Imaginad que tenéis ante vosotros a los hermanos William y Jim Reid –a The Jesus And Mary Chain, viene a ser lo mismo– dispuestos a contaros su vida de cabo a rabo. Juntos, más o menos bien avenidos, matizando y puntualizando educadamente lo que cuenta el otro. Sin cortapisas, ninguna cuestión tabú ni aspecto que dejar en el tintero. Un lujo, ¿no? Pues eso es lo que ha conseguido el periodista Ben Thompson tras horas de entrevistarlos por separado, logrando que la distancia entre Arizona y Devon (sus respectivos lugares de residencia en la actualidad) se disuelva a lo largo de estas casi trescientas páginas, que nos llegan prácticamente al instante –hace nada que lo publicó originalmente la editorial británica White Rabbit– traducidas al castellano con el habitual buen hacer de Ibon Errazkin, a través de Contra.
Se han publicado algunos otros libros sobre ellos (el más notorio fue “Barbed Wire Kisses”, de Zoë Howe, en 2014, aquí publicado como “Besos de alambre de espino. La historia de The Jesus And Mary Chain” en 2022), pero este seguramente sea el complemento definitivo porque prescinde de toda retórica para quedarse simplemente con lo mollar y además llega hasta nuestros días. Ellos dos y el recuerdo de su vivencia. Sin más. Al fin y al cabo, los hermanos de East Kilbride nunca fueron gente de dar rodeos. “The Jesus And Mary Chain. Incomprendidos” (“Never Understood”, 2024) es revelador, divertido, descarnado. Su atribulada travesía contada de primera mano. Y se devora, a poco que alguna vez hayas tenido algún interés por ellos.
Su publicación coincide con la atosigante (mediáticamente) vuelta de Oasis, banda que a Jim Reid nunca le gustó, aquí lo deja bien claro. Y los paralelismos son demasiado evidentes como para obviarlos: un hermano mayor, William, que compone gran parte del material en la sombra y ve cómo su hermano pequeño se lleva casi todo el protagonismo y un diferencial trato de atención por el simple hecho de ser el frontman, aunque lo fuera tras haberlo echado a suertes porque ninguno de ambos quería al principio. Luego hay mil matices, y además los Gallagher nunca contaron con una figura familiar tan mediadora como es para los Reid su hermana Linda (Sister Vanilla), principal artífice de la reconciliación que ha derivado en sus giras de los últimos quince años y en sus dos últimos discos. Pero el rosario de rencillas fraternales está ahí y es de manual. Carne de psicólogo.
El título también le hace justicia, porque además de ser un guiño obvio a su “Never Understood”, plasma su lógica desazón al sentir que su aportación a la música popular no ha sido siempre suficientemente valorada por prensa y público. Es obvio que My Bloody Valentine son la madre del cordero del shoegaze, pero también es muy posible que no hubieran existido (no al menos en esa forma) sin The Jesus And Mary Chain, y tanto la legión de músicos que se miraban los zapatos (y las pedaleras) como las hordas del noise rock tienen una deuda con ellos mucho mayor de la que se suele reconocer. Tal y como explica Jim (el más locuaz y clarividente de los dos, sin duda), parece mentira que a nadie se le hubiese ocurrido “mezclar a las Shangri-Las con las guitarras más hirientes, ofensivas y chirriantes de la tradición del garage”, y esa alquimia fue el kilómetro cero para muchas formas posteriores de entender el rock. Reconocen también su parte de culpa: su asincronía con los tiempos, su escaso olfato comercial, su nulo tacto para pronosticar tendencias. Su intento –por ejemplo– de adaptar la rítmica hip hop a su discurso en “Sidewalking” (1988), cuando todo el mundo ya miraba a Madchester. Y no fue por falta de ganas: nada les parecía más absurdo que esas bandas indies para quienes “el fracaso era una medalla”. Aunque lamentan haber firmado por Warner (su subsidiaria Blanco y Negro) y no haberlo hecho –como The Smiths, quizá estos hubieran intercambiado gustosos los papeles con ellos, dado lo tiesas que se las tuvieron con Geoff Travis– por Rough Trade, donde les hubieran puesto menos palos a sus ruedas. Hubo quien los acusó de vendidos, pero lo cierto es que nunca cedieron.
Por supuesto, Alan McGee y Bobby Gillespie son los dos principales actores secundarios de un relato perfectamente hilvanado entre ambos testimonios. Una alianza que se truncó en 1998 (a las diferencias personales hay que sumar las de sus adicciones: la combinación de alcohol y coca de Jim casaba mal con la hierba de William) y se restableció en 2007, aunque la leyenda ya hubiera escrito sus mejores capítulos mucho antes. Quizá lo mejor que cabe resaltar de ambos caracteres es que miran atrás con honestidad, conscientes de sus excesos vitales –el rosario de tristes desencuentros con sus ídolos musicales da para un descacharrante libro paralelo– y sin demasiadas cosas que reprocharse en el apartado creativo. Que por algo su infancia en Glasgow transcurrió en viviendas tan humildes que se veían obligados a compartir incluso el baño con sus vecinos de rellano. Siempre tuvieron claro cuáles eran sus referentes y de qué clase social provenían. Y les iba la vida en ello. ∎