En una entrevista con Scott McDonald de 2009, Todd Haynes confesaba que no se había sentido nunca un creador demasiado original. “Mi trabajo consiste en apropiarme y responder a influencias culturales y estímulos e ideas, y recombinar esos elementos de manera que te hagan pensar sobre ellos o verlos de otra manera”, decía el director de “Lejos del cielo” (2002) y “I’m Not There” (2007).
Esta autorreflexión acerca de su cine es especialmente palpable en aquellas de sus obras que remodelan el “women’s film”, un tipo de melodrama que, en esencia, está atravesado por la cuestión del deseo femenino. Más bien por el deseo subversivo, esto es, aquel que emerge contra las reglas del amor heterosexual y patriarcal. Ya sea desde el camp sexual en sus primeras piezas de orfebrería, como “Superstar. The Karen Carpenter Story” (1987) y “Dottie Gets Spanked” (1993), a la revisión estricta de ese género fílmico en las elegantísimas “Mildred Pierce” (2011) y “Carol” (2015), los diversos avatares del deseo protagonizan, así pues, la trayectoria del angelino.
Con “Secretos de un escándalo” (2023; se estrena hoy), Haynes parece haber recuperado ese leitmotiv creativo a la hora de poner en escena el triángulo formado por el matrimonio Atherton-Yoo, Grace y Joe (Julianne Moore y Charles Melton), y la actriz Elizabeth Berry (Natalie Portman); la pareja formada por una exprofesora que hace veinte años sedujo a su entonces alumno y con quien acabaría casándose tras un embarazo y un escándalo, y una estrella de Hollywood que acaba de llegar a Savannah, Georgia, para un biopic sobre ese romance prohibido que tiene entre manos.
Inspirada en la historia real de Mary Kate Letorneau y su joven esposo Vili Fualaau, tal vez la única manera de trasladar el fabuloso guion de Samy Burch era mediante una mirada lo suficientemente irónica como para ser capaz de plasmar todo el deseo y el miedo de las dos mujeres protagonistas, dos avatares de una feminidad egoísta y seductora que no deja prisioneros.
De ahí, claro, el maravilloso despliegue de puesta en escena de Haynes, quien, entre zum improbables, escenas especulares que remiten de manera expresa a “Persona” (Ingmar Bergman, 1966), sencillos careos de montaje clásico plano-contraplano y un peculiar manejo del sentido del humor, consigue escarbar en la superficie luminosa de ese aparente feliz matrimonio y dejarnos entrever las grietas de esa extrañísima comunidad que ha continuado con su vida como si nada hubiera pasado.
Podría parecer, en ese sentido, que el personaje de Berry, ese mensajero evocado por la melodía al piano amenazante de Michel Legrand para la película de Joseph Losey “El mensajero” (1971), ejerza solamente de incómoda escudriñadora de verdades, en su búsqueda por conocer todos los detalles del pasado y del presente de los Atherton-Yoo. Hay mucho más, no obstante, bajo la fachada de ese personaje, tan decidido a batirse en un duelo de egos con la ama de casa encarnada por Moore que, en efecto, da hasta miedo.
Las consecuencias de ese encuentro y enfrentamiento de divas, el de las actrices y el de la ama de casa y la estrella de Hollywood, ofrece como resultado unas interpretaciones tan complejas y sutiles como la ambición que remueve a sus personajes. Temerosas de ser descubiertas, de que la verdad de su deseo salga a la luz, esa contienda de good manners encarnizada que hilvana la película es un espectáculo tan o más hermoso que la mejor portada de la prensa rosa. ∎