Eduardo Manostijeras y E.T.: mitos atemporales.
Eduardo Manostijeras y E.T.: mitos atemporales.

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Resurrecciones vintage (¿o regresiones pandémicas?)

Un anuncio nostálgico a propósito de “Eduardo Manostijeras” en la media parte de la Super Bowl ha tocado la fibra y activado un remix cultural en la memoria de varias generaciones de espectadores. ¿En qué se ha convertido nuestra memoria cinéfila? ¿Son ahora los recuerdos culturales emo pop un material de primera para los publicistas? El filme de Tim Burton y, también, la utilización de “E.T., el extraterrestre” para un comercial de internet nos da pie a reflexionar sobre ello.

El anuncio de Cadillac revive la nostalgia con “Eduardo Manostijeras”.

1.

No hay que ser un filósofo pop o un médium/influencer de Instagram para advertir que estamos viviendo momentos raros. “Strange days, indeed”, cantó John Lennon en “Nobody Told Me”. Puede ser, dale, es cierto. Ya no se trata de que “nadie nos dijo nada”. Ahora nos están mostrando –con lujo de detalles– más rarezas de las necesarias. Uno se marea. Estamos, al parecer, de salida o, al menos, en medio de una reinvención tan entramada como inesperada e inimaginable. Este es “el momento”. Ingresamos sin aviso a la fantasía del adolescente enojado con el mundo (“deseo que todo se acabe, que todo este puto mundo se venga abajo”). Y si el universo adolescente es traer “ese universo a su cuarto”, objetivo logrado, puesto que ahora no podemos salir de esa misma habitación, piso o departamento. La meta es ir de la cama al living. Ahora te llega para vivirlo de manera vicaria. Se mira, sí, pero no se toca.

2.

Acotar que este año (que sigue y sigue, se alarga, se funde con el 2020, ese que escribió Stephen King, es parte innegable de él) ha sido en extremo extraño y “medio de ciencia ficción” es redundante. No lo diré. Sí, aprovecharé de insinuar (de alegar, para hacerle un guiño a mis amigos abogados) que, de pronto, el pop se volvió el espejo donde podemos vernos reflejados. Ya no es tanto el mundo que queremos, sino que se parece un poco al que temimos. Más que el Año del Buey, al parecer, esta es la era de los espejos negros.

    3.

    El rol del cine y todo lo que podemos denominar pop (todo lo que nos importa y nos salva, todos aquellos libros, canciones, series y discos) que nos han “apañado” y hecho que sea “más llevadero”, ha sido fascinante. Las salas, quizá, están cerradas y el streaming casi colapsado, pero desde hace mucho tiempo que el cine (para cerrarme en un nicho) no ha sido digerido con ojos tan abiertos, con mentes tan palpitantes, con corazones tan necesitados. No es que las películas (clásicas, nuevas, de serie B) hayan mejorado, no. No es eso. Lo que pasa es que ahora las procesamos mejor. O, al menos, de otra manera.

    4.

    De pronto, todo aquello que toca nuestra extraña cotidianeidad pareciera que son señales. Advertencias. Mensajes de otra época. Por eso es curioso volver a ver (rever o ver por primera vez de adulto) filmes que tienen más de treinta años. Es toda una experiencia. Sirve para ver cómo nos estaban advirtiendo o cómo ha cambiado el mundo o, lo que aterra y altera más, cómo hemos cambiado. Regresar es ingresar a un viaje por un portal pop.

    “E.T., el extraterrestre”, inspiración para un anuncio de conexión a internet.
    “E.T., el extraterrestre”, inspiración para un anuncio de conexión a internet.

    5.

    Durante la pandemia, justo cuando comenzaban las primeras vacunaciones en masa, volví a ver “E.T., el extraterrestre” (1982) de Steven Spielberg y “Eduardo Manostijeras” (1991) de Tim Burton. Lo hice pensando en escribir un artículo más grande, o apostar por un capítulo de un libro futuro. El asunto es que las volví a ver y esas dos me llevaron a obras como “Gremlins” (1984) y “Exploradores” (1985) de Joe Dante, “La gran aventura de Pee-Wee” (1985), “Ed Wood” (1994) y “Mars Attacks!” (1996) de Tim Burton, “Encuentros en la tercera fase” (Steven Spielberg, 1977), “Poltergeist” (Tobe Hooper, 1982), “Los Goonies” (Richard Donner, 1985), “Jóvenes ocultos” (Joel Schumacher, 1987; “Generación perdida” en Chile, “Que no se entere mamá” en Argentina) y así. Así y así y así. Vi mucho más de lo que debí ver. Fue algo regresivo. Sin duda. Una suerte de pesadilla teenager de la que recién estoy intentando despertar.

    6.

    No voy a escribir aquí de “E.T.” o de “Edward Scissorhands” porque da para mucho y ya han sido ultraanalizadas. O, a lo mejor, no tanto, puesto que fueron más bien miradas en menos en su momento y tachadas de entretenimiento para chicos o, directamente, de “basura yanqui comercial”. Ambas me gustaron mucho. Quizá las vi algo mayor, cuando caí rendido con la fábula del chico incompleto, que tiene tijeras en vez de manos, ya tenía dos libros propios en mi morral. Aun así, quedé fascinado, identificado y procesé todo como si se tratara de una versión suburbana del retrato de un artista adolescente. De eso iba la fábula de Burton: de cómo los artistas sensibles son obligados a aislarse del resto para crear o incluso sobrevivir. El artista es visto con sospecha, está condenado a la soledad.

    7.

    Mi lazo con Spielberg se ha enfriado, pero sin duda es de respeto y admiración. Prefiero su primera época. Por un tiempo, breve, pero intenso, Burton me pareció Dios. My own personal Jesus. Luego de “Mars Attacks!” o “Sleepy Hollow” (1999), algo se quebró. Ahora ni siquiera voy a ver sus películas. No lo odio. Es algo peor: no me interesa.

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    8.

    En medio de estas familias ochenteras o noventeras fracturadas, o ideales-pero-rutinarias, surgía el personaje del chico (casi nunca era una chica) que vivirá una experiencia. Ya sea con un gremlin, con extraterrestres varios, en una nave espacial casera o al juntarse con vampiros guapillos muy a la moda. Elliot está solo y sueña con un amigo. ¿O sueña con un padre que además puede ser su amigo? Edward es, quizá, la excepción, pues es huérfano de padre y nunca tuvo madre. El chico con el pelo enmarañado es raro por todos lados, incluso es anómalo a la hora de contar su relato. En la obra cumbre de Burton, que transcurre en los años sesenta antes que llegaran los hippies y Joan Didion, Edward es el raro. Aquí el protagonista es el que “baja” a la normalidad suburbana para aterrarse y sufrir de paternalismo, fascinación, deseo y repulsión. De pronto, el sabor del mes, el chico de moda, se vuelve un paria. Debe volver corriendo a su castillo gótico solitario. Los extraterrestres no creen en la inmigración ilegal y regresan rápido a sus planetas de origen, aunque a veces destruyen lo que encuentran acá. En la cinta de Spielberg, Elliot se queda y el alien parte de vuelta.

    9.

    Cuando vi “E.T.” y “Eduardo Manostijeras”, pensé: son tan perfectas que nunca tendrán una secuela. ¿Qué más se puede agregar? Insisto: cuando pasan más de 30 años o cuando ya no eres tan joven o adolescente o, lo que es peor, vulnerable, todo parece verse por primera vez. A lo más, aparecen destellos de algo semejante, como un déjà vu. “Esto me suena familiar” cede pronto a “no me acordaba que pasaba eso”. Vi estas dos cintas de nuevo, una tras otra. Son mejor de lo que creía, mejor de los que las recordamos. Ambas, por cierto, son en extremo adolescentes. Verdaderos portaviones de la cultura emo pop, dos hitos claves en la formación del chico distinto o del millennial que las vio en VHS y ahora intenta, a costalazos, crecer.

    10.

    ¿A qué llamamos secuela o spin-off o segunda parte? ¿Pueden dos clásicos revivir en forma de avisos? Al parecer sí. Todo es legítimo si se disfraza de nostalgia. De un tiempo a esta parte, al parecer los que marquetean el pasado tienen algo de razón: el antes era más simple que el ahora. Vivan los 90, que regresen los 50.

    “Eduardo Manostijeras”: Johnny Depp & Winona Ryder.
    “Eduardo Manostijeras”: Johnny Depp & Winona Ryder.

    11.

    Las mejores segundas partes (o revisiones o regresos) tienen más que ver con el paso del tiempo que con una nueva aventura. De ahí lo potente de “El padrino II” (Francis Ford Coppola, 1974), que regresa a un antes y al mismo tiempo avanza hacia un después, y acaso también de la reeditada coda denominada “El padrino III” (Francis Ford Coppola, 1990).

    12.

    Pues bien: han pasado los años y son tiempos raros, tanto que los 80 son considerados gloriosos. Y ahora hay dos secuelas o continuaciones o puestas al día. Ambas son artefactos curiosos, entre otras razones porque son comerciales, tienen una duración superior al aviso típico (la supuesta libertad de las redes sociales). Los dos casos (E.T. regresa a visitar a Elliot; el joven Manostijeras tuvo un hijo con Winona Forever), además, cuentan con parte del elenco, con el permiso de sus creadores, pero fueron realizados por otros. Ambos minifilmes desean venderte algo usando la nostalgia y la posibilidad de que suceda algo imposible, inaudito.

    13.

    El regreso de E.T., cortesía de la telefónica americana Xfinity, se adelantó a la actual locura, pues es de la navidad de 2019. ¿O estaba anunciando algo? El comercial de Cadillac (sin necesidad de llaves, un auto electrónico tipo “Los Supersónicos”, aunque no vuela) es de comienzos del mes de febrero (el más comentado de los comerciales del Super Bowl, en plena pandemia, con Joe Biden, el presidente más Alan Arkin de todos los que han habitado la Casa Blanca) y se hizo “con protocolo pandémico”, es decir, al filmarse y concebirse, los realizadores tenían claro que lo que era extraño el año 1990 ya no lo es tanto.

    14.

    Citaría ambos directores, pero para qué: los cortos estuvieron a cargo de eficaces realizadores publicitarios que saben copiar.

    El regreso de E.T., cortesía de la telefónica americana Xfinity, en una reunión navideña.

    15.

    La idea de E.T.-Regresa-a-Tierra es simple y emociona, estruja la nostalgia y el paso del tiempo (Elliot ya no es un chico, pero tiene hijos que se visten como él lo hacía en 1982). El mundo ya no es igual que a comienzos de los 80. Lo más importante, al parecer, ha sido la irrupción de internet. E.T. pone cara de no entender, pero el hijo le hace un gesto: el cerebro estalló. De hecho, parecería que Elliot padre (el mismo Henry Thomas con más de 50) pasa todo el día al frente de su ordenador. E.T. aprende lo que son los juegos con realidad simulada 3D. Sigue adicto a las golosinas de mantequilla de maní. E.T. posee un tipo de internet que es casi más notable que la nuestra y que, al parecer, tampoco existía cuando se quedó en la película original. Elliot al final terminó bien. No es un raro, tiene una casa estupenda de dos pisos en un suburbio arbolado donde cae la nieve. Posee una familia. Tiene internet. El extraterrestre también tiene familia. Eso es lo que importa: estar unidos, aunque estemos lejos. El comercial de Xfinity no menciona Zoom, pero sin querer se adelantó unos meses. El mensaje, que este comercial remixea, es el clásico: sin una buena señal de banda ancha el que se va a volar la cabeza eres tú. Antes, al parecer, cuando decíamos adiós, era como abordar un barco. Era cercenar todo lazo. Ahora, no hay forma de cortar. Todos estamos conectados, aunque todos sabemos que esta fantasía no es del todo cierta.

    16.

    Mientras Netflix se dedica a diseccionar la nostalgia guiándonos por el making of de ciertos clásicos, la elegante marca de autos Cadillac apuesta por los suburbios americanos teñidos del azul demócrata. Han pasado treinta años. “Edward Scissorhands” se estrenó en noviembre de 1990 en Hollywood. Winona Ryder, como todos saben, terminó con Johnny Depp y ambos han tenido unas vidas y unas carreras curiosas. Winona está mejor y es la matriarca ochentera de “Stranger Things” (Hermanos Duffer, 2016-presente). Aquí vuelve rubia, con el pelo corto, viviendo en un suburbio casi idéntico al de la película de Burton. Depp no aparece. Quizá murió o lo mataron o regresó, pero, antes, tuvieron sexo una noche de verano ardiente detrás de un arbusto con forma de dinosaurio. No queda claro. Se establece que tuvieron un hijo: Edgar. Y de tal palo, tal astilla. Edgar tiene tijeras en vez de manos y es como un Trent Reznor adolescente, muy flaco y encarnado por Timothée Chalamet, lo que implica que el tema testosterona o macho alfa o gimnasios-con-pesas es algo ajeno al universo de este chico símbolo de la nueva masculinidad que, antes de ser estrella, es sobre todo sensible. Basta ver sus trabajos anteriores, partiendo por “Mujercitas” (Greta Gerwig, 2019) o “Call Me By Your Name” (Luca Guadagnino, 2018). Es el chico que siempre llora, que no teme ser sensible, que es distinto, y esa es su fuerza. En ese sentido, no siente piedad de sí mismo, a lo más sueña con escapar.

    Timothée Chalamet como el descendiente de Eduardo Manostijeras.
    Timothée Chalamet como el descendiente de Eduardo Manostijeras.

    17.

    Digresión: “Eduardo Manostijeras” parte y termina con Winona Ryder, como abuelita, contando un cuento que “sucedió hace años”. Es uno de navidad y está nevando, eso que es un sitio tipo California o Florida, por lo que la nieve sale del hielo que pica con sus manos este artista en el exilio. ¿Esta chica, esta nietecita que está en la cama, es hija de Edgar, como se llama el hijo? ¿O es la nieta de un marido que murió y que no conocimos? El comercial de Cadillac no ocurre tan en futuro como para que Winona se parezca a Sylvia Sidney, la veterana actriz fetiche de Burton, que fue una estrella en los veinte y treinta del siglo pasado. El comercial transcurre en una época parecida a la nuestra. El vestuario de Edgar ya no asusta, parece comprado en H&M. Corta piñas, trabaja en un local de comida rápida y, como todo adolescente, se sumerge o escapa con juegos de realidad simulada.

    18.

    En el comercial, Edgar, hijo de Edward, es torpe, es emo, es melancólico, al parecer se pinta con el maquillaje de mamá. Sin querer se daña, destroza los buses, es víctima del bullying, tal como su padre. La madre decide alterar su destino regalándole ruedas. Desde “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955) que los autos son claves para la independencia de los adolescentes. La gran diferencia aquí es que sus tijeras no son estorbo. La camioneta suburbana Lyriq (“el super cruiser”) no necesita manos. Se conduce solo. La pregunta que el comercial no se atreve a responder es: ¿cuál es el destino de Edgar? ¿A dónde va? ¿Escapará a suburbia y se irá a Wuhan? ¿Al campo? ¿A Silicon Valley?

    19.

    Una cosa es clara: nuestros sueños, ahora, son publicidad. De largometrajes blockbusters pasamos a spots prémium. ¿Involución? Creo que sí. El que regresa a esos momentos en que cree que fue feliz podrá llenarse de emoción y alejarse del presente que le parece sustancialmente peor. Ambos comerciales vuelven al futuro para dejarnos en un presente que es mejor al que estamos viviendo. Nuestras ansias han sido aplacadas: Cadillacs sin llaves y un internet, tan potente y confiable, que llega hasta otros planetas. Antes los más cinéfilos reclamábamos cuando las segundas partes eran malas o gozábamos cuando ciertas secuelas intentaban internarse por otras rutas: la comedia adolescente cachonda en “Tiburón 2” (Jeannot Szwarc, 1978); el deseo de los abuelitos de quedarse en tierra y ser mortales en “Cocoon: el regreso” (Daniel Petrie, 1988). En el caso de estas versiones publicitarias, lo que nos subrayan tiene algo aterrador: la gente está condenada a repetir todo como un loop. No se puede escapar. Tienes un affaire de una noche con un rockero de cuero y tu hijo te saldrá igual. Te despides de un amigo para siempre e internet no te permitirá no saber más de él a no ser que lo bloquees. ∎

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