Conviene rescatar del olvido a Raúl Núñez (1946-1996). Soy de la generación que lo descubrió gracias a las magnéticas columnas que escribía a principios de los años noventa en la ‘Cartelera Turia’, pero para entonces el escritor bonaerense ya gozaba de una singular carrera literaria que incluso le reportó dos adaptaciones al cine: “La rubia del bar” (1986), bajo dirección de Ventura Pons y con música de Gato Pérez, y “Sinatra” (1988), a cargo de Francesc Betriu, con Alfredo Landa en su rol protagonista y canciones de Sabina y Pancho Varona. Antes de ellas llegó “Derrama whisky sobre tu amigo muerto”, su debut en el ámbito de la novela tras la publicación de varios poemarios. Fue originalmente publicada en una colección de la revista ‘Star’ en 1979, y ahora la rescata Efe Eme en un acto de justicia: es una novela tan difícil de imaginar trasladada a los fotogramas como rotundamente genuina para su época, por cuanto evocaba a Raymond Carver o a Bukowski como casi nadie más hacía en España en aquel momento. Tampoco se revela desfasada ni excesivamente deudora de su época. Raúl Núñez vivió en Barcelona y en Valencia, y era carne de barrio chino de ambas ciudades portuarias, que conocía muy bien. Un cronista del submundo, dotado de un estilo crudo, directo y sin contemplaciones. No sé si hoy en día sortearía el cedazo de la hipercorrección política.
Los personajes de esta novela, inequívocamente localizados en el Raval barcelonés aunque no se mencione, irradian una tremenda ternura pese a su condición de despojos humanos. La de Núñez es una literatura lumpen despendoladamente imaginativa, tan delirante a veces que se sitúa en los límites de la cordura (o del delirium tremens), revestida con un ácido sentido del humor. Es difícil acallar la carcajada leyendo “Derrama whisky sobre tu amigo muerto”, pero no por ello sus páginas dejan de denotar cierta gravedad en torno a la situación de su protagonista, escritor de novelitas del Far West que malvive en un hotel de mala muerte y a quien se puede contemplar sin complicaciones como trasunto de su propio creador. Núñez fue un kamikaze que se fue demasiado pronto –falleció en 1996, con apenas cincuenta años–, pero dejó una profunda huella gracias al vigor narrativo de relatos como este, poblado por personajes como Billy el Desnarizado, Nanny Gras, el Fakir Opiáceo y otros ejemplares de una sórdida fauna nocturna que (y ahí quizá resida la única asincronía) bien puede estar en vías de extinción por mor de la gentrificación que transforma el casco histórico de nuestras ciudades. ∎