Han cambiado mucho las cosas para Benjamin Clementine desde sus bohemios inicios en París. El gigante atormentado y andrógino, de largas gabardinas, pies descalzos y spleen rimbaudiano, se ha convertido en un feliz padre de familia, casado con la folksinger británica Flo Morrissey –con un disco, “Gentlewoman, Ruby Man” (2017), compartido con Matthew E. White–, con la que ha tenido dos hijos y ha grabado el single “Calm Down” (2020), acreditado a The Clementines. La calma de su nuevo hogar en California, y también la pandemia, lo ayudaron a concentrarse para crear un proyecto de tres discos, del que este sería la primera entrega, antes de su retiro para dedicarse a otras actividades artísticas; la de actuar sería una de ellas, vista su presencia en “Dune”.
Venía de una etapa, digámosle jazzística, con “I Tell A Fly” (2017), que presentó en directo con banda. Fue un giro que no gustó a algunos de sus primeros fans, fascinados por el aire decadente y neoclasicista de su espectacular debut, “At Least For Now” (2015), que le valió comparaciones con la mismísima Nina Simone. Antes de su edición ya se pronosticaba que había nacido una estrella, debido a sus performáticas puestas en escena, solo frente al piano.
Pero, lejos de forzar lo melodramático, las nuevas canciones transpiran ese sosiego que implica su nuevo estado vital. Es más pop, por decirlo de algún modo. Fuerza menos el drama para dar cabida al gozo. Sin olvidarse de su temperamental neoclasicismo, exaltado por los prominentes arreglos de The Akan Symphony Orchestra. Así, el single “Delighted” suena a delicia de cámara, con unos coros, de Flo Morrissey, angelicales y exquisitos. Existe también la versión instrumental, que parece un cruce entre repetición minimalista y wéstern crepuscular. Otro tema, el intimista e instrumental “Last Movement Of Hope”, está claramente inspirado por Erik Satie.
La canción que sirvió de presentación, “Copening”, es como la sintonía de un musical, mecido por los violines. La cara B, “Weakend”, es mucho más triste, de nuevo con la orquesta llorando mientras su piano desgrana la melodía. Es un crooner de tomo y lomo, con un romanticismo decadente completamente seductor. Otro single, “Genesis”, mezcla declamación desgarrada y un sesgo melódico pop que firmaría Rufus Wainwright.
En la inicial “Residue” habla del “fire in my nubian eyes” y de la “rage of my eccentric thoughts”, y si bien la rabia estalla puntualmente, lo que prevalece es un pop de cámara rubricado por las estrofas que canta con su señora en un tono de pastoral folk. La breve “Difference”, que no llega a los dos minutos, es una oda al amor en el que los coros femeninos imprimen grandiosidad entre un mar de cuerdas. En la también breve “Gypsy, BC” se repite el esquema, con atisbos de desgarro vocal entre violines y un final en el que Flo se encarga de endulzar la melodía. Por su parte, “Atonement” es una canción de expiación, con arreglos orquestales sinfónicos, y la participación decisiva de su señora en un final algo pomposo.
La terna que cierra la docena de canciones se abre con “Auxiliary”, cuya críptica letra pasa como un bálsamo servida por el Clementine más pop y luminoso, coros incluidos. Lo mismo que “Lovelustreman”, que conecta con el trip hop inicial de Jay-Jay Johanson, del que le distancian algunos gorgoritos marca de la casa. Para acabar, “Recommence”, tal como indica el título, con voz y piano como protagonistas, retrotrae a la gravedad existencial de su primer disco, marcando la dualidad de un presente que se nos antoja menos trascendente que antaño. ∎