“The Jinx (El gafe)” (Andrew Jarecki, 2015) se erigió en un hito del true crime en buena medida por el magnetismo perturbador que desprendía su objeto de estudio. La mirada gélida del multimillonario Robert Durst actuaba como inapelable imán para que el espectador se aproximase a las formas más escalofriantes del mal. La otra gran proeza en que se apoyó el esfuerzo de Andrew Jarecki fue accidental, esa inesperada confesión –“Los maté a todos, por supuesto”– durante una micción a micro abierto, que supuso el clímax soñado para cualquier documentalista.
Algunos, conociendo un sujeto tan cerebral y calculador, dudaron incluso de la casualidad de ese tremendo golpe de efecto. Pero la propia realidad se impuso a los esquemas y a posibles alteraciones, cuando esta miniserie documental traspasó la malla televisiva para influir la propia realidad, llegando al extremo de convertir el programa en la principal prueba inculpatoria del millonario. Horas antes de la emisión del último episodio, Durst era detenido en el hotel JW Marriott de Nueva Orleans después de que la policía recabara indicios de su inminente intento de fuga del país.
Nueve años después, dos han pasado desde el óbito de Durst, Jarecki regresa al fenómeno que cimentó y lo trata como tal. El documentalista norteamericano retoma el relato de no ficción ahí donde terminó el primer impacto. Sin embargo, la situación es bien distinta. Ahora el magnate, tras treinta años yéndose de rositas por la autoría de tres asesinatos, permanece engrilletado y con el mono naranja, esperando el juicio por el asesinato de Susan Berman, la amiga del alma que encuentran asesinada en su domicilio de Los Ángeles. Su negativa al movimiento lastra la narración y priva al espectador de presenciar en primer plano esa fuerza magnética que congeló el riego sanguíneo durante el visionado de la primera tanda de seis episodios. Sin posibilidad de acceder al sujeto principal de la historia, el director opta por reabrir el caso con la guía de un resolutivo fiscal del distrito, por rebuscar en el material de archivo, recurrir a reconstrucciones (y no es Errol Morris), utilizar las llamadas del acusado desde la prisión y entrevistar a abogados penalistas, amigos, familiares de las víctimas, jueces, periodistas. Es el material con que va armando el cuerpo del relato.
La narración cambia el foco, por unos capítulos adquiere trasunto meta, incidiendo en el fenómeno “The Jinx” y en lo que supuso su trasvase de la pantalla al plano real con la cadena de consecuencias que provocó la aterradora confesión. Incapaz de llenar seis capítulos con la premisa, Jarecki circula por derroteros más convencionales: estudio de los pormenores del asesinato de Susan Berman, para terminar encarrilándolo hacia el relato judicial, donde de nuevo asoma ese terror que rodea al sujeto principal de la función, especialmente en su cara a cara con el fiscal. Aunque su exposición a cámara –debilitado, en silla de ruedas y con mascarilla por el COVID– crea un contraefecto en el espectador de ética cuestionable. Si la primera parte era el retrato de un mal aterrador y esquivo ante la ley por la ventaja que genera su desmedido poder económico y social, ¿la segunda acaso no termina inseminando esporas de humanismo cuando se muestra a la repugnante bestia débil y aislada? ¿No aflora quizá un sentimiento de compasión que el fiscal se encarga de suprimir en el juicio ante el temor de que el jurado obre condicionado por su lastimoso estado físico, el real y el que simula? Una pregunta que se podría trasladar con mayor recriminación a otros true crime que se aproximan incluso ennobleciendo a siluetas criminales.
“The Jinx (El gafe). Parte 2” (2024) se resuelve algo desenfocada ante la distancia inexorable que la separa con su principal activo dramático. Jarecki formula alegatos a su propia obra y suma evidencias a la influencia de esta en el devenir judicial de Durst, pero no termina de hallar ese hilo revelador con el que volver a sacudir y abducir al televidente. Sin su principal reclamo, se convierte en una obra para llenar los flecos del sumario, seguir las pistas residuales y conocer a los personajes secundarios. Una tanda de seis capítulos sin el impacto de la anterior. Algo imaginable por otra parte. Se partía, de entrada, con una desventaja insalvable: el contacto visual con una mirada asesina. ∎