Quijotito” con la cabeza en los libros y los pies en la resbaladiza Barcelona posolímpica, que protagoniza y da título a la cuarta novela de Miqui Otero. Un libro que ha conectado con una generación de lectores a los que la realidad tampoco permitió ser nunca héroes. O sea, con todas las generaciones y con todo tipo de lector.

¿Tú crees en los héroes?

(Quizá esta no es la mejor pregunta para empezar esta entrevista. Quizá no lo es para empezar ninguna entrevista. Pero Miqui Otero y yo llevábamos ya un rato hablando en catalán de esto, de lo otro y también de lo del premio de ‘El ojo crítico’ de RNE de Narrativa 2020; había que correr una cortina en castellano que de alguna manera marcara y definiera nuestros nuevos roles una vez pulsado el botón rojo de “rec”. Quizá también este paréntesis es inapropiado y, seguro, demasiado largo. Habría sido mejor un párrafo introductorio, claro, glosando la carrera previa del escritor de Barcelona e inventariando las envidiables cifras y palmarés que ya lleva “Simón” hasta ahora. Habría sido ese un arranque más sensato, sí, pero también más convencional. Y como este es un libro que rechaza las formalidades pero acepta el juego formal, qué demonios. En cualquier caso, ya callo y que responda el entrevistado a esta primera pregunta a puerta gayola).

Pues creo que hay comportamientos heroicos y que no necesariamente los protagonizan las personas que aparecen en los libros de historia. Pero un héroe entendido como una persona intachable, que nunca se traiciona, es un término o muy antiguo o muy pop que no aguanta muy bien ser cotejado con la realidad, donde todos nos traicionamos y somos contradictorios. Aunque podemos tener un día algún comportamiento heroico, no creo que existan los héroes a día de hoy. Evidentemente, existen trabajos no asociados a, por ejemplo, un heroísmo bélico, en los que hay comportamientos heroicos. La prueba está en los últimos meses. Durante unas semanas, el comportamiento de una cajera fue heroico, el comportamiento de un médico fue heroico. Pero no creo que existan los héroes. De hecho, es un signo de madurez creer que no existen.

¿Y en la ficción? Más que creer que sí existen los héroes, porque sobre todo en ficciones de otras épocas sí los hay, ¿te los crees?

Pues depende de cuando sea la ficción. Si es reciente, no me los acostumbro a creer. Si es una novela de espadachines del S. XVIII, pues puedo creérmelo más, pero con la distancia crítica que te da leerlos ahora. Creo que desde hace tiempo esa figura está un poco superada y hay que escribir de otra. Pero un antihéroe puede tener comportamientos heroicos, cuidado, que tampoco se le puede abordar siempre desde lo más cenizo.

Todo esto te lo suelto porque la palabra “héroe” siempre aparece escrita en cursiva en “Simón” (Blackie Books, 2020).

Es la marca tipográfica para establecer distancia con el término. Porque, a pesar de que Simón se crea un héroe, no lo es. Es una de las claves de la novela. Él es una especie de Quijotito extraño que vive a través de las novelas que lee. Creo que era Hunter S. Thompson quien decía que solo los sacerdotes y los niños confían en las grandes palabras: la valentía, la coherencia, el heroísmo… Y Simón al principio confía, pero el narrador ya está escribiendo desde el futuro y sabe que no es así. Entonces pone el “héroe” en cursiva porque sabe que ese héroe se va a ir desmontando a medida que avance la historia; y que se va a convertir en antihéroe, que es lo que son todos los protagonistas de novela desde hace bastantes décadas.

Premio ‘El ojo crítico’ (RNE) de Narrativa 2020.
Premio ‘El ojo crítico’ (RNE) de Narrativa 2020.

¿Y en la novela? ¿Podemos seguir creyendo en el género novela, tan asociado a los héroes?

A diferencia del concepto de heroísmo, la novela cambia tanto y asume tanto cualquier mutación que puedes seguir creyendo en ella. Es una especie de macrogénero híbrido y cambiante que todo lo acepta. En realidad, acabamos llamando novela a casi todo. Al final, si quieres explicar una historia de una forma compleja, utilizarás la novela, por una serie de recursos que te da. Por ejemplo: puedes poner opiniones contradictorias en las cabezas de los personajes mientras tú te planteas tu propia postura. La novela te permite atrapar la calidad de la experiencia de una manera que no te permite un texto breve o una opinión lapidaria. En cuanto a las novelas decimonónicas clásicas, se puede volver a ellas si se trata de revivir la intención que tenían: que a través de explicar la intimidad de un personaje se pueda entender una época. Suena increíblemente pedante y demasiado pretencioso, pero es algo en lo que yo sí sigo creyendo. Hay un tipo de novela que, si Seur permitiera los envíos por correo en el tiempo, la persona que la recibiera en el siglo pasado o el siglo que viene encontraría claves para entender la época en la que está escrita. Creo en las novelas que no solo son largas, sino que también son anchas y arrastran un montón de temas abordados desde la peripecia personal. Eso es inigualable. Es algo que no falla. Es un invento tan perfecto como el cuchillo o la rueda, que decía Umberto Eco.

En “Simón” veo trazas de Barry Lyndon, de Scaramouche o de Julien Sorel. Pero en quien más pensaba leyéndola era en Pip de “Grandes esperanzas”. A lo mejor por el arco del personaje. Pero, sobre todo, porque Charles Dickens explicaba a través de él una manera de pensar o actuar, unos intangibles, que están asociados a una época. No es tanto el pintoresquismo o paisajismo de un tiempo, sino una moral o un tipo de carácter asociado a un tiempo.

Sí, de atrapar cómo se ve el mundo en una época. Es evidente que eso lo logra hacer la novela y no un tratado de Historia. En el caso de Dickens… Bueno, es que cuando piensas en el S. XIX piensas en Dickens, no en las locomotoras. O en Dickens hablando de locomotoras. Ojo, que no creo que “Simón” vaya a condicionar ni por asomo la manera de ver esta sociedad, que en el caso de las obras de Dickens sí que era así. ¿Qué ambición hay en el caso de Dickens, que por eso me gusta tanto? Pues algo muy bonito: dignificar las vidas de personajes que hasta entonces no aparecían en las novelas, por volver a lo de los héroes literarios. De una forma cálida, además, porque siempre remitía al hogar. De repente, toda esa gente anónima se veía como protagonista de una historia. Cuando murió Juan Marsé, alguien dijo que su gran aportación fue redistribuir el orgullo. Dickens también lo hizo. Me parece que esa debería ser la gran vocación de un escritor de novela realista.

Hay otra cosa muy Dickens en “Simón”: los secundarios. A todos se les humaniza y tridimensiona a pesar de sus imperfecciones y extravagancias. Aunque sea una novela con un nombre propio, “Simón” es más coral de lo que parece.

También lo son “Oliver Twist” y “Anna Karenina” y tantas otras. Es que yo creo que la calidad de la vida de una persona, no solo la calidad de una novela, depende de la calidad de sus secundarios, jajaja. Tú puedes tener una pareja ideal y un curro que te guste, pero si no ves a esas personas que tienes en tu radar y quedas cada X tiempo para que aporten un poco de brillo a tu día a día, tu vida será un poco más miserable. Creo mucho en los secundarios como termómetro de lo atractiva que puede ser una vida o una novela. Por eso hay que tratarlos siempre bien, aunque tengan solo una línea de diálogo.

“Creo que la calidad de la vida de una persona, no solo la calidad de una novela, depende de la calidad de sus secundarios”

¿Crees que es fácil entender a Simón, el personaje? A veces, no sabes si te cae bien o mal, si quiere esto o lo otro…

Es que las novelas van de que el personaje no sea maniqueo, que no sea siempre igual o que no se traicione. A mí me gusta crear personajes que no están muy muy definidos, que se van dibujando en función de lo que le sucede. Simón puede ser un personaje muy ingenuo y con una fe ciega en su primo al principio de la novela. Luego se puede desclasar o ser un poco traidor y un poco cobarde. Muy Pip, sí. Ya me interesa que el lector cambie de opinión sobre el personaje. También reconozco que en “Simón” hay un narrador omnisciente que juega mucho a condicionar tu opinión del personaje; es un narrador que señala, que se mete en la trama, que se mete con el personaje, que se gira y mira al lector como en las obras de teatro o las pelis de Mel Brooks, que por momentos es verborreico…

¿Cómo condiciona eso el estilo o, si prefieres, el flow de la novela? Aquí te has plantado en 450 páginas, un centenar más que “Rayos” (2016).

Esta es una novela en la que, por ejemplo, no hay muchas canciones nombradas. Pero yo creo que es incluso más musical que las otras. Primero arranca con una especie de medley de todo lo que vendrá después, muy embellecido y fotogénico. Eso ocurre en la noche de las azoteas. Es casi un teaser del resto de la novela. Pero luego la narración se vuelve estática, porque en la infancia el tiempo transcurre de otra manera: un verano parece durar cuatro años. Sin embargo, después todo se acelera muchísimo: en los correos electrónicos que recibe Simón o en el montaje en paralelo con su primo del final de la segunda parte. Es una novela que va cambiando de ritmo todo el rato. Por eso digo que es muy musical: porque la leo ahora y veo que es como aquellas cintas que grabábamos o una playlist de Spotify. Pones una instrumental que abra, una segunda que puede ser más larga… Vas jugando con el ritmo simplemente para tener al que escucha, o en este caso al lector, contigo. Esta estrategia de mediofondista hay que tenerla siempre en cuenta: cuánto tiempo quieres tener a alguien leyéndote, hasta qué página lo vas a llevar sin que se aburra. Pero luego, claro, si tienes mucho talento, todo esto da un poco igual: Saul Bellow hace novelas de 500 páginas donde no pasa absolutamente nada y te da lo mismo, casi lo celebras. Pero en mi caso, no podía ser que yo escribiera un libro sobre un tío que descubre que el mundo en el que vive no es como el de las novelas que lee y que la propia novela no se diera cuenta de eso. Por eso la narración cambia: se va volviendo menos épica, más actual. Incluso el estilo va cambiando, aunque sea sutilmente, porque cambia en sintonía con el personaje.

Escuchando el sonido de BCN. Foto: Elena Blanco
Escuchando el sonido de BCN. Foto: Elena Blanco

Has dicho que “Simón” es muy musical y, a mí, desde el título ya me llevaba a un artefacto musical: el Simón.

Por supuesto: el “Simón” electrónico, el juego de repetir patrones de sonidos y colores, está muy presente en cómo avanza la novela. Es un juego que funciona por retentiva visual y acústica, pero básicamente por memoria: te tienes que acordar de cómo empezaste. De repente, el personaje del libro ya no se acuerda de dónde viene porque todo va mucho más rápido. Entonces es cuando se equivoca.

También hay otra música, u otro sonido: “Simón”, como otros libros tuyos, suena a Barcelona. ¿Existe una musicalidad literaria concreta de las novelas que suceden en Barcelona?

Bueno, hay un escritor colombiano que me gusta mucho, que era el más musical de todos, que es Andrés Caicedo. Murió en 1977, a los 27 años, como Jim Morrison, que probablemente es a quien él hubiera querido parecerse. Tiene una entrevista en la que dice que un día se van a acabar las novelas y solo quedará la música; porque la música es lo que sale por las ventanas del ómnibus, lo que se cuela por las ventanas… Creo que hay una ambición en las novelas de Barcelona por atrapar eso que se escucha en la calle. Puede ser la música o cómo habla la gente. Y, no sé, cuando Gato Pérez decía que las tres claves para vivir una vida plena eran biblioteca, calle y atalaya (esto último para saber poner en su sitio todo lo anterior), eso es lo que aprende Simón en esta novela. Calle, biblioteca y atalaya también era lo que intentaban atrapar en distintas épocas Francisco Casavella, que metía cosas de la movida en la trilogía del Watusi, y Marsé, que metía boleros, por volver a lo de la musicalidad de Barcelona. En mi caso, lo hago de forma rara, porque explicito los referentes de Rico, que es diez años mayor que Simón, cuando le canta “nanas” en playback de Eddie & The Hot Rods, los Ramones o Nina Simone, y Simón cree que es su primo quien las canta así de bien. Y sin embargo mis referentes, los que yo siento generacionalmente más míos, aparecen camuflados entre párrafos: quien quiera y lo conozca descubrirá guiños a El Niño Gusano o Vainica Doble. El libro está lleno de claves musicales.

Por otro lado, ya te imaginas que me preguntan mucho por otros escritores célebres de novela de Barcelona. Y, bueno, al final la respuesta no la he dado yo, sino Alejandro Zambra, que es chileno y un poco mayor que yo. En una entrevista le preguntaban por Roberto Bolaño y el tío decía que sus personajes se parecían a los de Bolaño como un padre se parece a un hijo. Es decir, que genéticamente siempre va a haber rasgos o gestos que, desde luego, estarán condicionados y determinados por el padre, pero que muchas veces tendrá rasgos y gestos totalmente contrarios a los de su progenitor. A los personajes de todos los escritores de Barcelona que siempre me citan los veo, pues, como los padres de los míos.

“Creo que hay una ambición en las novelas de Barcelona por atrapar eso que se escucha en la calle”

¿La novela de Barcelona es un género en sí, como en algún momento lo parecía “la gran novela americana”, o son novelas que pasan en Barcelona y ya está?

Es evidente que nadie va a querer escribir “la novela de Barcelona”. Bueno, Eduardo Mendoza quizá sí en “La ciudad de los prodigios” (1986): sitúa la trama entre dos episodios muy importantes de la ciudad, las exposiciones universales de 1888 y 1929. Y luego en “Sin noticias de Gurb” (1991) dice que el ayuntamiento de esta ciudad actúa como cuando llueve en Barcelona: pocas veces, pero a lo bestia. Es como decir que la ciudad crece a calenturas. En “Simón” hay algo similar: arranca con las Olimpiadas, la ciudad crece mucho ¿y qué hay después de crecer mucho? Pues, como cuando un niño tiene fiebre: crece desproporcionadamente y luego se vuelve torpe. Que el libro se cierre con los atentados en La Rambla de 2017 es una manera de confirmar la ilusión perdida por ese personaje y esa generación. Pero “la gran novela de Barcelona” no existe. No puede existir. Si no, nos retiraremos todos. Y “la gran novela americana” tampoco existe. Es un hipogrifo, decía Philip Roth, precisamente en su libro titulado “La gran novela americana” (1973). La novela de Barcelona también es un animal mitológico. Pero, mientras lo buscas, escribirás o leerás libros que estarán muy bien. Obras menos anchas como “La Plaça del Diamant” de Mercè Rodoreda (1962) o “Nada” (1944) de Carmen Laforet también son novela de Barcelona y también te explican la ciudad. Aunque, para mí, hasta las canciones de Gato Pérez o las de Las Ruinas también son novela de Barcelona.

Ya que estamos con libros y canciones, y ya para acabar, ¿qué música has escuchado mientras escribías “Simón”?

Pues, depende de qué capítulos estuviera escribiendo, variaba lo que escuchaba. En las partes de barrio, rumba catalana, que es algo que me podía casi despistar de la escritura. Y lo que voy a decir ahora es casi paródico: en las partes del yate y la familia pija, me ponía música clásica: sonatas de Mozart o el clavecín de Bach, que es casi el equivalente a alguien que no sepa de música pop y se ponga el disco azul y el rojo de los Beatles. Y luego, no tiene nada que ver, pero en la revisión final de la novela estuve escuchando compulsivamente “This Is How We Smile” de Helado Negro, porque es un disco muy bonito, pero también muy de paisaje. Me lo puse sin parar. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados