Durante décadas, los pocos sabios que en el mundo han sido se han dedicado a una vital cuestión intelectual: ¿son las series, en realidad, películas? Los parecidos nos los sabemos todos, ambas tienden a contar historias a través de imágenes fijas que, gracias al fenómeno de la persistencia de la visión, aparentan movimiento. Las diferencias pueden parecer obvias también, aunque a la hora de la verdad no siempre están claras; por ejemplo, la era del streaming nos ha quitado la principal diferencia y ahora te invitan a ver estas narraciones divididas de una misma sentada.
Me vi obligado a pensar en esta cuestión cuando entré en HBO Max (que me ha subido el precio y ha empezado a enseñarme anuncios) para ver el último episodio de “Mujeres con hombreras” (2025) y descubrí que junto a la serie de ocho capítulos ahora aparecía también “Mujeres con hombreras: la película”. Me asusté porque iba con tiempo justo para escribir estas palabras y pensaba que ahora tenía que verme una secuela en forma de largometraje, pero nada más lejos de la realidad: han juntado la escasa hora y veinte minutos que conforma la serie y la han empaquetado a fin, entiendo, de facilitar el binge watching.
“Mujeres con hombreras”, por contexto, es una serie de animación stop motion emitida originalmente por Adult Swim, el canal en el que se convierte por las noches Cartoon Network al que debemos cosas como “Robot Chicken” (Seth Green y Matthew Senreich, 2005-), “Rick y Morty” (Justin Roiland y Dan Harmon, 2013-) o las series de Tim & Eric. El ecuatoriano criado en Florida Gonzalo Cordova, que viene de “Tuca y Bertie” (Lisa Hanawalt, 2019), es el creador de esta obra, la primera producción en español de la cadena, y no por nada. Desde luego, es interesante la diferencia entre “hombreras” y shoulder pads en una serie en la que tan solo aparece un personaje masculino, pero sobre todo por la hispanidad de la misma.
Hay dos ejes de referencias principales a la hora de entender este trabajo y ambos son relativamente fáciles de pillar para el lector hispanohablante: el primero y quizá más evidente desde el principio es el cine de Pedro Almodóvar. Desde el principio en que vemos a su protagonista, Marioneta Negocios, esa poderosa y sofisticada empresaria de edad madura que, a mediados de los ochenta, vuela desde Madrid a Quito (“la capital del mundo”), es imposible no acordarse de la Marisa Paredes de “Tacones lejanos” (1991). Pero los ecos de Almodóvar están en todos lados: en los colores, los estilismos, los espacios burgueses, las pasiones desatadas y su foco absoluto en los personajes femeninos.
Por otro lado, el otro espejo en el que se mira la serie es el del culebrón latinoamericano, y es aquí donde se me arquea una ceja al pensar en ver “Mujeres con hombreras” de una vez. Bien es cierto que hay una interesante trama sobre el intento de Marioneta de cambiar la percepción hacia las cobayas de un Ecuador alternativo, transformarlos de animales que se comen y que se torean (de ahí lo de “alternativo”) a adorables mascotas que se pueden adquirir por un módico precio, pero pensar la serie desde ahí puede llevar a un gran desconcierto. El motor de todo lo que ocurre en la pantalla es más bien el giro dramático, el shock value y el cliffhanger, y en los 11 minutos que dura cada uno de los capítulos encontramos numerosos ejemplos de cada uno de ellos.
Haber seguido la serie semana a semana suponía, con frecuencia, un delirio febril en el que entrabas en un mundo con alguien escapando de la muerte, aliándose a un grupo político radical o despertándose de una noche de pasión. La montaña rusa emocional puede ser extrema y, desde luego, un placer que se va adquiriendo conforme avanza, pero, guste más o menos, es sin duda su corazón y su razón de ser. Y la animación va de la mano en este sentido, siempre con un as en la manga, siempre chocante.
Hay, sin embargo, muchas ideas interesantes, apenas sugeridas, que van mucho más allá de la referencia, la parodia o la deconstrucción, hasta el punto de que sorprenden y acaban emocionando. Vemos cómo el animalismo es capitalizado por las empresas y cómo dialogan ciertas ideas de “modernidad” con los tradicionales ideales imperiales de “civilización” de la supuesta barbarie indígena, aún vigentes de alguna forma a través de la protagonista madrileña y el resto de mujeres ecuatorianas. El discurso no termina de finalizar o de aclararse, pero no hay ninguna duda de que no existe simplismo o levedad a la hora de hablar de maternidades, generaciones y el papel del arte para tender puentes o quemarlos por completo. ∎