Shalom Auslander: ¿y si nos comemos a mamá? Foto: Theo & Juliet
Shalom Auslander: ¿y si nos comemos a mamá? Foto: Theo & Juliet

Entrevista

Shalom Auslander: “Vivimos en un mundo obsesionado con la identidad cultural”

“Mamá para cenar” es la más reciente novela de Shalom Auslander, y también la más virulenta: un ácido retrato de la identidad cultural y de sus consecuencias, llevadas a un absurdo cruento. Hablamos con este vitriólico observador de la condición humana.

Sufro bloqueo de escritor. O de periodista musical del montón. Me pasa desde hace meses. Lo que antes era un caudal de palabras que fluían sin mucho esfuerzo, ahora son gotas aisladas que cuesta exprimir. Envidio a aquellos compañeros cuya prosa reluce natural, saliendo a borbotones de sus dedos en eléctricas descargas de verborrea con sustancia de las que ahora me parece estar a años luz. La hoja en blanco me aterra, necesito un acicate lo suficientemente potente como para que me obligue a superar el miedo, la pereza y la desidia que me invaden. Pero Shalom Auslander (Florence, Kentucky, 1977) es uno de esos estímulos capaces de sacarme del hastío. Lo adoro desde que descubrí su “Lamentaciones de un prepucio” (2007; Blackie Books, 2010). He encontrado pocos libros de humor a su altura, y cada nueva entrega por su parte me llena de ilusión ante la perspectiva de descubrir y devorar sus páginas. Su nueva obra, “Mamá para cenar” (2020; Blackie Books, 2021), quizá no sea ni tan rotunda ni tan redonda como aquella, pero está muy pero que muy bien. Tiene una buena dosis de chaladura, montones de incorrecciones políticas, un poco de drama familiar y, en fin, suficientes ingredientes como para dejarte con la sonrisa congelada. Lo que se dice una obra digna de su autor.

En esta nueva novela del estadounidense también hay un personaje en un momento de su vida en el que las cosas no le salen tan bien como quisiera. Se trata de Séptimo, protagonista de esta peculiar tragicomedia familiar, sobre quien recae el peso de una herencia cultural de la que no se siente parte, pero que, al mismo tiempo, parece estar destinado a mantener y a perpetuar. Séptimo quiere huir de su pasado, pero el pasado es obstinado y siempre vuelve.

La herencia cultural de la que trata de desentenderse es, como ya deja caer el título, la caníbal. El protagonista tendrá que enfrentarse a una larga tradición familiar y a una retahíla de hermanos y otros familiares marcados por la tremenda personalidad de la matriarca. Todos ellos verán cómo se tambalean sus creencias y convicciones morales ante el dilema más importante que se les planteará a lo largo de estas páginas. Comer o no comer, esa es la cuestión.

Auslander ha sido tan amable que nos ha respondido a unas cuantas preguntas desde su casa en Woodstock, en el estado de Nueva York. En sus respuestas demuestra que detrás del humor sin cortapisas que se encuentra en sus libros hay una mente brillante con un cachondo al volante.

Literatura caníbal.
Literatura caníbal.

Lo primero que pensé cuando supe de este nuevo libro fue “¿Por qué escribir un libro sobre caníbales?”. ¿Qué te hizo empezar a pensar en tal cosa?

Para mí, todo comienza con una risa. Vivimos en un mundo obsesionado con la identidad cultural; es una enfermedad particularmente virulenta en los Estados Unidos, pero se ha extendido por todo el planeta. Yo mismo he anhelado siempre escapar de estas identidades y las he considerado prisiones inventadas, destructivas para la humanidad en general y para el individuo en particular. Y la idea de un caníbal americano me hizo reír, particularmente uno que luchara con su identidad.

Cuando el padre de un amigo enfermó recientemente, me pregunté qué haría este caníbal americano si su madre muriera y quisiera que se la comiera. ¿Lo haría porque era la última petición de su madre? ¿O se negaría porque rechazó a su “gente” hace mucho tiempo?

Cuando hablas de “su gente” me recuerda a cuando hablabas de la sociedad judía en “Lamentaciones de un prepucio”, y no me queda muy claro si en el libro subyace una crítica al absurdo de las tradiciones culturales ancestrales o es un alegato a favor de ellas. Quizá ambas cosas al mismo tiempo. ¿Qué opinas de ello?

Supongo que depende del lector. Séptimo, el protagonista de este libro, lucha con las tradiciones de su familia. Él las rechaza, luego las defiende, luego las cuestiona… y así constantemente.

A lo largo de la novela se cita repetidamente al filósofo francés del siglo XVI Michel de Montaigne. ¿Por qué esta fijación con él?

Me fascina. Lo he leído una y otra vez, y siempre admiré y emulé lo mejor que pude su obstinada honestidad y autorreflexión. Además, uno de sus ensayos es una defensa del canibalismo–se refiere a “De los caníbales” (1562)–. Vengo de una familia judía y conocíamos todo lo que alguien había escrito sobre los judíos, fuera bueno o malo. Sabía que Céline odiaba a los judíos antes de saber que era escritor. Sabía que Voltaire odiaba a los judíos (aunque, en realidad, no lo hacía de manera específica porque odiaba a todo el mundo, Dios lo bendiga) antes de saber que era un erudito. Así que pensé que Séptimo, mi personaje, conocería naturalmente a Montaigne y tal vez también lo emularía.

“Vivimos en un mundo obsesionado con la identidad cultural; es una enfermedad particularmente virulenta en los Estados Unidos, pero se ha extendido por todo el planeta. Yo mismo he anhelado siempre escapar de estas identidades y las he considerado prisiones inventadas, destructivas para la humanidad en general y para el individuo en particular”

Mamá para cenar es una historia muy divertida, pero también muy triste. ¿Cuánto drama y cuánta comedia había en la historia cuando la imaginaste por primera vez?

Como decía antes, empiezo con una risa, pero luego entro rápidamente (como escribió Milan Kundera sobre Kafka) en las “profundidades oscuras de la broma”. Un hombre se despierta como un insecto, pero muy pronto es un drama familiar y olvidas que es un insecto. La vida parece ser “ja, ja, ja”, y entonces “¡ay!”. O “ay, ay, ay” y luego “¡ja!”. Me gustan las historias que reflejan eso, no sé si me explico. También son mucho más difíciles de lograr que solo una u otra, por lo que me resulta interesante como escritor.

En “Lamentaciones de un prepucio”, hablaste como nadie antes sobre lo que significaba ser judío y joven. En Esperanza: una tragedia” (Blackie Books, 2012), reimaginaste la figura de Ana Frank. Podría decirse que lo que de verdad te gusta es romper mitos.

Me criaron de un modo extremadamente ortodoxo y, en consecuencia, me gusta llevar cerdos al templo, donde están prohibidos. ¿Quizá los cerdos no estén tan mal? ¿Quizá a Dios no le importe una mierda? ¿Quizá le importan menos los cerdos y más los sacerdotes pedófilos? En este momento, el templo es identidad: es nuestro pasado y nuestra gente. Debemos venerar a nuestros antepasados ​​(que por supuesto no tenían fallos), debemos recordar las tragedias que sufrió nuestra gente (pero no las tragedias que causamos), debemos identificarnos con las personas que nos precedieron en lugar de con quienes somos hoy o con lo que haremos mañana. Crecí con personas obsesionadas con el pasado, que conducían por la calle con los ojos fijos en el espejo retrovisor, lo cual es una muy mala forma de vivir y una muy buena forma de morir.

En la falda tapada de la edición española de tus libros te comparan con Woody Allen o Philip Roth, ¿qué opinas de estas comparaciones?

¡¿Qué?! ¿No me ponen con los escritores negros? ∎

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