Álbum

Baths

GutBasement’s Basement, 2025

“I come from anger, suppression and festering, a childhood structured by God (and defined by what I’m not)”, canta Will Wiesenfeld en la segunda mitad de “The Sound Of A Blooming Flower”, desplegando con él un propulsor y expansivo ritmo de rock alternativo que interrumpe abruptamente más de tres minutos de autoflagelación en forma de piano ambient. Se retuerce en él mientras los pianos hacen puntillismo, y se deja envolver por él para poder eclosionar en un grito de puro hardcore que parece sacado de un disco de Deafheaven: “Some beauty just annihilates!”. “El sonido de una flor floreciendo” podría ser perfectamente el descriptor del cuarto trabajo de Wiesenfeld como Baths tras ocho años limitándose a colaboraciones esporádicas –una de ellas para el “Reflection” (2021) de Loraine James– o remixes y más centrado en su faceta ambient como Geodist o en proyectos para el mundo audiovisual, y en él persigue constantemente ese tipo de liberación y se rebela contra todas las estructuras que predefinen la experiencia homosexual masculina entre arreglos floridos, dinámicas preciosistas y ritmos enérgicos y apoyado en una rutilante instrumentación que hila a la perfección el pop sintético con el organicismo del indie rock.

Líricamente descarnado, directo y confesional, “Gut” es, para Baths, un trabajo visceral salido de la pura entraña, y de ahí su título. Y responde a una necesidad también muy interna: preguntarse, a través de su propia experiencia y desde el prisma –quizá desalentador, pero también serenamente aceptado– que da la madurez, sobre la vivencia del sexo, el amor y el deseo en la homosexualidad masculina, construida bajo el escrutinio de una lente patriarcal que solo entiende al hombre como vehículo del deseo y la carnalidad, y que asume el romanticismo como algo inherentemente femenino, impidiendo por tanto la vivencia de un amor normativo en el que esté aceptada la propia no normatividad. “The dream isn’t wild, it isn’t new”, expresa en “Cedar Stairwell”, uno de los momentos más quietos y reflexivos del disco, pastoral sobre cruising con rollo ambient folk: “Men who haven’t met in a motel room”.

El deseo de una vida amorosa tradicionalmente entendida como “normal” marca también “Verity”, que además maneja una forma musical parecida. Porque a veces eso es lo único que quiere uno: “Sun-yellowed plastic on a dashboard, moonlight on yellow teeth, some sedan in a business park”. La imposibilidad de lograrlo, y el convencimiento cada vez más funesto de que ese día no tiene pinta de que vaya a llegar, marcan de principio a fin “Gut”: “Someone show me how to do this”, suplica. En cierto modo este es el disco que podría haber entregado perfectamente Perfume Genius si su transición no hubiera sido hacia la extrañeza y la abstracción primero y hacia la alucinación folk-rock después; desiderativo, contradictorio, barroco, incendiario y brutal. Cuando parece que algo puede empezar a funcionar, durante la vibrante y glitchy “American Mythos”, laptopista y sampledélica, tener que encajar en ciertos modelos se convierte en otra barrera más: “Sweetheart, I hate this, you’re acting, I don’t know, like a fucking American”, canta con tono de reproche. “Acting like a beacon of relevance, you and I are fucking American and I hate us, I hate it all”.

Esa performatividad, o la clandestinidad a la que queda relegada en muchas ocasiones la vivencia homosexual –“I’ll only ever live in ground floor units or back houses”, canta en “Governed”–, contrasta también en todo momento con la pulsión sexual, que incendia el álbum con su urgencia y sus clímax: si en “Sea Of Men”, una balada a piano que no hace sino crecer hasta abrazar el pop barroco, reconoce que “Carnal is a normal mode / Fucking all the men in droves” volviendo a lamentar que el sexo sea el único camino, en “Peacocking” se esfuerza por asumir la naturaleza abierta de una relación desequilibrada –“I’ve been boring long enough / Wanna know the things you think are fun”–. En el espectacular estribillo de “Eden”, el buque insignia del trabajo, una de las mejores canciones del año y una de las más directas de la discografía de Baths, una riquísima, vibrante y boyante instrumentación construye un vergel para hacer aún más sugerentes las imágenes dibujadas por Weisenfeld: “I am what he’ll be drinking, I’m a spring cupped to his lips, slip into my ellipsis”. Los sintetizadores parecen brotar de las fuentes de los labios bañadas en una brillante policromía, y bailar en el aire haciendo arabescos, buscando esa liberación que también persigue “Chaos”: “Every time I try it, all of my violins can’t contain a smile or his bright red iris”.

Esos violines, símbolo de impulsos internos, aparecen de hecho en el disco en forma de cuarteto de cuerdas –el mismo Isaura String Quartet con el que colaboró en “Romaplasm” (2017)–, pero curiosamente no contribuyen a esos momentos de florecimiento, sino todo lo contrario: son el abrazo amigo, la caricia preocupada, el “¿estás bien?” sincero, incluso el cigarro después de toda la euforia. Y son, sobre todo, necesarios para contrarrestar la incertidumbre –y esa sensación de identidad fragmentada sobre la canta Weisenfeld– que provocan los ritmos entrecortados de canciones como “Homosexuals” o “Governed”, de las más frontales y reveladoras del disco. “I will die waiting / I will die governed / Some crucial move / I never discovered”, canta con resignación en la segunda, que empieza como si Hudson Mohawke se pusiera a producir al Dan Bejar de The New Pornographers y termina convertida en la Björk de “All Is Full of Love”. Si “Gut” hubiera salido en 2014, la verdad es que hubiera sido un disco increíble e incontestable, todo una joya de la indietrónica experimental. Hoy, aun armado con grandísimas canciones, impacta más por abrirse en canal con tanta honestidad que por proponer algo nuevo en el plano esencialmente musical. ∎

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