Paula Bonet (Vila-Real, 1980), hoy, ya no es la misma que en 2010. Este hecho obvio no lo es tanto para aquellos que han convertido su vida en una cadeneta de rutinas, inmovilismo y falsas creencias anticuadas. Bonet nunca fue, solamente, la ilustradora de las chicas tristes con cabellos frondosos. Tampoco la artista maldita que diluía su sonrisa en el mismo agua en que lo hacían sus acuarelas. La Bonet es fuerte y tiene presencia; el cabello terracota y la boca carmesí. Altura. Sus ojos son filigranas de turmalina y analizan la realidad como el escáner 3D más preciso del mercado. Suele ir salpicada con motitas de pintura en sus prendas y en su piel. Y cuando habla, suele recomendar libros (¡muchos!) con pasión.
La Madriguera es un taller de producción y didáctica; también sala de exposiciones y punto de encuentro para artistas, escritoras y creadoras de diversa índole. En este espacio, Bonet ha conseguido crear una suerte de refugio en el que el aroma a aguarrás es la fragancia que recuerda que estamos en el territorio de la pintura, en la guarida de una pintora; en un lugar seguro.
En una cálida tarde, con el cielo de color lavanda, Rockdelux se cita en el taller de la pintora para hablar de su trayectoria y de su primera gran exposición: “La anguila. La carne como pintura y la pintura como espejo”, instalada en la Fundació Vila Casas de Barcelona) hasta el 19 de enero.
A sus 43 años, esta mujer multidisciplinar también es escritora. En 2016 publicó “La sed” (Lunwerg) y en 2018 “Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión” (Literatura Random House). Tres años después, “La anguila” (Anagrama), y en 2022 “Los diarios de la anguila” (Anagrama). La anguila ya es, por derecho propio, el primer gran proyecto de la creadora con el que ha construido un hiato entre aquella joven artista que facturaba ilustraciones siendo complaciente con el sistema y la pintora madura que ha convertido cada uno de sus trazos en una suerte de espeleología emocional con la que remueve, drena y sana.
Pero ¿qué opiniones le provocan a la pintora sus propias obras? “Me hace reflexionar sobre el sujeto que crea, el sujeto que decide mostrar y el sujeto que construye la narrativa de cómo mostrar la obra al público. He visitado la exposición muy pocas veces; la primera fue durante el montaje, la segunda fue en la inauguración y las otras dos han sido en visitas guiadas. Me he interpelado de un modo diferente, con lo que mi reflexión me ha llevado a sitios muy dispares”, comenta desde el saloncito de su taller ataviada con un mono azul klein con vestigios de pintura blanca. ¿Y qué pasa con el diálogo entre la artista y su obra? ¿Los óleos le devuelven mensajes a quien los creó? “Sí. Se anticipan a todo y me han dado las respuestas. Habitualmente tu obra va por delante de ti, pero eso lo ves con el paso del tiempo”, comenta.
Para la escritora, “La anguila” –en soporte literario y plástico– también ha sido un gran viaje con pasajes tenebristas, esclarecedores, viscerales, incómodos y reales. Todos necesarios. En este personalísimo trayecto –en forma de dos exposiciones y dos libros–, Bonet ha salido al encuentro de más feminismo, más existencialismo, las perspectivas de la maternación y la falsa idea de la realización femenina a través del engendramiento. Materias que afronta a cara descubierta, sin remilgos y a su aire: “Yo no me siento una artista tan pública. Tengo mi intimidad muy bien guardada y aunque la use para construir un libro o una exposición, la estoy usando para construir esa otra realidad. No es mi intimidad, no es confesional, no es un diario”, confirma rotunda.
Después de todo lo vivido, aunque exista una definición normativa, cabe preguntar qué significa para Paula Bonet la palabra “concepción”: “En mi vida ha tenido mucho más peso ese término manoseado y sucio que me arrastra, corriendo, a mi infancia entre claustros, colegios de monjas y familias extremadamente cristianas. Pero también he pensado en otro término, muy bello, que tiene relación con el acto artístico. He pensado en una matriz de grabado, en una plancha de metal, en una plancha de madera, en una piedra. En cualquier superficie sobre la que yo pueda construir algo que luego pueda estampar y seriar”, afirma con complicidad.
Detengámonos un momento en la conversación. Pensemos en la anguila y en sus particularidades, ya que existen 21 especies distintas. Todas tienen en común su hábitat en agua dulce y su procreación en agua salada. Pero solo hay una, la anguila eléctrica, que es capaz de descargar hasta 850 voltios para defenderse de ataques externos.
Quizá este proceso animal se asemeja al viaje creativo y visceral de Bonet en este proyecto; ella ha convertido su primera gran exposición en una suerte de mascletá en la que comparte su energía y su discurso para corroborar que, aunque sigan ahí, las heridas ya han cicatrizado y no hay mejor manera de celebrarlo que cerrando el ciclo en formato expositivo. Bonet lo hace de manera vibrante y desprejuiciada; corrompe algunas técnicas pictóricas en favor de su discurso disruptivo basado en temas reconocibles como la estética femenina, la imagen que devuelve el espejo o la confusión vital generada por la lucha entre sentirse obligada a ser complaciente con los otros versus escuchar el monólogo interior basado en la autoconfianza. ∎
La construcción de la carrera artística no es algo que solo se consiga con el paso del tiempo. Los territorios por los que transita y habita una artista constituyen una órbita de referencias e inspiraciones. En la vida y el arte de la Bonet se pueden identificar un puñado de ellos.