En la actual tiranía booktokera de la linealidad narrativa y de las historias con principio, nudo y desenlace, las novelas de Rachel Cusk (Saskatoon, 1967) pueden parecer a primera vista “raras”, “pretenciosas” y “extravagantes”. Habrá a quien no le guste este grado de experimentación. Otros lo preferirán a leer de nuevo una tonta novela de estructura decimonónica ya muy entrados en el siglo XXI. Estos últimos están de enhorabuena, puesto que la escritora canadiense nunca ha sido más “rara”, “pretenciosa” y “extravagante” que en “Desfile” (“Parade”, 2024; Libros del Asteroide, 2025; traducción de Catalina Martínez Muñoz), su nueva novela.
Después de años de escritura confesional, en “Desfile” abandona la tentación de ponerse en primer plano de la acción y crea un aparato narrativo para que no sea una individualidad la protagonista de la acción, sino un género en pleno, la mujer, y una mujer artista, además. Estructurada en cuatro secciones, todas protagonizadas por un o una misteriosa G con diferentes características, Cusk crea aquí un monstruo homogéneo de cuatro cabezas para hablarnos de arte, identidad, representación y poder.
La novela deconstruye así cualquier concepto de identidad personal y la transfiere por completo a identidad colectiva. Es decir, según Cusk, una mujer artista es siempre todas las mujeres artistas, puesto que a la mujer se le niega cualquier identidad “personal”. El hombre domina el relato, o sea: puede tener nombre y apellido y diferenciarse del resto. A la mujer se le niega cualquier nombre y apellido para que se la diferencia de las demás. Por tanto, la mujer no tiene derecho a la identidad personal, solo a la identidad política. Porque todo colectivo es política y toda individualidad es artística. O sea, la individualidad solo es la forma en que nos representamos a nosotros mismos fuera de cualquier colectividad.
En la primera sección, titulada “El acróbata”, la acción se divide en dos. Por un lado, nos habla de G, un hombre, un artista, que decide empezar a pintar “al revés”. Será su mujer quien vea en esta técnica una representación perfecta del estigma femenino, como desde el punto de vista patriarcal la mujer no es más que una inversión literal del mundo ordenado de los hombres. Paralelamente, nos hablará de una mujer salvajemente atacada en el parque y cómo en su papel de víctima pierde cualquier identidad propia y solo pasa a ser una identidad gregaria a la potencia de su atacante.
En la segunda, titulada “La partera”, G es una mujer cuyo marido controla hasta domesticar su arte y denegarle cualquier poder en sí mismo. Solo es arte en cuanto a “mujer de”, no en cuanto a “arte de”. Paralelamente, la narración nos traslada a una misteriosa isla mediterránea llena de tensiones entre idealismo y realidad, que en este caso iguala a irrealidad. En la tercera sección, “El calvadista”, Cusk nos habla de una escultura llamada G que se ve obligada a cancelar una exposición tras el sorprendente suicidio de un hombre durante su inauguración. Y en la cuarta y última sección, llamada “El espía”, G es un cineasta marcado por una madre dominante y castradora.
Como vemos, la mujer centra las cuatro historias, o como motor castrado o como motor castrador. Cusk quiere criticar el robo institucionalizado de la identidad propia de la mujer. Esto marca a fuego su capacidad de representarse a sí misma, o sea, escaparse del yo genérico o el yo de género, o sea, del yo mujer. En arte, una mujer es todas las mujeres, y esto, como es lógico, pone de los nervios a Cusk.
Esto, en teoría, es fascinante, pero narrativamente Cusk no logra dominarlo al cien por cien y a veces su discurso es confuso. También hay un problema de descompensación entre las cuatro historias. La primera es alucinante y la tercera es maravillosa, pero las pares no están al mismo nivel, con lo que cuando las lees te hacen añorar a las pasadas. Es una obra accidentalmente melancólica, es curioso. Aun así, en una lectura global, hay que agradecer a Cusk su ambición por buscar nuevas formas de plasmar un discurso artístico narrativo. La novela tiene más aciertos que fallos, y como esas bellezas exóticas, imperfectas y algo “raras”, el relato es apasionante. No enamora, pero ¿y qué? Fascina, y eso es algo que la mayoría de libros pagarían por conseguir. ∎