Escribió el poeta T. S. Elliot sobre disponer de una cara para ver las caras que te encuentras. Una cara, una identidad, una voz. Para así poder crear esa suspensión en el tiempo y el lugar propios para viajar al de otras personas. Es algo que la estadounidense Rebecca Solnit evoca en su libro “Recuerdos de mi inexistencia” (2021), ensayo sobre la construcción de uno mismo y cómo hacer de lo íntimo algo universal (eso han dicho de esas páginas en ‘The New York Times’), o al menos algo colectivo. Buscando el paralelismo, me atrevo a decir que su compatriota Anaïs Mitchell, musa dulce del nuevo folk de los últimos veinte años, un canal puro que se conduce por la misma senda que te lleva hasta el unicornio de Rickie Lee Jones, ha seguido ese camino a lo largo de su discografía, que con este álbum homónimo cuenta ya a su nombre con siete LPs de estudio (uno compartido con Jefferson Hamer), un EP (este compartido con Rachel Ries), una recopilación y la banda sonora para el musical “Hadestown” (2016), que ha editado en tres ocasiones en diferentes versiones. Por el camino ha cosechado una decena de nominaciones a diferentes galardones, en cinco de ellas llevándose el premio, contándose en esa mano un Tony y un Grammy. A esto hay que sumar que es componente de Bonny Light Horseman y que ha colaborado con Big Red Machine (Aaron Dessner le sirve aquí con sus guitarras).
Hechas las presentaciones para quien no conociera a Anaïs o no la recordara, toca decir que estamos ante un disco fabuloso, en el que, volviendo a T. S. Elliot, su autora ha dispuesto su cara y la ha suspendido en el tiempo y el lugar propio, sí, pero no para viajar hacia otras personas, observarlas y contárnoslo, sino para mirar su propio reflejo e intimidades, más bien a la manera de Rebecca Solnit en su último libro. “Anaïs Mitchell” es un autorretrato, o una mirada a su álbum de fotos, dibujado con sabia serenidad melódica, que deambula elegante por las pequeñas cosas y reflexiones melancólicas que provoca el paso del tiempo, reivindicando la quietud y tranquilidad ante el triunfo como quien ve caer la tarde en paz y se siente hada en miniatura. Un ser tranquilo que ahonda sin coreografías ridículas en la gran aventura de la vida. “He traído mis regalos para el trueque, para la cama y el tablero de un vagabundo”, canta en la inicial “Bright Star”. ∎