#1 PELÍCULA 2019

Retrato de una mujer en llamas

Céline Sciamma

Con su cuarto largometraje, Céline Sciamma se confirmó como una de las realizadores imprescindibles del cine contemporáneo. Una película “de época”, ambientada en el siglo XVIII, que interpela sobre cuestiones de hoy. Amor y clase en un filme íntimo que arde con el fuego de la pasión. Alex D’Averc escribió esta crítica. Fue la mejor película del año en las listas de Rockdelux en 2019.

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Si nos fuera preciso mostrar a una civilización alienígena que la desconociera en qué consiste la pasión amorosa, cuáles son los signos externos que la delatan cuando todavía permanece agazapada, qué tipo de alteraciones sensoriales produce, cómo son los mecanismos que la desencadenan o los estímulos que la alimentan y cuán profundo es el misterio de sus raptos volcánicos, pero también cuán poderoso el influjo del medio y las convenciones para embridarlos, “Retrato de una mujer en llamas” sería uno de los tratados en imágenes más minuciosos e intuitivos, más llenos de delicadeza sin afectación, que podríamos ofrecerles.

Ahorraríamos a nuestros visitantes, no obstante, la sorpresa ante el hecho de que una película tan matizada y adulta lleve la firma de Céline Sciamma, cuyos anteriores títulos, “Tomboy” (2011) y “Girlhood” (2014), dedicados a personajes en los quicios de la pubertad, ya insinuaban un ojo fino para la captación de detalles, sensaciones y ambientes, pero presentaban los afectos de maneras más efervescentes y hormonales y estaban lastrados por su empeño en probar una tesis –la que enuncia que el género es una construcción social– que encorsetaba un poco los relatos.

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Lo que no significa que esta historia sobre una pintora del siglo XVIII, comisionada por una declinante familia de la burguesía rural bretona para pintar el retrato que quieren mandar de su hija a su prometido pese a la negativa de esta, y cuyo progresivo acercamiento despertará el deseo entre ambas mujeres, no busque dejar también una impronta política. La elección de una puesta en escena muy diáfana y espontánea que naturaliza en la pantalla una relación contra la norma, la noción de fondo de que la representación artística de la mujer ha servido históricamente como un resorte más de control y suplantación de su verdadera identidad o el interesante apunte de que ciertas fórmulas de solidaridad femenina al margen de la clase y sustraídas a la supervisión de los hombres han funcionado desde siempre son, sin duda, declaraciones ideológicas. Solo que, en esta ocasión, emanan de la narración de una forma orgánica y nada dirigida.

Pero si este “Retrato de una mujer en llamas” se ha erigido en uno de los filmes más relevantes de 2019 no es solo por la mirada original sobre el pasado que ofrece o por el diálogo perspicaz con la contemporaneidad que entabla, sino sobre todo por las extraordinariamente sugestivas relaciones entre amor, creación y memoria que establece: porque pocas veces el amor, visto como una ordalía iniciática que, una vez deja atrás la turbación primera y su riesgo de extravío ilumina la mirada, afina los sentidos, ordena la mente, enriquece la vida interior y permite así el acceso a un conocimiento superior y a unas facultades creativas más altas, se ha plasmado de un modo tan convincente e irresistible en lo que, en última instancia, es uno de sus frutos más refinados: una película –un retrato– capaz de cristalizar su recuerdo y proclamar su fuerza emancipadora para siempre. ∎

Amor sin límites.
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