Conciso, enérgico, vitamínico. De digestión rápida. Con la factura casual de un músico incontinente a quien se le caen literalmente las canciones de los bolsillos. Así es el decimocuarto disco de Borja Laudo, aka Bigott, en los últimos dieciocho años, aproximándose como pocos a la cadencia de uno por ejercicio. Seguramente este “Back To Nowhere” no sea recordado en unos años como uno de los picos de su abultada discografía, pero la enluce con efervescente solvencia. El maño revela su vis más esencialista en once canciones cortitas y al pie: solo dos rebasan los dos minutos. Y todas apelan a libros de estilo forjados hace más de cuatro décadas en los dominios de lo que fue el imperio anglosajón.
El raca raca inmisericorde de la escuela Feelies es el que más destaca, aquí bien presente en “C’mon”, “Back To Nowhere”, “Far Away” o una “World Die” que, por su mayor inclinación al pop soleado, remite también a Rolling Blackouts C.F., los reyes del jangle pop actual. Guitarras veloces en ebullición. Frenesí. Comparten órbita con las de Yo Somos, el trío valenciano formado por Quique Gallo, Xema Fuertes y Cayo Bellveser, con flamante álbum recién estrenado.
Luego están los matices: el estribillo de “Painting Colours” desvela un giro after-punk, y el lirismo de “We Are One” tiene un nosequé con el que sintonizan con los Go-Betweens de cuando Grant McLennan se ponía ante la partitura y el micro. En otra onda, la huracanada “New York Dance” apunta a un cruce entre Ramones y The Velvet Underground y “Honey Vibes” es un evocador instrumental de eco surf, pero las dos notas más discordantes respecto al tono general del disco son la chaladura “Vanilla Fish”, entre el kraut y la psicodelia, y esa balada a lo Richard Hawley, “Baby I Can Dream”, que cierra estos veintiún minutos y medio de anfetamínico miniaturismo pop. ∎