¿Dónde se quedaron aquellos Arcade Fire que exorcizaban las angustias de nuestro tiempo incitándote a agarrarlas por el cuello y arrojarlas lo más lejos posible entre gritos de júbilo? Aquella banda que contagiaba un vitalismo exacerbado y de la que parecía que la música que emanaba era tan vibrante que no cabía dentro de ellos mismos.
El sexto álbum de la banda formada en Montreal –aunque su pareja líder, Win Butler y Régine Chassagne, reside actualmente en Nueva Orleáns– se ha visto beneficiado por la experiencia pandémica a la hora de dar un sentido de zeitgeist a un discurso conceptual que, en realidad, habían comenzado a construir con anterioridad. No se trata tanto –como ellos mismos han querido utilizar promocionalmente– de un contenido profético como de una continuación de los mismos temas que ya exploraron en “Everything Now” (2017) y que, de algún modo, también estaban presentes en “Neon Bible” (2007) y “The Suburbs” (2010). La extrema disonancia entre la hiperconectividad y la velocidad de la comunicación en contraste con la soledad individual es el hilo del que surgen estas diez canciones estructuradas al modo de un disco clásico de rock sinfónico, agrupándolas en varios movimientos, con un interludio instrumental y un argumento que narra un viaje desde la oscuridad-aislamiento hasta la luz-conexión grupal, desde el yo al nosotros. En realidad, se trata de un lugar común que solo adquiere algo de interés en los textos cuando juega con la idea de que no están intentando reflejar tanto la realidad como mostrándola tras el disfraz de una ficción distópica (al igual que sucediese en “The Suburbs”). “End Of The Empire I-III”, por ejemplo, habla de una destrucción real de EEUU después de una guerra. A ello hay que sumar un trasfondo moral que conecta con el carácter de banda de rock cristiano con el que ellos siempre han flirteado: la idea de criticar las tentaciones materialistas, invitar a bajarse de este tren en marcha y abrazar la comunidad y la espiritualidad.
La elección de Nigel Godrich como coproductor junto a Butler y Chassagne tiene mucho que ver con la admiración de la banda por los Radiohead de “OK Computer” (1997), una referencia que conectan astutamente con la presencia de Peter Gabriel en “Unconditional II (Race And Religion)”. Las similitudes no se quedan solo en los títulos (“WE” recuerda al “Us” que le puso el británico a su álbum de 1993), sino también en la temática general, el espíritu y el sonido. Hay buenas ideas a nivel musical, algún quiebro hacia el pop electrónico que recuerda momentos gloriosos del pasado y algunas canciones hermosas como “Unconditional I (Lookout Kid)”, que responde a otro género en sí mismo: el del tema dedicado a un hijo recién nacido dándole consejos para el futuro, como “Palabras para Julia”. Pero, en general, es un disco aburrido y pretencioso, lastrado por los medios tiempos y con menos enjundia de la que presupone. Que, cuando intenta emerger hacia la luz, lo hace con menos vivacidad que antaño. Como si, esta vez, el miedo y la ansiedad sí les estuviesen venciendo a ellos. ∎