¿Qué producciones audiovisuales destacaban estos últimos meses como las más vistas del catálogo de Netflix? Entre ellas, “Un cuento perfecto” (Chloe Wallace, 2023) o “Un lugar para soñar” (Sue Tenney, 2019-): títulos que podrían referirse al idílico escenario de respeto identitario, diversidad de toda índole y nueva escuela aparentemente utópica –el instituto Cavendish– a la que se trasladan los exalumnos del instituto Moordale. “Sex Education” (Laurie Nunn, 2019-2023) ha acabado. Tras tres temporadas de fenómeno fan, la serie se despide con grandes dosis de optimismo. Quizá demasiadas. A excepción de algunas tramas, la cuarta temporada no ofrece ningún final apoteósico, sino historias repetidas y un poco superfluas: no funciona de forma tan auténtica como al principio de la serie el nuevo arco de Otis, que busca hacerse un hueco como terapeuta sexual entre un pastiche de identidades disidentes sin profundidad. Tampoco resuelven satisfactoriamente los guionistas la trama de Eric: su largo camino introspectivo tratando de hallar el equilibrio entre la fe cristiana y su nueva y bien hallada mezcla de goce y orgullo queer acaba con la sustitución del equilibrio por equidistancia, sin mojarse demasiado.
Son las historias de Aimee y Adam las que salvan en parte esta temporada y lo hacen restituyendo cierta forma de justicia narrativa. Pocas secuencias tan enternecedoras como la de Adam escuchando los latidos de un caballo; sentencia en firme contra todos aquellos profesores que despreciaron los “grados medios” o a los alumnos que solo sacaban buenas notas en educación física; reivindicación de una inteligencia denostada, que escasea y se olvida. Paralelamente, Aimee desafía el arquetípico –a la vez que pocas veces resuelto inteligentemente– male gaze; al fin nos enfrentamos a un personaje que incomoda, que no busca aprobación alguna y que resuelve con valentía el arco de su agresión sexual quemando los vaqueros de los que no conseguía deshacerse. En los mejores momentos de “Sex Education”, los guionistas reparan las historias a cuya marginación estamos más bien acostumbradas, y redimen de forma coherente un pacto narrativo y moral ignorado en el amplio linaje de series de adolescentes.
Todo ello, de forma más global, incluyendo una crítica ferviente a la meritocracia y presentando la única posibilidad que tenemos para huir de esta: una buena red de apoyo. Qué importantes son las personas que nos levantan y no las que nos sueltan un rapapolvo con ánimo de espabilarnos. Qué pasados de moda están los profesores que buscan sacar la mejor versión de sus alumnos a base de palazos; qué “tía chulísima” es Maeve, que decide resolver un crucigrama cuando el mundo parece derrumbarse porque sabe que no hay mejor luto y proyección de futuro que demostrar que ella, a diferencia de su madre, sí seguirá esforzándose hasta el final.
¿Podríamos esperar otra cosa de Netflix? ¿Deseamos realmente que “Sex Education” sea algo más que un refugio, un espacio seguro, una serie cómoda sobre la incomodidad? Lejos de “Euphoria” (Sam Levinson, 2019-) o de la canónica “Skins” (Bryan Elsley y Jamie Brittain, 2007-2013), más bien cercana a nuestras queridísimas “Derry Girls” (Lisa McGee, 2018-2022), “Sex Education” decide apostarlo todo al buenismo encarnado en cada uno de los personajes, a la vez que a lo abyecto y estrafalario. En todas sus temporadas, con un ritmo trepidante y un reparto que ha contado con la presencia de grandes iconos de la nueva era de la televisión como Jemima Kirke, con una banda sonora que, además de las canciones originales de Ezra Furman, abarca desde Sharon Van Etten hasta los Alessi Brothers, “Sex Education”, insistentemente british, muy british, se reafirma en lo que dice la canción “Seabird”: “Este mundo no es lo suficientemente grande como para alejarme de ti”. La serie, con sus virtudes y carencias, habrá terminado, pero gracias a ella estamos todos más cerquita de ese destello utópico de ensoñación queer. Y echaremos de menos en nuestras pantallas esa posibilidad: esperando que, tal vez, algún día se materialice; quizá en Moordale, quizá aquí. ∎