Álbum

Bartees Strange

Horror4AD-Popstock!, 2025

Aquí hay groove para parar un tren. Y toneladas de descaro. El norteamericano –nacido en Ipswich, Reino Unido– Bartees Strange ya publicó uno de los álbumes de debut de 2020 para Rockdelux, y en este tercer largo prolonga la misma cruzada de rock híbrido e imprevisible, alimentado de funk, soul y modismos del rock indie yanqui, sin perder de vista una proyección comercial meridiana. Diríase que teje el hilo invisible que une a Living Colour con Yves Tumor, pasando por Bloc Party, TV On The Radio y Algiers. Si conviene imbricarlo en una saga, sería esa. Se nota su pasado post-hardcore (militó en la banda Stay Inside de 2016 a 2018, cuando vivía en Brooklyn; ahora está en Washington D.C.), pero también la vocación llena estadios de unos The National, a quienes versionó por completo en los ocho cortes de su EP “Say Goodbye To Pretty Boy” (2020). Esta vez produce Jack Antonoff, para más inri: el hombre detrás de muchos de los pelotazos de Taylor Swift, Lorde, Lana Del Rey, St. Vincent, Pink o Sabrina Carpenter. Esto apunta alto.

De hecho, hay un puntito (o un puntazo, según se mire) AOR, indisimuladamente mainstream, en canciones como “Sober” –que no deja de ser más soberbia que sobria, rematada con un flamígero solo de guitarra al más puro estilo hair metal–, la muy estandarizada “Lie 95” o “Backseat Banton”, que suena a Ryan Adams cuando juega a cambiarse dos letras de su nombre de pila por “Brian” (como en aquel “Rock N Roll” de 2003), pero con un grado extra de sobreelocuencia al que nunca llegaría. El estribillo de “Wants Needs” apunta a los Foo Fighters cuando iban a la conquista de las antiguas radiofórmulas, y no es un mohín: no debe ser nada fácil hacerlo tan bien. Pero donde más jugo cabe extraerle al disco es en sus cavidades menos iluminadas. En el fulgurante spoken word de “Norf Gun”, que suena como un cañón. En ese extraño cruce entre New Order y Ela Minus que parece “Lovers”. En el picante soul que espolvorean los coros de “Too Much” antes de que las guitarras supuren electricidad y nuestro hombre rapee. En el tránsito de Prince a los Sparks que arquea una composición tan mutante como “Hit It Quit It”. En la forma en la que el espectro del genio de Mineápolis emerge de nuevo en “Loop Defenders” para rebozarse en ponzoña punk en su tramo final. Y hasta en ese baladón que es “Baltimore”, que podría llevar la firma del Lenny Kravitz más aprovechable si no fuera porque al final una guitarra de lo más cortante la saja con estrépito. No es un trabajo redondo, pero los aciertos eclipsan –con mucho– cualquier exceso, que los hay. ∎

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