Public Enemy cantaba a finales de los ochenta aquello de “Don’t Believe The Hype!”, algo así como: “no te creas los fenómenos culturales”. Y tenían razón, no hay que creerlos. Nunca. En la mayoría de casos, son bazofia plantada por la industria de turno para vender más. Así que hay que tener conciencia crítica y dilucidar personalmente si son o no son reales y, por tanto, valiosos. Es un hecho incuestionable que Sally Rooney (Castlebar, 1991) es el último gran hype de la industria editorial anglosajona. La joven irlandesa se ha convertido en la gran escritora generacional de los millennials. ¿Hemos de creer su relevancia cultural? Por lo visto en “Gente normal” (2018; Random House, 2019) y ahora en “Intermezzo” (2024; traducción de Inga Pellisa), la respuesta es un rotundo sí.
Después de la digresión de su estilo característico con su anterior novela, “Dónde estás, mundo bello” (2021), la escritora regresa a su intimismo emocional y a su analítico estudio de los corazones jóvenes en “Intermezzo”, un auténtico tour de force sobre el alma rota de dos hermanos que acaban de perder a su padre. En realidad, el duelo aquí no importa, sino la idea de dos hombres contemporáneos enfrentados sin ya referentes al mundo real. ¿Qué hace el hombre joven del siglo XXI cuando todo ideal masculino ha fallecido? Veremos.
Esta es una novela de personajes, no de ideas, y por eso es muy superior a “Donde estás, mundo bello”. Por un lado, tenemos a Ivan, un genio del ajedrez de 22 años perdido en la inmensidad de un mundo al que no logra adaptarse. Por el otro, está su hermano mayor, Peter, de 32 años, un abogado de éxito que comprende demasiado bien cómo es el mundo y a veces cae en el alcohol y los ansiolíticos para soportarlo. Rooney intercalará sus historias afectivas, que es de lo que va toda su literatura, de cómo aman las nuevas generaciones, con su desencuentro mutuo.
Ivan, por su lado, conoce a una mujer de 36 años, Margaret, y se enamorará de ella en una tierna historia de amor solo empañada por la preocupación del qué dirán de ella y los complejos de inadaptado de él. Mientras tanto, Peter vivirá un triángulo amoroso con su antigua novia de la universidad, que tras un accidente de coche no quiere saber nada de sexo, y una joven y salvaje estudiante de 22 años, Naomi. Esta estrategia narrativa de espejo gemelo o doble está bien lograda, pero mientras con Ivan, Rooney nos habla al oído como lo hacía en “Gente Normal”, con Peter quiere ser más lírica y compleja a lo James Joyce y a veces despista y abruma un poco.
El problema del libro es, en realidad, su gran acierto, su análisis clínico de cada gesto y emoción de los personajes. Henry James llevó hasta el paroxismo la novela psicológica. Siempre había un nivel más profundo para explicar el comportamiento de sus personajes hasta que parecía una broma infinita. Solo hay que pensar en “Las alas de la paloma” (1902). Rooney llega también al paroxismo de profundidad; pero a diferencia de James, sus personajes no están tan anclados a una realidad inalterable. Son más líquidos y permeables. Digamos que Rooney duda de todo, incluso de la realidad de sus personajes, y eso hace que su narración sea fría y distante, no emotiva y urgente.
Tarantino revitalizó el thriller pulp con su distanciamiento irónico de los hechos y Rooney ha hecho lo mismo con la novela romántica. Es, sin duda, una gran autora generacional, como lo fue Jane Austen, como lo fue Scott Fitzgerald, o más recientemente Bret Easton Ellis. Y, en este sentido, el hype está totalmente justificado. Luego, que guste o no es por completo problema del lector. Punto. ∎