Se le tenía ganas a este debut literario de Oriol Rosell (Barcelona, 1972) que se ha hecho de rogar. Un incendiario artefacto editorial en forma de ensayo, como no podía ser de otro modo viniendo de este crítico, docente, músico y divulgador cultural, devorador compulsivo de ensayos de todo pelaje de los que da buena cuenta en Ràdio 4 en su sección “La Biblioteca Inflamable” de ‘Territori Clandestí’ y en su propio programa ‘La Història Secreta’ –que este mes de julio ha llegado a su fin–, además de en su pódcast “Tácticas de choque”. Nombres todos ellos que dan una idea preclara sobre sus tácticas de aproximación a los fenómenos culturales. A Rosell lo que le va son los márgenes, las historias ocultas, las que llevan la contraria, las que son incómodas y, según cómo, feas y sucias, mugrientas. El propio título de su libro –prologado por Javier Blánquez–, “Un cortocircuito formidable. De los Kinks a Merzbow: un continuum del ruido”, es un ocurrente oxímoron en la línea ácida e irónica que maneja dentro y fuera de la escritura Oriol Rosell, también cantante del dúo de música electrónica Dead Normal, otro explícito nombre de su particular universo.
Ese cortocircuito al que se refiere es el que han experimentado cientos de músicos, teóricos y pensadores que han explorado los límites del ruido como vehículo de expresión cultural, político y social. De Luigi Russolo y los futuristas a Merzbow y la escena harsh noise wall, pasando por Pierre Schaeffer, John Cage, los Kinks y su “You Really Got Me”, Throbbing Gristle, el metal y todas sus mutaciones o el noise pop de The Jesus And Mary Chain. Rosell traza un ruidoso y estridente relato que parte de los primeros experimentos musicales de los futuristas con máquinas (intonarumori) –que no instrumentos– para generar ruido, lejos de componer canciones. Performances en directo de las que el respetable y versado público huye espantado y escandalizado. Es el origen de una historia que se repetirá a partir de ahí con la notoria diferencia de un público que abrazará el ruido como vía natural de expresión vital, generando poderosas escenas (sub)culturales. Es especialmente reveladora y excitante la conexión que establece el autor entre el uso del ruido y el descontento, frustración y rebeldía de las diferentes y sucesivas generaciones de juventudes que lo abrazan desde asociaciones subculturales; para situar su lugar en el mundo, lejos del control parental, el orden social y el yugo capitalista. Realidades espejo de una sociedad que pretenden trascender ante la imposibilidad de un futuro mejor, de ese “futuro cancelado”. Es en esa primigenia e inocente etapa entre el nihilismo y el romanticismo cuando los individuos estamos mayormente dispuestos a explorar los límites, los extremos. Que en los asuntos del ruido parecen haber llegado a su máxima expresión, según recoge “Un cortocircuito formidable”, en la escena harsh noise wall y el noizu nipón. Y así, Rosell maneja cientos de referencias que relaciona entre sí para armar un relato tan incómodo como ameno. Y eso es todo lo que se le puede, y debe, pedir a un ensayo. ∎