Serie

Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez

Ryan Murphy & Ian Brennan(T2, Netflix)
https://assets.primaverasound.com/psweb/q8oslsdc0i5fk83craas_1727864029491.jpg
Ryan Murphy e Ian Brennan abordaron “Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer” (2022) con un tratamiento sombrío y clínico, y un tempo lánguido y espeso que goteaba y se deslizaba pegajoso dejando mal cuerpo al espectador. La segunda temporada de la serie “Monstruo”, “Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez” (2024), está dedicada al parricidio de los hermanos Menendez y podría verse, por encima de su violencia y crudeza psicológica, como el positivado colorista y de ritmo febril de la dedicada a Dahmer.

Ambientada en Beverly Hills, donde tuvo lugar el crimen en 1989, la serie parece mostrar –en un modo cercano al caso de Alcàsser, y en plena antesala del caso O. J. Simpson– que a principios de 1990 el drama judicial fue engullido por el espectáculo mediático y que, cuando eso sucede, la historia o verdad posible queda intoxicada por completo, como si la escena del crimen fuera manchada, manipulada por una intervención indebida. Ya no se trata tanto de la ambigüedad de la conducta humana y de la dificultad de esclarecer los sucesos como del modo en que la ficción, la actuación, el estrado judicial como plató, emborronan nuestra visión, y de cómo en ese proceso se desatan en los espectadores las expectativas y los prejuicios colectivos, los juicios apresurados y en paralelo, incesantes y alimentándose de sí mismos.

De esta forma, “Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez” narra el crimen como si Lyle (Nicolas Alexander Chavez) y Erik (Cooper Koch), en su vida de niños pijos y alelados, vivieran instalados en el frenesí inconsciente de una ficción hollywoodiense, mirándose al espejo casi como si fueran modelos en una escenografía judicial más que acusados que se están jugando la vida. Nunca sabemos del todo si sus testimonios sobre los abusos sexuales de su padre (Javier Bardem) surgen de ensayos, de papeles aprendidos, acaso como táctica judicial de defensa o de un lugar y dolor íntimo y profundo.

https://assets.primaverasound.com/psweb/290ckcqrn2pfj9d7djdo_1727864102394.jpg
La idea del control de la actuación y de la manipulación de la empatía, de la identificación, destaca en el quinto capítulo, que hace de bisagra en el conjunto de la serie y de contraste formal: frente al ritmo efervescente de los otros capítulos, se trata de un plano secuencia de más de treinta minutos en el que nos acercamos al rostro de Erik, con su abogada Leslie Abramson (Ary Greynor) en escorzo, mientras va relatando los abusos del padre con manifiesta emoción. Un cuadro terapéutico cuyo reto es conseguir que nos parezca veraz o real el testimonio, pero que está siendo interpretado por el actor Cooper Kock como doble de Erik; sobre este efecto ilusionista opera la serie. A fin de cuentas, treinta años después del crimen las interpretaciones sobre si los abusos fueron reales o inventados siguen abiertas. El relato indaga en esa brecha a través de sus diferentes puntos de vista, colocándonos en la subjetividad o la percepción de los hijos, pero en otros capítulos también en la de los padres (aquellos que no han tenido voz en el caso), José Menéndez y Kitty Menendez (Chloë Sevigny), o en la perspectiva afectada del periodista de ‘Vanity Fair’ Dominik Dunne (Nathan Lane). Todo ello ofrece un cuadro esquivo y borroso, que mantiene opaco e invisible el secreto detrás de la puerta (los abusos sexuales, el drama familiar) mientras podemos ver en detalle la violencia del crimen, la exageración y sobreactuación de los hermanos y el desencadenamiento de prejuicios de clase, raciales y de género que suscita el caso en la sociedad. Parte de esta construcción visual, en particular en relación al padre, el cubano de pasado oscuro y tal vez traumático, siempre en sospecha por sus logros y su temperamento distinto, activa o proyecta los clichés o estereotipos; buena parte de los juicios populares se construyen mediante estas ficciones o percepciones sesgadas.

https://assets.primaverasound.com/psweb/ox6gygbc8stobd5es9va_1727864263387.jpg
La idea es volver dinámica, incierta e intercambiable la propia figura del monstruo, que tanto podrían ser aquí los padres como los hijos, sin certeza de quiénes son las verdaderas víctimas y los culpables. En este sentido, la serie gana cuerpo con la aparición de la vanidosa abogada Leslie y de la estrategia narrativa de defensa, para embarrar los hechos dentro del tejido legal en el que el relato oral se transforma en lenguaje técnico y argucias desde una y otra parte. Por este tratamiento y de forma manifiesta todos los personajes, sin excepción, resultan más bien desagradables y posibles farsantes o poco fiables, y la serie parece insinuar, aunque sea con timidez, que cada historia podría contener películas de género muy diferentes (de algún modo, aquí nos desplazamos del melodrama hasta casi el terror, pasando por la sátira). Aunque sea de mecha corta, la experiencia es inquietante y tiene riesgo. ∎

Víctimas o culpables.
Etiquetas
Compartir

Lo último

Contenidos relacionados