Convertida gracias al boca a boca en un pequeño fenómeno, “Yellowjackets” (2021-) se ha visto rodeada, en el descanso entre temporadas, de una vibrante energía anticipatoria. El retorno de la serie creada por Ashley Lyle y Bart Nickerson es el estreno más visto de la historia de Showtime, y los ingredientes que la constituyen como algo totémico, atrayendo hacia ella una masa hambrienta, quedaban ya dispuestos en la primera temporada: dinámicas propias de una serie de instituto con protagonismo femenino se mezclan con supervivencia en condiciones extremas, nostalgia de los noventa y una ambivalente tensión entre el folk horror –con recurso a lo fantástico y las fuerzas telúricas– y las ya habituales narrativas del trauma, en un delicado equilibrio que en ocasiones empieza a romperse –¿cuánto grunge es demasiado grunge?, ¿cuántas visiones son demasiadas visiones?– pero que por lo general consigue aguantar con maestría.
Su historia es la de un equipo de fútbol femenino que debe sobrevivir en el bosque tras un accidente de avión, y su punto fuerte los personajes, sólidos pese a encontrarse en constante cambio. Dos líneas temporales –1996 y 2021– y dos generaciones de actrices brillantes que comparten el mismo papel delinean una tensión simbólica: entre la juventud entendida como abismal espacio de posibilidad (cualidad que, tras suceder lo impensable, solo se exacerba; ser una adolescente se vuelve aún más confuso, sucio e inverosímil de lo que de por sí era) y el insoportable vacío de la vida adulta, lastrada por el trauma.
La incorporación de Lauren Ambrose y Simone Kessell como las versiones adultas de Van y Lottie logra interesarnos, mientras que Natalie (Juliette Lewis) alcanza mayor madurez que cualquier otro personaje. Conocemos a Walter (Elijah Wood), pretendiente de una Misty (Christina Ricci) que, tras ser la estrella indiscutible de la primera temporada, pasa a un lamentable segundo plano. La familia de Shauna (Melanie Lynskey) adquiere protagonismo y funciona como un reloj en uno de los terrenos que la serie mejor maneja: el del humor negro y las oscilaciones tonales, la forma menos dramática de afrontar la rutina fuera de la realidad de estas mujeres cuya historia fragmentada, pese a estar contada en esta temporada con menos precisión que en la anterior, aún constituye el experimento más refrescante de la televisión del momento.
Con todo, el motor sigue siendo el mismo: el misterio, las preguntas que formula, los huecos que quedan por rellenar. ¿Quién murió en aquel bosque? ¿Quién vive todavía y qué oculta? ¿Qué es real y qué imaginario? ¿Quién se comerá a quién? “Yellowjackets” renuncia a incurrir en fórmulas y decide entregarse, “a la antigua” y siguiendo el modelo de “Perdidos” (Jeffrey Lieber, J. J. Abrams y Damon Lindelof, 2004-2010), a la entropía del misterio y la inercia del hype, algo que podría pasarle factura a lo largo de las cinco temporadas que tienen pactadas, pero que de momento logra alimentar la fiebre. ∎