Álbum

Amaka Jaji

TIDETBLOC C, 2024

Amaka Jaji es un músico y fotógrafo tuareg que nació y creció en un oasis de Libia. Afincado en Túnez, entrega un disco de debut que lleva la música de los “ishumar” –un término para denominar a las nuevas generaciones tuareg desarraigadas que forjaron las revoluciones y el blues del desierto– hacia un terreno desconocido hasta ahora y que no es otro que una mezcla entre los riffs de guitarra eléctrica y las melopeas de origen tradicional, que han determinado su identidad y fama internacional, con elementos propios del trap y las nuevas tendencias del pop electrónico.

O lo que es lo mismo, la mística intrínseca de los denominados “hombres azules” y una voluntad de pertenencia a las nuevas corrientes que ha impulsado la cultura global, generada por la inmediatez que proporciona internet y las redes sociales. Dos compartimentos que hasta ahora parecían estancos y que con este disco queda claro que son permeables, gracias a una osmosis musical que permite la interpenetración de los beats con lo orgánico y lo ancestral.

El título de “TIDET” –que en lengua tamasheq significa “verdad”– le sirve para vehicular una oda a su cultura y a su modo de vida y a la vez expandirse hacia varias influencias musicales, en un viaje conceptual que tiene muy en cuenta nuestro mundo globalizado, todo ello ilustrado por vídeos y visuales que reflejan la vida y los rituales tuareg, de antes y contemporáneos. Eso queda claro escuchando y viendo el vídeo de la inicial “OUDAD”, grabado en su ciudad natal de Ghat, en el sudoeste de Libia, y en el desierto de los alrededores. La música, iniciada con un bombo sintético que parece imitar los golpes de la molienda, es un reflejo del trance tuareg y de la espiritualidad sufí. No en vano su padre era un sheikh, un líder religioso y un sabio local. Por eso no es extraño que a temprana edad ya empezara a recitar las suras del Corán. Pero esto era una imposición más que una devoción y, tal como reconoce, entonces no estaba interesado por la cultura propia, más bien al contrario: consideraba que su pueblo vivía en el atraso y que necesitaba desarrollarse.

La guitarra la empezó a tocar una vez instalado en Túnez y fue allí cuando le cambió la perspectiva y se dio cuenta del valor de las raíces. Fue en el aislamiento pandémico cuando empezó a forjar un sonido tan distintivo. En el camino tuvo la ayuda fundamental del productor Tika, un colega libio de Trípoli. Y es que Amaka cree que “la música tuareg dejó de desarrollarse en los años noventa. Estamos atrapados en el viejo estilo y nuestras bandas hacen una música muy similar”. Para hacerla avanzar ha incorporado sonidos digitales, sintetizadores y cajas de ritmo, adaptados a influencias que van del hip hop al rai pasando por el dabke o la música sudanesa, como bien refleja el sonido de “TENERE”.

El primer single, “WEN”, y el vídeo oficial, explora su búsqueda de pertenencia; de asumir una cultura muy antigua y a la vez un mundo actual hiperconectado, gracias a móviles y ordenadores, en una mixtura en la que el sustrato arábigo está supeditado a un concepto de trance en el que la tradición queda diluida: el tema surgió en los funerales de su hermano, donde grabó los responsos para procesarlos luego en estudio; de ahí el tono algo lúgubre de la melodía. Otro nexo familiar asoma en “ALLAMA”, un tributo a su abuela, que fue una experta del rebab, o rababa, instrumento de cuerda frotada que es como el violín de los beduinos. Para construirlo sampleó una actuación suya de los años cincuenta, adaptada y deconstruida acorde al presente, sin perder por el camino las maneras canónicas. Algo similar sucede en “SHIN NE9DAR NDEER”, aunque el rebab quede disimulado en unas formas entre el trap y el trip hop, con un vídeo que de nuevo refleja fascinación por la vida en el desierto. Idéntica dualidad, entre tribal y digital, aflora en la breve “MALT (Skit)”.

En la vaporosa “TARANIN” se duele en tamasheq, un lamento por su lengua materna que no domina, ya que lo que habla con fluidez es el árabe, el idioma de los colonizadores. Su tristeza por la pérdida de identidad se refleja en la espiritualidad sufí que emana de “BENT JIL”, en el que unas guitarras apenas insinuadas ceden el protagonismo a teclados etéreos y voces implorantes. El mismo sesgo ensimismado, aunque no exento de orgullo, aflora en “HANINA” con un deje de claras reminiscencias del rai, aunque pasado por el tamiz electrónico del Auto-Tune, sin olvidarse al final del aroma bereber que proporciona la flauta de caña gasba, la misma que confiere a “MAYJAN” un aura ambient, propulsada por una somnolienta voz y una guitarra eléctrica de fondo que conecta con el rock del desierto que conocemos, en una nueva muestra de cómo respeto e innovación se dan la mano en un disco que inaugura una nueva época de la música tuareg. ∎

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