“Rompan todo”, la más debatida deconstrucción de la historia del rock en América Latina.
“Rompan todo”, la más debatida deconstrucción de la historia del rock en América Latina.

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“Rompan todo”: el debate

A este lado del Atlántico, la serie-documental de Netflix sobre rock latinoamericano ha encendido la discusión pública de una manera comparable a las pasiones políticas preelectorales. Quién falta, quién sobra, quién habla y quién calla son hilos de extensión infinita en las columnas para medios y los intercambios en redes (sí, hasta con memes). Especialistas en ocho países efectúan para Rockdelux el control de daños de “Rompan todo”, la más debatida deconstrucción histórica de la temporada.

Si el objetivo de una serie documental es instalarse en el debate público, el equipo de “Rompan todo. La historia del rock en América Latina” (Netflix, 2020; dirección de Picky Talarico) no puede hoy más que estar brindando. Incluso si buena parte del debate en los países aludidos lo han conformado reproches (multicausales) a sus decisiones de producción y de guion, tan solo la amplitud y viveza de la discusión aún en marcha ha llegado a imponer como un deber armarse una opinión al respecto. Pasar por sus seis capítulos (de entre 45 a 55 minutos cada uno) ha sido una de nuestras pocas obligaciones sociales en pandemia.

Nutrida de entrevistas frescas a músicos no siempre fáciles de pesquisar en medios, en un coro interfronterizo nunca antes desplegado con similar foco, “Rompan todo” es una miniserie periodística de insumos dignos de la atención, pero que buscando una síntesis de convocatoria se autotendió su propia trampa: “La historia del rock en América Latina” es un subtítulo sobreabarcador, quimérico e impreciso para un relato que ha optado por una inevitable aunque llamativa parcialidad. Al criterio de selección para sus tiempos, protagonistas y capitales, cronistas musicales activos en ocho de los países aludidos les exigen a continuación legítimas explicaciones.

1. ¿Qué rescatas como positivo del debate que ha generado “Rompan todo”, en medios, redes sociales y conversaciones?

2. ¿Cuál es, a tu juicio, lo más fuerte de la serie? ¿Y lo más débil?

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PERÚ: Fernando Pinzás

Cronista e investigador independiente en ‘La Primera’, ‘SoHo’, ‘Publimetro’. Dicta el taller virtual “No rompan todo. Historia del rock peruano”. Músico electrónico y compositor en el grupo Varsovia.


1. Sinceramente, el debate sobre la serie creo que ya se ha excedido. Es solo eso: un documental, entre tantos que hay, con una determinada visión sobre un determinado género musical. Hay muchos otros trabajos tanto escritos como audiovisuales que tratan mejor el tema. Imagino que, por tratarse de Netflix, inevitablemente hay un impacto en la opinión pública. Lo que rescato es que el tema del rock sea al fin objeto de debate entre académicos, investigadores, intelectuales o intelectualoides; gente que cree saber mucho pero que en muchos casos ignora varios aspectos de la cultura popular. En ese sentido, considero que un buen disco es un aporte cultural igual de valioso que una novela; suena lógico, pero muchos intelectuales, al menos en el Perú, están desconectados de eso. En el Perú he visto que mucha gente se ha preguntado sobre la poca presencia de nuestros artistas de rock. Algunos lo tomaron de manera personal. Lamentablemente, el impacto del rock peruano a nivel regional es menor que el argentino. Eso, por supuesto, no tiene una relación directa con la calidad de la música. Pero creo que buena parte del rock peruano ha estado desconectado de lo popular, cosa que no pasa en Argentina. Perú no es un país rockero, es más un país que disfruta la música para bailar, como la cumbia, la salsa o el reguetón o la canción romántica, antes que la música para escuchar. Es un tema propio de nuestra cultura y, por supuesto, hay que respetarlo.

2. El punto fuerte o, en todo caso, mi preferido fueron los capítulos dedicados a la primera época del rock en esta parte del continente; aunque, claro, le dan más énfasis a Argentina y a México. Quizá el problema sea lo ambicioso del título del documental. No puedes pretender abarcar la historia del rock en América Latina. Además, América Latina no es algo homogéneo. Nuestros países han sufrido dictaduras, guerrillas, agitación social, pero con sus claras diferencias. Así, por ejemplo, no es lo mismo la dictadura de Velasco Alvarado, nacionalista, antimperialista, apoyada por los movimientos de izquierda y por artistas de vanguardia, que la dictadura de Pinochet, que más bien perseguía a todo lo que fuese sinónimo de cultura. Creo que es valioso que se hable del movimiento de “Rock en tu idioma” y de grupos como Soda Stereo, Maná o Café Tacvba, que fueron enormemente populares a nivel regional. Pero no se puede medir el impacto del rock a partir de lo masivo o industrial. En realidad, no tengo que criticar mucho esta serie porque cumple con sus propias metas. Pero hay otros aspectos, como el underground, que no se tocan en ningún lado. Es justo que se critique la preminencia de Argentina y México. Pero, digamos, si se hiciera un documental sobre el rock en Europa, sería lógico que Inglaterra y Alemania tengan más presencia que Suecia o Finlandia. Como una iniciativa de Gustavo Santaolla, el documental cumple su objetivo, pero si quieres conocer la historia del rock en América Latina, no bastaría con una serie documental. Tendrías que pasarte años de leer libros, revistas, ver documentales y, sobre todo, escuchar la música. Y sacar tus propias conclusiones.

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COLOMBIA: Diego Ortiz

Editor ‘Rolling Stone’ en español.


1. Cómo se ha recordado el legado del rock latinoamericano a través de un par de décadas muy importantes, como fueron los 80 y los 90. A su vez, eso lo ha convertido en un debate muy adulto, digamos que un poco alejado de las nuevas generaciones. La serie ha sido muy positiva para generar interés y quizá para pensar un poco en qué ha pasado con el rock latinoamericano después de estos íconos que aparecen como protagonistas. Se han sumado pocas pero buenas cosas en los últimos años, aunque de repente no han alcanzado la misma regionalidad.

2. Respeto el punto de vista de los realizadores. Es una opinión más, como pudiera tenerla cualquier aficionado, especialista o crítico. Pero es un poco triste que toda una historia se cuente de una manera tan parcializada, desde un punto de vista histórico muy argentino. Se pasaron por alto varios nombres muy importantes para la historia del rock en español, como Caifanes y muchos otros. Con más atención a la territorialidad y las diferentes regiones, el resultado hubiera sido más heterogéneo. Creo que el punto más fuerte definitivamente es la nostalgia que genera ese amor que ha despertado la serie en todos los que amamos el rock latinoamericano: nos trae recuerdos muy especiales y eso es muy valioso, pues no había hasta ahora un documento similar.

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ARGENTINA: Romina Zanellato

Periodista feminista en 'Latfem' y 'Rolling Stone Argentina'. Autora de “Brilla la luz para ellas. Una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020”.


1. El debate fue amplio, rico y, también, crudo. Lo más positivo fue notar la pasión que el público latinoamericano sigue teniendo en relación al rock, que lo sentía envejecer sin muchas emociones, por lo menos desde el mainstream. El relato del documental responde a una “historia oficial” que es incompleta y módica, una quisiera que hubiera durado más, que el guion fuera mejor en los últimos episodios; y creo que eso es lo que se le criticó fuertemente, además de un descarado abuso del relato del productor ejecutivo Gustavo Santaolalla. Siempre se le exigirá más a los productos comerciales porque a) tienen financiamiento y distribución asegurada, y b) tienen por título esas frases totalizadoras como “La historia del rock latinoamericano”. El nombre del documental es, para mí, uno de los errores más graves, porque, además de delimitar desde su nombre que esa es la única historia y no otra, expulsa al público que lo está viendo. El rock no solo es un género musical, es un movimiento y una cultura (o lo fue); entonces, como tal, interpela nuestra identidad. Si nuestra historia personal es distinta a la que se anuncia como la única historia posible, bueno, me están excluyendo, me estás negando, me voy a enojar. Y eso creo que fue lo que pasó.

Otra cosa que rescaté de la serie fue la noción latinoamericana que nos brindó MTV Latino a quienes crecimos frente al televisor pos-1994 y pre-2000. Esa información tan fluida de las bandas chilenas, colombianas, mexicanas, brasileñas, peruanas... con el público de rock no se tuvo nunca más. Ningún otro medio pudo suplir ese lugar que dejó MTV Latino. Cuando el negocio cambió, quienes perdieron fuimos nosotres, el público.

2. Lo más interesante del documental fueron las entrevistas. Escuchar a Andrea Echeverri hablar de aquellos años cuando salió Aterciopelados, ver a los mexicanos contando cómo fueron sus comienzos y cómo fue el impacto de Soda Stereo, o esa entrevista –que sentí tan corta– a Jorge González y la enorme influencia de la música de Los Prisioneros en el rock latinoamericano. Tiene pequeños momentos muy buenos, pero todo el tiempo da la sensación de que es una muestra, de que es poco, de que apenas es un relato a vuelo de pájaro.

El punto más débil, para mí, es la inclusión a la fuerza y de manera superforzada de las mujeres en el último episodio. El guion falla por todos lados, incluso cuando el gesto parece ser positivo. Las mujeres aparecen en dos momentos y en ambos son como actrices secundarias: tanto al inicio del rock en cada país como al final; es como si en el “durante” de todas estas décadas no hubiera habido ninguna. El último episodio es la muestra de eso, es como un gesto de “uh, nos olvidamos de poner minas, hagamos un clip rápido de tres minutos con algunos nombres que nos acordemos”, y metieron ahí a algunas artistas al azar. Podrían haberlo resuelto de otra manera.

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URUGUAY: Gabriel Peveroni

Conductor de “Ojos Rojos” en TV Ciudad-Montevideo. Periodista y escritor, autor de la novela “Los ojos de una ciudad china”.


1. Lo que rescato como positivo es, ni más ni menos, el debate que genera el “gran error” y la posibilidad de que este posibilite un replanteo de las diferentes identidades, culturas y subculturas relativas a la cultura rock en Latinoamérica. No se trata solamente de disentir sobre las omisiones y las ausencias, que son muchas y en algunos casos relevantes, sino preguntarse de qué estamos hablando cuando se intenta hablar de rock (o de cualquier otra cosa) en una región que tiene varios nodos de poder y una amplia geografía periférica. “Rompan todo” no es más que lo que es, no hay que darle tanta vuelta: es una producción de Netflix y, por lo tanto, es un documental que construye un relato para grandes audiencias con un formato panorámico-superficial (¿hay otro?) que busca legitimar uno de tantos relatos posibles desde una mirada abarcadora, sin que le interese entrar en debates sobre lo colonial, conflictos transculturales ni la difícil relación entre centro/s (Argentina, México, un poco Colombia) y periferias. 

2. Cumple con echar una mirada didáctica sobre algunas cosas que sucedieron relativas al rock en Latam, sin grandes equívocos en líneas generales, pero sin profundizar y poniendo el lente más sobre los artistas exitosos y el desarrollo de la industria que en otros temas. Pero todo esto no debe sorprender, como tampoco debe sorprender la no inclusión de Brasil, un continente musical que se entiende que no interactúa demasiado con nosotros, pero que al mismo tiempo no se puede obviar. Pongamos el caso “menor” de esa zona fronteriza con lo brasileño que es Uruguay, Montevideo, y esto explica en parte la omisión que se hace sobre El Kinto o sobre las variantes del candombe-beat, de una corriente de fusión que estimo debería ser trascendente en una mirada-Santaolalla pero que en definitiva no aparece. ¡No se menciona a Eduardo Mateo, uno de los cinco genios de la música beat latinoamericana!

¿Qué es el rock en Latinoamérica? ¿Tiene algo que ver con lo que muestra el documental de Netflix (me niego a decir “el documental Santaolalla”)? Creo que es un buen material didáctico, que no agrega más información que una nota larga en una revista que eche un panorama simplificador sobre un movimiento heterogéneo al que no parece conveniente abordar en una simple línea de tiempo y saltando de hito en hito sin acercarse a desvíos, bordes o agujeros por cierto más interesantes. El rock, por otra parte, y también en Latam, es un cadáver, por lo que este tipo de abordajes no hacen más que potenciar reacciones nostálgicas y de identificación sobre diversos y muchas veces contradictorios gustos musicales, y ahí se entiende tanto el éxito que ha obtenido su exhibición como el debate sobre las omisiones. No es, entonces, un documental polémico, en el sentido de incidir en los movimientos contemporáneos (lo que, de alguna manera, legitimaría miradas provocadoras y de riesgo), sino que se parece demasiado a una autopsia. Y en este caso es una autopsia demasiado simplificada, que se queda en la piel, en la superficie. Está muy bien hecha. El ritmo de montaje es excelente, se presentan registros audiovisuales únicos y en muchos casos sorprendentes, pero no deja de ser una autopsia interesada en conformar un relato más o menos previsible y complaciente con el sistema Netflix, con la industria musical, los artistas más exitosos y la mirada-Santaolalla.

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ESTADOS UNIDOS: Sandra Treviño

Reportera musical y comentarista en ‘Enchufate.com’, “World Cafe Latin Roots” en ‘NPR’, ‘Contratiempo’, ‘Lumpen Radio’.


1. Es interesante observar que muchas de las conversaciones se han basado en la exclusión de tantos artistas en base a perspectivas personales. Por ejemplo, estoy segura de que algunos de los grupos que yo podría nombrar y que no se incluyeron pueden parecer nuevos para otros. Como mi perspectiva y experiencia en el movimiento del rock latino se inclina hacia la falta de voces femeninas, esto trae a colación un tema doloroso sobre el ícono femenino aspiracional que sí expusieron. La voz de esa mujer y sus puntos de vista de vieja escuela sobre lo que debe ser una artista femenina son problemáticos.

2. Está realmente bien producido y las ilustraciones, entrevistas y música son maravillosas de experimentar. Es un tremendo impulso nostálgico. Lo más flojo es la ausencia de tantos artistas que impactaron el rock en español y lo convirtieron en una entidad sonora tan multicultural y compleja. Estos enormes vacíos no permiten ver la serie como un todo ni el fin de las perspectivas del rock en español, sino más bien un recordatorio a que deben exponerse más quienes fueron dejados atrás por esta perspectiva limitada. Vienen las ganas de involucrarse para que TODAS las voces que quedaron fuera de este documental tengan la exposición que merecen a través de más documentales. El título en este caso debió ser: “Rompan todo: mi experiencia con rock en Latinoamérica, por Gustavo Santaolalla”.


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CHILE: Claudio Vergara

Periodista musical. Editor sección Espectáculos diario ‘La Tercera’.


1. Más allá del ruido –a momentos, excesivo– que generaron las opiniones en torno al documental, rescato que la música haya vuelto a estar en el centro del debate: que se haya retomado el diálogo acerca de la identidad musical de los distintos países aludidos; que algunos músicos o periodistas de naciones que se sintieron marginadas del proyecto presentaran nombres o fases históricas para justificar su reclamo; que todo ello mostrara la riqueza creativa que cruza la región, incluso en años en que el patrón era replicar a los ídolos de la música anglo; y que se volviera a analizar con juicio crítico o elogioso la obra de ciertos autores o géneros que se abordan. Y, bueno, que también se haya vuelto a azuzar esa discusión infinita de qué es o no es rock, pero esta vez centrada en nuestro barrio.

2. Puntos más fuertes: esa suerte de intercambio cultural involuntario que propone una iniciativa como esta; o sea, estoy seguro de que muchos chilenos o argentinos se lanzaron a pesquisar en Spotify representantes del rock mexicano que nunca tuvieron eco más al sur, como Javier Bátiz o Neón. Y, al revés, imaginé con placer a un joven mexicano enterándose de la existencia de un grupo chileno llamado Los Jaivas que ya en los 70 hizo una fusión de rock y música de raíz que hoy se oye habitual en muchos playlist de Spotify consagrados al pop global. Despertar esa curiosidad bolivariana, más allá del resultado final, es un acierto.

Desde lo periodístico, destaco que haya reunido por primera y quizá última a gran parte de los grandes nombres del rock y el pop en nuestro idioma. Muchos de ellos no van a estar en diez o veinte años y “Rompan todo” funciona como el último testimonio –con todo lo que eso significa: artistas golpeados por problemas de salud, otros que parecen sobrevivientes de varias guerras– de una generación irrepetible.

Puntos bajos: que un documental de la historia del rock en América Latina no le haga honor ni sea riguroso con ese título. Es innegable que los epicentros artísticos sin contrapesos siempre han sido Ciudad de México y Buenos Aires y, en menor medida, Santiago, Bogotá, Lima o Montevideo. Pero habría sido interesante y justo haber incluido el impacto del rock en capitales como Caracas –con una escena muy inquieta desde los 60 y una de las grandes industrias del continente hasta los 80–, La Habana –donde sí se creó mucho rock pese al recelo de la Revolución–, La Paz, Quito o cualquiera de las ciudades importantes de Centroamérica. Es cierto que ninguna de esas latitudes tuvo un representante cuya fuerza regional se asemejara a la de Soda Stereo, Los Prisioneros o Café Tacvba; pero el rock fue una expresión tan telúrica que al menos habría sido pertinente mostrar cómo impactó en el flujo cultural de tales países. Ahí, de parte de los productores principales, o hubo pereza o indiferencia.

En segundo lugar, la estructura narrativa de “Rompan todo” es poco pulcra y a momentos avanza a tropezones. En el primer capítulo, si no conoces con cierto detalle el rock mexicano de esos años, estás en aprietos. En el episodio dedicado a los 90 se condensa todo de forma apurada para abarcar un decenio tan estimulante que perfectamente podría haber tenido una mirada más extensa. Esa puesta en escena atomizada hace que, por ejemplo, la obra de un artista como Luis Alberto Spinetta no se trate con la amplitud que merece, sino que solo como flashazos sin hilar sustentados en archivos, audios y menciones concisas de otros artistas. O que la parte final sea un forzoso cuoteo de mujeres donde intentan mencionarlas a casi todas, sin finalmente hacer foco en ninguna. El mensaje de “el futuro del rock está en las mujeres” puede que sea real, pero aquí suena a un eslogan tan vacuo como “Rompan todo. La historia del rock en América Latina”.


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VENEZUELA: Mercedes Sanz

Periodista y licenciada en Artes. ‘Ladosis’, web ‘Gladys Palmera’, ‘Indie hoy’, Integrante de la red de periodistas musicales de Iberoamérica. Coautora en “Cantoras todas. La generación del siglo 21”.


1. Traer a la discusión en estos tiempos digitales el tema del rock latinoamericano para una generación que básicamente consume pop, trap, reguetón y géneros afines: eso es maravilloso. Sembrar ese interés es una de las cosas geniales que ha provocado el documental. Por otra parte, discutir qué elementos caracterizan el rock latinoamericano, que no es una mera reproducción del anglosajón, es también necesario. Me ha gustado mucho el intercambio de información virtual entre países que hemos mantenido no solo los periodistas musicales e investigadores, sino también melómanos y músicos: esa experiencia no la habíamos tenido y se generó gracias a este documental. En Venezuela, más allá de las críticas y molestias por las muchas omisiones, este documental nos movió a buscar nuestro potencial dentro de esta historia, creo que ha dado pie a la creación de muchos proyectos para precisamente responder a esas ausencias.

2. Me gustó mucho el contexto político y social entregado, sobre todo cuando se habla de Argentina. El rock nunca es algo aislado; es un fenómeno sociocultural. Tener eso en cuenta es un ejemplo a seguir para futuros documentalistas o quienes emprendamos la investigación sobre cualquier tipo de música. Lo que considero más débil, por supuesto, son las grandes ausencias. Si bien todo documental responde a una mirada subjetiva de quien lo hace –en este caso, Gustavo Santaolalla–, y evidentemente impone preferencias y criterios, se podría por ejemplo haber matizado la sobrexposición de algunos artistas, como Soda Stereo, para darles más espacio a otros. Hay ausencias muy notorias, como el rock de Brasil, del que no se menciona ni el tropicalismo ni otras vertientes impactantes. Lo mismo con el rock centroamericano, boliviano, cubano. Venezuela no está presente, que aquí eso ha sido una discusión aparte. Algunos colegas te van a decir: faltó mencionar a Los Claners, Ladies WC, Desorden Público, Los Amigos Invisibles... tanta gente, desde los 60 hasta hoy; y es verdad. Pero el fuerte de Venezuela no es precisamente el rock, y yo elijo ver el documental como un acercamiento, una motivación para seguir investigando. En conclusión, su impacto ha sido más positivo que negativo; así lo veo yo.

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MÉXICO: Julián Woodside

Periodista e investigador, colaborador de ‘Indie Rocks!’ y actual candidato a doctor en Literatura Comparada.


1. Después del lanzamiento de la serie y las críticas correspondientes, he visto que mucha gente dice “por lo menos se está hablando de rock de nuevo”; y creo que no estamos viendo los problemas de fondo (y, honestamente, da mucha flojera esa idealización del rock como única forma de rebeldía cultural contemporánea). Las industrias creativas latinoamericanas son sumamente centralizadas tanto en lo que compete a cada país como a nivel regional, y hay una serie de vicios que se dejan ver en este tipo de proyectos y en su recepción. Lo que rescato del debate es que deja claro que seguimos desarticulados como región y que lo que nos une es el arribismo. Esperaría que al menos se detonen nuevas relaciones y vínculos regionales. Pero es evidente que no tenemos la menor idea de lo que ha ocurrido con los países vecinos en las últimas décadas, al punto que en el documental se puede anular a 14 de los 20 países que conforman Latinoamérica y plantear que se hizo una investigación “exhaustiva”. Algo también evidente es que seguimos contando nuestras historias en función de una validación externa u omitiendo lo que ocurre popularmente. Perpetuamos una memoria mediática esquizofrénica, excluyendo de las narrativas al grueso de la población y, sobre todo, las expresiones culturales de las que constantemente nos apropiamos para presumir al exterior, pero que en el día a día menospreciamos localmente. Ahora surgirán varios proyectos que buscarán reivindicar sus propias valoraciones sobre este fenómeno, y creo que será interesante ver los resultados. Pero los problemas de fondo seguirán: la industria musical latinoamericana sigue sin estar realmente articulada. Cada país está más al tanto de lo que pasa en la industria anglo / europea que en los fenómenos locales (salvo cuando algún productor o medio extranjero lo valida). Pareciera que no existieran en la región rebeldías o rupturas musicales antes o después del rock. Si bien algunas han perdido filo, el describirnos a nosotros mismos buscando dicha validación ha sido el hilo conductor de la historia cultural latinoamericana.

2. ¿El punto más fuerte? Podría decir que la serie es entretenida y fluye, y que seguramente habrá quien descubra alguno que otro dato que no conociera y le genere interés. Seguro servirá como introducción para muchas personas, habrá jóvenes que decidan explorar con mayor profundidad sobre el tema. ¿El punto más débil? Es estructural y lo desarrollo a detalle en la columna que hice para ‘Indie Rocks!’: “Cuestionemos las historias oficiales (o de cómo perpetuamos mitos y verdades a medias en el rock latinoamericano)”. Pero, en pocas palabras, puedo afirmar que perpetúa varios mitos: descontextualiza imágenes y hechos, es sumamente centralista, omite la relevancia seminal de las mujeres en el rock regional y anula básicamente todo lo ocurrido del año 2000 a la fecha. No hay justificación para omitir la masificación del género y estilos afines durante ese período a nivel latinoamericano, el auge de los festivales, etcétera. Siempre faltará mucho por decir, pero en sus casi seis horas de duración es difícil no reconocer que se quedó corto. ∎

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