Puerta de entrada a la agitación contracultural. Foto: La Perspectiva
Puerta de entrada a la agitación contracultural. Foto: La Perspectiva

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Underground y contracultura: la era de los no-jefes

La exposición “Underground i contracultura a la Catalunya dels 70” (Palau Robert, Barcelona) invita a sumergirse una vez más en el hervidero de ideas que eclosionaron en las postrimerías del franquismo, anunciando una democracia más libertaria de lo que vino luego. Hablamos sobre aquellos años con Pepe Ribas, fundador de la revista ‘Ajoblanco’ y comisario de la muestra.

Cuando algo se va muriendo al tiempo que otra cosa empieza a nacer pueden darse situaciones interesantes. Tan interesantes como las que acontecieron, en Barcelona y otras poblaciones catalanas, a principios de los 70, entre que el franquismo iba desapareciendo y se empezaban a ensamblar (quizá de manera no tan idílica ni noble como se enseña en las escuelas) los mimbres de la actual monarquía constitucional. Un período histórico de fértil tierra incógnita que podemos explorar paseando por la exposición “Underground i contracultura a la Catalunya dels 70”, que puede visitarse hasta el próximo día 28 de noviembre en el por otro lado poco underground Palau Robert de la ciudad condal.

De los ecos de la California multicolor al no future que se entonó desde el extrarradio a finales de esa década, la muestra explora los diversos perfiles que convergieron en época y lugar desde variados puntos de vista, mediante una panoràmica formada por 700 materiales que refiere la impresionante producción artística e intelectual del momento, así como las diversas luchas sociopolíticas que eclosionaron en paralelo. Pepe Ribas, cofundador de una cabecera tan de referencia cuando estudiamos aquellos años como ‘Ajoblanco’, ha comisionado la muestra asistido por Canti Casanovas, editor de la estupenda “La web sense nom”, y el arquitecto Dani Freixas.

La intención –nos cuenta Pepe un soleado mediodía en Girona– no era dar una determinada visión de la materia, sino ordenar lo que había pasado en los 70 desde el punto de vista de los no-jefes, del no-autoritarismo”, poniendo en valor los principales hechos e hitos en diversos ámbitos: música y teatro, cómic y prensa alternativa, poesía, ecologismo, feminismo, comunas, lucha por las libertades sexuales, radios libres, antipsiquiatría… Los acordes “triposos” de Pink Floyd suenan en la primera estancia del recorrido, que culmina con el “Curriqui de barrio” de La Banda Trapera del Río amenizando la última sala del montaje.

Es, este de los “no-jefes”, un punto de vista de lo más atractivo, con el que Ribas define el espíritu de una juventud que, además de rebelarse contra la criminal dictadura política y la carcundia moral imperantes, también se sentía distante de unas organizaciones políticas de izquierda que eran vistas como muy dirigistas. “Los progres –aclara raudo Pepe Ribas– no entran ni en la contracultura ni en el underground, pese a que éramos primos y compartíamos muchas luchas. La cultura progre era más marxista, más estructuralista, más de seguir un canon. En cambio, el pensamiento underground era: primero experimenta y después reflexiona. Fue mediante la experimentación como Els Comediants o Els Joglars cambiaron el mundo del teatro, que fue tan importante como la música”.

La prensa alternativa, herramienta esencial de la época. Foto: La Perspectiva
La prensa alternativa, herramienta esencial de la época. Foto: La Perspectiva

El paseo por la muestra tiene paradas en hitos como el festival del Grup de Folk en el Parc de la Ciutadella en 1968, la controvertida presentación de los “Dioptria” (1969-1970) de Pau Riba en 1970 o la fundación en el 73 de la sala Zeleste y su constelación de artistas (Sisa, la Companyia Elèctrica Dharma y tantos otros). Siguiendo con el Canet Rock del 75 o el singular “Don Juan Tenorio” que se representó una única vez en el Born el 20 de noviembre de 1976, congregando a todo el underground autóctono en el primer aniversario de la muerte de Franco; amén de las Jornadas Libertarias y el primer Festival Punk Rock en el Poblenou, ambos en el 77. También por revistas como la ya mencionada ‘Ajoblanco’, ‘Star’ o ‘Disco Exprés’. Por José María Pallardó, Roberto Bolaño, Nazario y la peña de ‘El Rrollo’. Por Ocaña y por Mariscal. Por el venerable Magic del paseo Picasso, o el incendio de la sala Scala en enero de 1978, falsamente atribuido por el sistema a la CNT.

Reflejos de mundos a menudo contrastados –Ribas admite que, en puridad, es más correcto hablar de “contraculturas, en plural”– unidos por un desbordante atrevimiento, en una ciudad alejada del poder político, entonces hipercentralizado en Madrid, que “en aquel momento era capital cultural del Estado. Aquí venía gente de toda España y también de Francia, porque era un lugar en el que las élites –cultas y productivas, no había burócratas– ya se daban cuenta de que las cosas iban a cambiar. Incluso las autoridades: es curioso que Joan Antoni Samaranch no viera que ocurrían cosas muy raras en el Institut del Teatre, que dependía de la Diputación de Barcelona, que él mismo presidía…”.

No hablamos, sin embargo, de un fenómeno estrictamente metropolitano, como ejemplifican otros hitos de esta crónica. Ahí quedan, claro está, los históricos festivales Canet Rock que se celebraron en Canet de Mar entre el 75 y el 78 (nada que ver con su encarnación actual). Pero también de lo acontecido en otros puntos como Sallent o Granollers, sede esta última ciudad del Primer Festival Internacional de Música Progresiva en 1971, con The Family encabezando el cartel, así como de dos conciertos de King Crimson en 1973, primer golpe de efecto del gran promotor del rock en estas latitudes, Gay Mercader. Eran tiempos, resume Ribas, “de una gran ilusión, pero tampoco deberíamos mitificar esa alegría, porque también había mucha represión. La Ley de Peligrosidad Social comportó muchas detenciones y muy injustas”.

Memoria del subsuelo. Foto: La Perspectiva
Memoria del subsuelo. Foto: La Perspectiva

El sueño, o más bien los sueños, acabaron por diversas causas. Entre ellas, la institucionalización de la cultura –“después de las primeras elecciones municipales (1979), la izquierda toma el poder y a partir de entonces todo se filtra a través de los ayuntamientos”–, pero también el individualismo, al que Pepe Ribas se refiere como “la era del yo. La gente comenzó a cambiar las decoraciones de las casas, a sustituir los colchones con telas indias por sillones, y nos fuimos aburguesando. Mira –añade–, revisando el material de ‘Ajoblanco’ me he dado cuenta de que había mucha cosa de cómic sin firmar. La gente creaba y no pensaba en firmar. Pensaba en hacer. Hoy en día, esto es inconcebible”.

En todo caso, de todo ello ha quedado una gran herencia artística y social –muchas libertades individuales que ahora damos por sentadas se empezaron a reivindicar entonces–, aunque también la sensación de que lo ocurrido fue irrepetible. Siendo un poco malévolos, lanzamos al aire esta pregunta final:

¿La contracultura es incompatible con la democracia? “Con la democracia representativa –matiza Pepe–, porque es delegación. El Mayo Francés ya puso sobre la mesa que la democracia con representación siempre responde a intereses de ciertos grupos: o de la Unión Soviética en aquel entonces, o del capitalismo liberal… Esto era otra historia. Esto iba de transformar la vida cotidiana. Y la transformamos. Y de una manera práctica”. ∎

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