Vermiglio

Vermiglio es una pequeña localidad situada al norte de Italia, cerca de la frontera con Suiza, en el valle alpino Val di Sole. “Vermiglio” (2024; se estrena hoy) es también el título de una de las películas más sugerentes del reciente cine italiano –ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia– y supone el afianzamiento de la directora Maura Delpero con su segunda película de ficción, tras “Maternal” (2019), y con dos películas documentales también en su haber.

Pero “Vermiglio”, a pesar de estar rodada en la localidad real, con su entorno rural como permanente recuerdo del peso de la tierra en las decisiones y los dilemas de sus personajes, no tiene vocación documental más que en la sensación de verdad que transmite desde el principio. La ambientación en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial lleva pronto la presencia del paisaje hacia los sentimientos y las formas de encauzar su vida, marcada por las vivencias en esa pequeña comunidad, de tres hijas en la familia del maestro local. Y de la madre que lleva las riendas como puede entre el bullicio familiar, con la interrelación de toda la comunidad.

Maura Delpero ha querido con esta película dejar constancia del mundo de tradiciones en el que vivió su padre, e incluso ha entrevistado a numerosas personas del lugar para asegurarse de la fiabilidad de lo que contaba, pero solo se detiene en el costumbrismo lo imprescindible. Pronto va desarrollando un complejo entramado de relaciones y sentimientos íntimos no biográficos, incorporando distintos elementos genéricos, pero con una coherencia visual y estilística basada en las palabras dichas a medias, en las pulsiones acalladas, en los anhelos apagados, en las renuncias que impone los reveses de la vida. Y así va retratando con tanta calidez como misterio, con una fidelidad a los personajes sin juzgarlos ni adornarlos, y un delicado sentido de la elipsis para no remarcar lo evidente, un drama de alcance tan privado como social.

La llegada al pueblo de un soldado desertor desata esa mezcla de prevención y atracción, y el dilema moral ante sus posibles actos, también la relación con una de las tres hijas, que acaba casándose con él. Es solo uno de los hilos de los que va tirando Delpero para ir tejiendo el paisaje emocional, brumoso y de colores apagados como el propio valle, con la dureza de las montañas y la nieve como telón, el calor de hogar, el aislamiento que es necesario traspasar, y la guerra muy al fondo pero siempre presente. La importancia del maestro en la comunidad, aunque su comportamiento no sea a veces tan ejemplar en el seno de la familia, es uno de los aspectos que despliega Vermiglio. Un maestro que encuentra su salida vital en conseguir discos de gramófono para su colección, aunque la economía familiar no lo permita, y también capaz de transmitir a través de ellos una hermosa lección de amor al arte.

Pero el foco principal está en distintos aspectos de la feminidad vividos con dificultades, constricciones y frustraciones en ese entorno, aunque Delpero evita los efectos dramáticos o la proclama fácil. Hay mucha delicadeza y complejidad en la forma de acercarse a esos sentimientos y vivencias, con un tono hipnótico, brumoso, sugerido, pero nunca críptico ni artificioso. Busca las emociones, y la forma de transmitirlas al espectador, de un modo contenido y respetuoso, que va calando poco a poco pero profundamente.

Las mujeres tratan de buscar su destino, como reafirmación o como huida, y a veces ese destino está en otro lugar (el filme no se circunscribe al valle), o la única salida posible es el ensimismamiento o la renuncia a una prosperidad y un crecimiento como persona, como madre, como pareja. Las relaciones entre madres e hijas, entre hermanas. El dilema entre la individualidad y la colectividad. Y ahí Maura Delpero triunfa con su método paciente, contenido y afectuoso. ∎