Si nos fuera preciso mostrar a una civilización alienígena que la desconociera en qué consiste la pasión amorosa, cuáles son los signos externos que la delatan cuando todavía permanece agazapada, qué tipo de alteraciones sensoriales produce, cómo son los mecanismos que la desencadenan o los estímulos que la alimentan y cuán profundo es el misterio de sus raptos volcánicos, pero también cuán poderoso el influjo del medio y las convenciones para embridarlos,
“Retrato de una mujer en llamas” sería uno de los tratados en imágenes más minuciosos e intuitivos, más llenos de delicadeza sin afectación, que podríamos ofrecerles.
Ahorraríamos a nuestros visitantes, no obstante, la sorpresa ante el hecho de que una película tan matizada y adulta lleve la firma de
Céline Sciamma, cuyos anteriores títulos,
“Tomboy” (2011) y
“Girlhood” (2014), dedicados a personajes en los quicios de la pubertad, ya insinuaban un ojo fino para la captación de detalles, sensaciones y ambientes, pero presentaban los afectos de maneras más efervescentes y hormonales y estaban lastrados por su empeño en probar una tesis –la que enuncia que el género es una construcción social– que encorsetaba un poco los relatos.