Película

The Last Showgirl

Gia Coppola

https://assets.primaverasound.com/psweb/at6wmbsu0x6u0bj0a54d_1750260590670.jpg

Tercer largometraje de la cineasta estadounidense Gia Coppola, directora de las interesantes “Palo Alto” (2013) y “Popular” (2020), “The Last Showgirl” (2024; se estrena hoy) se amolda a un tipo de cine muy concreto, muy americano también: las películas sobre la épica del fracaso, sobre la redención, casi siempre a modo de última oportunidad, de un personaje crepuscular (no necesariamente por edad, también por momento vital) y, esto es importante, consciente de estar viviendo ese crepúsculo. La película de Coppola sigue la línea de propuestas como “Fat City” (John Huston, 1972), “El luchador” (Darren Aronofsky, 2008) o “Warrior” (Gavin O’Connor, 2011), aunque su universo nada tenga que ver (al menos a simple vista) con el boxístico. Sin embargo, hay al menos tres cosas en ella que la distancian de esas propuestas. La primera, no poco importante, es que la protagonista es una mujer. “The Last Showgirl” cuenta la historia de Shelly (Pamela Anderson), estrella veterana de un espectáculo de variedades de Las Vegas. El anuncio de la inminente cancelación de ese show, al que ha dedicado casi cuarenta años de su vida, hace que se replantee cuál es ahora su lugar en el mundo. Lo segundo que aleja la película de Gia Coppola de los títulos citados es que la redención que experimenta la protagonista está vaciada de toda épica. Aunque engañosamente abraza la narrativa del último espectáculo, aunque incluye la preparación de un show de despedida, “The Last Showgirl” no propone una redención heroica, no concede a la protagonista un último premio (básicamente porque Shelly no duda en ningún momento, y mira que se lo ponen difícil, de que la vida que ha llevado ha valido la pena). La película de Coppola no va de últimas oportunidades, sino de hacer balance ante los cambios profundos y asumir que toca seguir adelante.

https://assets.primaverasound.com/psweb/hvokh8p20pl2fo4l7fbf_1750260601179.jpg

La tercera decisión que hace que “The Last Showgirl” vaya por libre aun siguiendo un modelo de película claro tiene que ver con esa misma ausencia de épica. El mundo de Shelly es Las Vegas. Sus escenarios amigos son los camerinos saturados de nervios, los pasillos estrechos hacia el escenario, los decorados imposibles y los focos. Y los materiales de su día a día, las plumas, las lentejuelas y la pedrería. Pero Gia Coppola, lejos de potenciar lo espectacular de ese universo, busca con la cámara lo que hay realmente debajo de la brillantina. Es muy interesante la forma en que, sin despojar el mundo de Shelly de su belleza, la directora captura la intimidad y las sombras del lugar (esa sala de fiestas de Las Vegas) que ha sido casa para la protagonista durante casi cuatro décadas. Esto no debe dar lugar a confusión. Estamos ante una película tremendamente esteticista, que busca en todo momento la belleza que hay (que es mucha) en la vida de la protagonista y de las mujeres que la rodean. Pero la directora busca la belleza en lo pequeño, en lo íntimo, en lo cercano, para lo que toma decisiones como rodar en 16mm y con cámara en mano (es una película pequeña y urgente, filmada en 18 días), a la búsqueda de texturas y movimientos que no nos alejen nunca ni del rostro de las actrices ni de las emociones que los atraviesan.

Es esto último, la forma en que la cineasta rueda el rostro y los cuerpos de las actrices, uno de los puntos fuertes de “The Last Showgirl”. A través de Shelly y sus compañeras de viaje, otras vedettes del espectáculo (su verdadera familia) y su propia hija (Billie Lourd), que le recrimina haber antepuesto su profesión, Gia Coppola habla de muchas cosas. Ofrece una visión nada mitificada de la maternidad, reflexiona sobre la idea de familia (la real, la elegida, las interferencias entre ambas), pone el foco en la amistad y los vínculos entre mujeres y habla de la experiencia de envejecer. No es una película sobre presión estética, pero sí ahonda, con la inteligencia de elegir a Pamela Anderson (en la película que ha supuesto su renacer como actriz) como protagonista y establecer así un diálogo entre el personaje y la persona, en el efecto psicológico (relacionado tanto con la autopercepción como con el exterior) de no reconocerse físicamente al hacerse mayor. Gia Coppola cuenta todo eso con las actrices en primer plano. Atiende tanto a sus afectos y quejas verbales, escritos con precisión y sin sensiblería o efectismos, como a lo mucho que hay de mapa emocional y de vida en sus caras y en sus cuerpos. ∎

Pamela Anderson at her best.
Etiquetas
Compartir

Lo último

Contenidos relacionados