El mundo de los samuráis: dos modelos.
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“Samurái de ojos azules” y “Onimusha”: el pináculo de la fiebre jidaigeki

Estos dos animes de Netflix comparten una violencia gráfica estilizada, pero exploran el Japón feudal de los samuráis desde ópticas radicalmente opuestas.

Probablemente, si en las últimas semanas no has alimentado tu algoritmo de Netflix con el visionado de animes como “Castlevania. Nocturne” (Clive Bradley, 2023), “Pluto” (Toshio Kawaguchi, 2023) o “Captain Laserhawk. A Blood Dragon Remix” (Adi Shankar, 2023), la presencia en su catálogo de “Samurái de ojos azules” (Amber Noizumi y Michael Green, 2023) y “Onimusha” (Takashi Miike, Shin’ya Sugai y Hideyuki Kurata, 2023), lanzadas a principios de noviembre con un día de diferencia, te haya pasado completamente desapercibida. Y eso que la plataforma está invirtiendo cantidades bárbaras de dinero en animación japonesa (a menudo hecha, eso sí, a la manera occidental) a través de su propia marca, Netflix Geeked, un nicho para este tipo de productos subculturales. Pero cinco años después de que se iniciase esta fiebre del oro anime que aún hoy vivimos, la plataforma sigue sin saber muy bien cómo hacer que tales artefactos lleguen a una mayor audiencia.

Tráiler de “Samurái de ojos azules”.

Solo hay que ver un producto como “Samurái de ojos azules”, detrás del cual aparece el matrimonio formado por Michael Green –coguionista de “Blade Runner 2049” (2017) y “Logan” (2017)– y Amber Noizumi y un reparto que pone el foco en el talento asiático-americano. Lidera Maya Erskine acompañada por George Takei, Masi Oka, Brenda Song, Randall Park o Ming-na Wen, además de Kenneth Brannagh y Mark Dacascos. En apariencia, este anime podría pasar por otra historia de venganza, la de Mizu, una chica con habilidades espadachinas sobrehumanas, de madre nipona y un padre occidental que le dio el regalo envenenado de unos ojos azules. En el Japón del Período Edo, el del aislacionismo rampante, con sus fronteras completamente cerradas al exterior, eso era casi una maldición. Tanto que a los mestizos se les consideraba demonios.

Pero detrás de esta vendetta se esconde la voluntad de sus creadores de subvertir las reglas de la historia que tradicionalmente hemos visto en pantalla de personajes birraciales. Es normalmente el choque de estos con sus pares blancos lo que carbura la narración de estas historias a las que tanto nos hemos habituado a ver en los últimos años. “Samurái de ojos azules”, sin embargo, le da la vuelta y, ojo a los muy leves spoilers, hace que su protagonista esconda sus rasgos blancos detrás de unas gafas polarizadas e incluso que atenúe su feminidad para facilitar ese periplo de venganza por todo Japón contra los cuatro hombres blancos que podrían haberla engendrado. “Creo que muchas personas mestizas se sienten atrapadas entre dos mundos”, explicaba a ‘Polygon’ en una entrevista Amber Koizumi. “Solo imaginar vivir en el mundo en el que no estoy y cómo sería que la gente mirase mis rasgos ‘blancos’ y que quedaran estupefactos. Es simplemente una exploración de esto, una exploración de identidad”.

“Samurái de ojos azules”: sangrientas escenas de batalla.
“Samurái de ojos azules”: sangrientas escenas de batalla.

En lo visual, “Samurái de ojos azules” es una maravilla de contrastes que va de sangrientas escenas de batalla más propias de la saga “John Wick” (2014-) a paisajes de serenidad zen: bosques nevados, callejones bañados de neón… Si te gustan las peleas de catanas y la nieve manchada de sangre, en fin, no hay nada mejor que esto. Su animación híbrida 2D-3D es un espectáculo para los sentidos, especialmente en el uso de colores casi como de acuarela del quinto capítulo, quizá el mayor hito televisivo del año, que incorpora a la narración el uso de las tradicionales marionetas bunraku. Detrás de todo espectáculo está Jane Wu, una veterana de la industria que ha sabido explotar toda la frustración de trabajar en un entorno eminentemente masculino y habituado a las microagresiones, para dar con un manifiesto visual muy a la manera de la gran época de Pixar. Para este anime, Wu quiso plantear cada escena desde un punto de vista live-action, tanto en la construcción de sets como en la coreografía de su talento.

“Samurái de ojos azules” es, sin duda, el pináculo de esta fiebre por el jidaigeki –traducido como “drama de época”– que hemos estado viviendo en los últimos años en diferentes medios, especialmente en los videojuegos. Hablamos de títulos como el remake de “Like A Dragon. Ishin!” (Hiroyuki Sakamoto, 2023) y, sobre todo, un “Ghost Of Tsushima” (Nate Fox, 2020) que ya tiene en marcha una adaptación cinematográfica a cargo de Chad Stahelski, el director de la saga “John Wick”. Pero la alargada sombra de Akira Kurosawa se advierte en artefactos de todo tipo: desde “Ahsoka” (Dave Filoni, 2023) –no vamos a descubrir a estas alturas la influencia del nipón en toda la saga de “La guerra de las galaxias” (1977-)– hasta “Silencio” (Martin Scorsese, 2016).

Tráiler de “Onimusha”.

Lo que nos lleva a recuperar la otra serie que mencionamos arriba, “Onimusha”, que lleva la fiebre jidaigeki al extremo. Porque la huella de Kurosawa está presente por todas partes, empezando por un protagonista, Musashi, cuyo semblante está inspirado en el del legendario Toshiro Mifune. Su historia también se centra en siete guerreros –sí, ni seis ni ocho–, aunque aquí hay un encomiable esfuerzo por otorgar a esos personajes secundarios un sentido de individualidad raramente visto en las aproximaciones contemporáneas del subgénero.

También ambientada en el Japón feudal del Período Edo, esto es harina de otro costal. En lo visual, es tan estilizada como “Samurái de ojos azules” y de violencia también va sobrada, pero la serie de Takashi Miike incide más en lo fantástico, destapándose rápidamente una conspiración sobrenatural que hace desdoblar al anime en thriller de acción zombi. No en vano, dicho sea de paso, “Onimusha” es en realidad la enésima adaptación de un videojuego clásico, en este caso uno de Capcom, “Resident Evil” (1996-), para entendernos. Esto le sirve para crear un exuberante mundo propio en el que lo real y lo fantástico se dan un baile al ritmo de algunos de los acontecimientos históricos más notorios del feudalismo nipón, así como incorpora a la narración elementos del folclore y la mitología japonesa: los Oni, los Genma, los dioses Shinto y los Cinco Elementos.

Musashi, el protagonista de “Onimusha”, cuyo semblante está inspirado en el del legendario Toshiro Mifune.
Musashi, el protagonista de “Onimusha”, cuyo semblante está inspirado en el del legendario Toshiro Mifune.
Es, eso sí, una narración convencional que ya hemos visto mil veces en este tipo de productos –sobre todo, los que jugamos a videojuegos– y cuyo estilo de animación quiere abarcar mucho apretando poco. Su mezcla entre 2D y 3D, con renders generados por ordenador para apuntalar los dibujos a mano, sirve unos resultados confusos, casi caprichosos. Su mayor problema, en este y otros ámbitos, es precisamente la competencia que tiene en casa: todas las series mencionadas arriba son mucho más consistentes y gratificantes. Y, como decíamos ahí, ahora que Netflix ha contribuido en gran medida a democratizar el anime, con todo lo bueno y malo que eso conlleva, y de paso cambiándolo para siempre, solo falta que sepa vender mejor su material. ∎

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