¡Pero qué canciones hacen ABBA! Es lo primero que piensas después de escuchar un álbum como “Voyage” y soniquetes tan irresistibles como “Just A Notion”. Es cierto, puede que no haya nada más demodé –bueno, sí lo hay– que echarse en los brazos del veterano cuarteto sueco a estas alturas. Un grupo denostado y rehabilitado históricamente que sale de la hibernación cuando la polémica entre defensores y detractores –después de cuarenta años, ya me dirán– yacía casi igualmente inerte a pesar de “Mamma mia!”. Donde parece haber consenso es en admitir que, para bien o para mal, ABBA es uno de los mejores grupos de pop de siempre. Que menudo adverbio de tiempo este, ¿no creen? “Por tiempo indefinido”, concepto metafísico donde los haya, aplicable a aquello que “vale” o “no vale” –técnicamente se llamaría “disvalor”– en todo momento. Sin embargo, ¿cómo no sentir el bálsamo benéfico de una pieza de ABBA cantada por las semidiosas Agnetha Fältskog –la ninfa rubia “ex” del feíto– y Anni-Frid Lyngstad –la morena turbadora “ex” del rellenito–? Y no, no se trata de criogenia, hologramas, avatares o hobbits bonachones. Son reales y han vuelto. Y si pensaban que las melodías se habían acabado, no se vayan muy lejos. Más bien, busquen y hallen aquí.
Porque “hacer” no solo consiste en escribir canciones. ABBA fueron, son, no sabemos si serán, un grupo total, de pleno al 15 en estratos estéticos, la envidia del planeta pop. Genios superferolíticos del art pop como Phil Oakey querían ser como ellos, hasta que se desinfló el suflé de la inspiración, algo que sus héroes vikingos tienen para regalar. Juraría que el cantante del flequillo en The Human League devoró “The Visitors” (1981), el disco más sintético, oscuro y extrañamente folk de ABBA, un grupo tan blanco como Polar, el sello que les ha vuelto a publicar su nuevo álbum. Si alguien les vio tirar de algo negativo que no fuese ironía, que hable ahora o calle para siempre. ¿Esto es malo? La avalancha de pop superlativo que produce ABBA, y “Voyage” no es una excepción, es tan tupida y esponjosa que tiene el poder de laminar sin despeinarse aristas del paisaje tan persistentes como las clásicas acusaciones de blandos y prefabricados. O eso creo.
Cierto que la sombra del maquillaje grueso planea inevitablemente sobre un regreso discográfico que se suma a un anticipado directo-streaming desde el Parque Olímpico Queen Elizabeth de Londres, esta vez con sus abbatares en escena, apoyados por un grupo de diez músicos de carne y hueso, imagino que con paga extra por la cara de tontos que se les puede quedar. Pero no seamos cenizos. Millones de fans acérrimos y nostálgicos, retuneados de andar por casa y deseosos de bailar aunque sea con el cinturón desabrochado, nos vigilan. Miren si no las cifras en Spotify –mi suegra lo llama “putifai”– de sus tres primeros singles, dos digitales y un tercero publicado en ridículo CD-single de una sola pista: el trote setentero de “Don’t Shut Me Down” va para los 50 millones de reproducciones; la reconciliadora “I Still Have Faith In You”, que no por casualidad inaugura el disco, roza los 25; el “chicory tip” hiperoptimista de “Just A Notion”, tema sobrante de 1978 que ahora ve la luz, unos modestos 6. Y contando, claro. Pero bueno, si pensamos que los Beatles tocan el olimpo digital con los 400 millones de clics en canciones como “Yesterday”, lo de ABBA resulta que no sería para tanto.
Pero conviene dejarse de rodeos, que el tiempo pasa y se llama suspiro. Esto debe de ser lo que pensó el cuarteto escandinavo para celebrar, ahora que se acerca la Navidad, la resurrección más sonada desde la del Nuevo Testamento. Porque ABBA siempre fueron una banda de Nochevieja, o de aquellos viajes cuando nuestra hermana mayor pinchaba la insoportable “Chiquitita” en el Simca de la familia. “Voyage” no contiene ganchos tan insidiosos, pero sí la propiedad de funcionar como una lustrosa cápsula-sonda espacio-tiempo, más retro que futurista, con tímidas actualizaciones de producción –“Keep An Eye On Dan”–, las habilidosas inyecciones étnicas de siempre, esta vez en forma de solución celta –“Bumblebee” y “When You Danced With Me”, que llega a sonar a Big Country–, híbridos de synthfolk operístico y supersaturado a lo Sparks –“No Doubt About It”–, un villancico de cajita musical nacarada que les dará cumplida pascua a sus detractores –“Little Things”–, o la despedida nada disparatada de “Ode To Freedom” –esa palabra tan gastada–, una habanera galáctica entre Vangelis y Strauss.
El tándem Benny Andersson –que produce, arregla y toca los teclados– y Björn Ulvaeus–que esta vez se limita a componer con su amigo– entregan un álbum de ABBA que vuelve a parecer un recopilatorio de singles. Vamos, que lo bordan otra vez, pero no una cobertura de ganchillo para el perrito bamboleante del coche de tu abuelo. “Voyage” no es Dua Lipa, pero tampoco un viaje al pasado con la leyenda intergaláctica de “todo por la pasta” –me imagino que no es el caso–. Lo conseguido es simplemente pop mayúsculo, para todos los públicos –¡oh, no!– y también para ti, ente escéptico, con una producción exuberante, y melódico hasta llorar de emoción si esto es lo que te va. Obligado y previsible, metavirtual e (im)perfectamente nórdico, bailable y melancólico, positivo y necesario en estos tiempos raritos que vivimos, inevitablemente antiguo pero en absoluto crepuscular, atemporal y musicalmente virtuoso, cálido, ligero y extraordinario. Hay quien dice que lo nuevo de ABBA ha hecho rebrotar los ríos de tinta que antaño fluían de una crítica musical declarada en vías de extinción. Sin contar con la genial idea de hacer un bolo sin levantarse del sillón. Y no es que no se le haya ocurrido antes a nadie: la cosa es poder hacerlo. ¡Pero qué más puede pedirse, cabras locas! ∎