Cada ocasión en la que se estrena una serie histórica surgen las mismas preguntas: ¿es posible filmar la Historia? ¿Hasta qué punto podemos hablar del pasado sin transformarlo en un anodino producto comercial? ¿No estamos sustituyendo la Historia por una narración dividida en una serie de actos y protagonizada por un héroe que lucha contra enemigos para acabar en un clímax final?
La mayoría de las series, por supuesto, no se hacen ninguna de estas preguntas. Solo cambian el vestuario y los fondos digitalizados, millones de coloridos píxeles en realidad vacíos. Sin embargo, hay otras que, al menos, tratan de sortear estas dificultades fijándose en los detalles, en los espacios, en los cuerpos, y en la mentalidad de la época que se retrata. Es el caso de“Shōgun” (2024), la serie creada por Rachel Kondo y Justin Marks para FX y estrenada en Disney+. Inspirada en la famosa novela homónima escrita en 1975 por James Clavell, cuenta la historia ya conocida del marinero inglés William Adams, aquí llamado John Blackthorne, quien llegó a Japón a bordo de su navío en el año 1600 y cuyos conocimientos náuticos y militares influyeron en las luchas de poder. Japón estaba en ese momento controlado por un consejo regente formado por poderosos daimyō, señores feudales que luchaban entre sí tras la muerte del anterior regente, Toyotomi Hideyoshi. En la sombra actuaban religiosos españoles y portugueses entregados a la tarea de crear una élite cristiana en Japón y controlar el comercio en el Pacífico.
El protagonista de la serie no es, por suerte, el inglés, interpretado por Cosmo Jarvis, un tipo más bien rudo y vulgar, que lucha por comprender las costumbres, la forma de pensar y los rituales japoneses, expuestos con gran precisión en la serie a pesar de que esta no logra huir de cierto exotismo (por ejemplo, su insistencia en el seppuku, suicidio ritual, como si eso fuera la esencia de la cultura japonesa). Hay una investigación rigurosa detrás, algo que se percibe a la hora de recrear el ambiente y también los movimientos de los actores, que cambian según el contexto y su rango social. El brutal contraste entre la refinada cultura nipona y la inglesa se hace especialmente evidente por la forma en la que cada cuerpo habita un espacio. Blackthorne siempre está fuera de lugar, incómodo, porque su cultura y sus hábitos no solo afectan su forma de ver el mundo, sino también a su corporalidad, incapaz de adaptarse a las costumbres japonesas. Otro acierto de la serie es que el navegante inglés no se convierte en el salvador de Japón. Occidente, dueño actual de las imágenes, no se empeña en dominar así también este pasado ficcionalizado. Así mismo, la utilización constante del japonés, con sus distintas fórmulas de cortesía, tonos y acentos, cambia radicalmente nuestra percepción de ese mundo.