En “Monstruo” (2023), su primera película rodada en Japón desde que ganó la Palma de Oro con la extraordinaria “Un asunto de familia” (2018), Hirokazu Koreeda hilvana un poliédrico cuento moral en el que están condensadas muchas de las constantes, tanto narrativas como estilísticas, de su cine. En “Monstruo”, como en “Nadie sabe” (2004), la infancia es mostrada como una isla separada del mundo adulto que, a la vez, está profundamente marcada por las violencias y abusos de este, así como por su negligencia o abandono. El desplazamiento constante del punto de vista, la estructura caleidoscópica del guion que Yûji Sakamoto ha escrito para el filme –y que fue premiado en el pasado Festival de Cannes–, remite a “Rashōmon” (Akira Kurosawa, 1950), obviamente, pero también a una obra anterior del propio Koreeda, “El tercer asesinato” (2017), insólita incursión del realizador en el cine criminal en el que las diferentes versiones de un mismo acontecimiento permitían llegar a la única certeza posible (algo que, por otro lado, ya demostraba, de forma implacable, el canónico filme de Kurosawa): que la verdad no existe, o que hay tantas versiones de una misma historia (tantas verdades subjetivas, al fin y al cabo) como personas implicadas en la misma.
A la vez que es sencillo identificar en “Monstruo” ciertas constantes del cine de Koreeda, se intuye en el filme una cierta voluntad del cineasta de ampliar los confines temáticos, pero también estilísticos, de su filmografía. Koreeda aborda, con la empatía, humanidad y mirada compasiva que caracterizan su cine, temas tan actuales como el bullying, la homofobia o el papel de las redes sociales como catalizadoras de nuestros prejuicios y como propagadoras de juicios apresurados e injustos. El modo en el que el director de la maravillosa “Nuestra hermana pequeña” (2015) se aproxima a estos asuntos nunca es directo, ni didáctico (pese a que el guion peque en ocasiones de ello), sino oblicuo y complejo, asumiendo las contradicciones que cada personaje lleva en su interior. Así, la película (y el propio Koreeda) se niega a hacer, justamente, lo que está (sin aspavientos) denunciando: juzgar a unos personajes por sus apariencias o por lo que se dice de ellos. Por el contrario, tanto la sobreprotectora madre de uno de los niños protagonistas (Sakura Andô, excelente también en “Un asunto de familia”) como el joven e inexperto profesor de los mismos o la afligida directora de la escuela, marcada por una pérdida traumática, son mostrados como polifacéticos seres humanos que son, por su propia naturaleza, falibles, capaces de equivocarse una y otra vez.