Álbum

billy woods And Kenny Segal

MapsBackwoodz Studioz, 2023

Estar donde quieres estar muchas veces es estar simplemente con tu gente, más cuando has elegido, como cualquier artista, una vida en itinerancia. Y de esto, en parte, tratan muchas de las rimas que recorren brillantes, combándose entre lo abstracto y lo hiperrealista, los últimos discos de billy woods. De su bruma depresiva y de su visión derrotista le han ido sacando, poco a poco, sus amigos, con los que no solo comparte tiempo sino trabajo de estudio, y poco a poco, sin hacer demasiado ruido, ha logrado auparse como uno de los raperos alternativos más importantes –y, sobre todo, más hábiles en lo narrativo– de EEUU. Gran parte de la culpa la tiene Kenny Segal.

El productor de Los Ángeles llegó al neoyorquino a través de una carambola –fue Elucid, la otra mitad de Armand Hammer con woods, quien los conectó a través de una colaboración para “So The Flies Don’t Come” (2015)–, pero juntos han logrado una dupla –o más bien un ecosistema– con personalidad propia que ofrece una paleta nueva –o al menos sorprendente– sobre la que hacer boom-bap. Primero a través de discos de Armand Hammer como el estimulante ejercicio de estilo de “ROME” (2017) o como ese oscuro reflejo de la “black culture” que es “Paraffin” (2018). Después, con su sello propio y un álbum salvaje pero al mismo tiempo reflexivo como es “Hiding Places” (2019). Y ahora, por fin, con un trabajo en el que el maridaje entre la lírica y los beats alcanza su propia perfección.

“Maps” puede dar un paso atrás respecto al cariz experimental de su predecesor, pero es más compacto y al mismo tiempo es capaz de volar más libre. Y parece reunir finalmente, en igualdad de condiciones, los sonidos de las dos costas en torno a la idea del viaje. Es esto lo que da sustento conceptual al álbum, pero entendido siempre desde el cansancio, desde el hastío, con woods centrándose en relatar sus contrariedades más que sus bondades y condenando el turismo –representado aquí en repetidas ocasiones por la aerolínea de bajo coste Easyjet y su característico tono de naranja– como uno de los vehículos fundamentales del ultracapitalismo. Y abordando también, siempre con sutileza y dobles sentidos –e incluso con fórmulas crípticas: “Cover my tracks with backronyms”, rapea–, las incomodidades de girar, más cuando tu creatividad brota siempre recostado en el estudio y bajo una nube de marihuana: escalas interminables, asientos incómodos, políticas de roaming, pérdidas de equipaje, retrasos, horarios de mierda, pillar la hierba que haya, jet lag, enfrentarse a experiencias cada vez más homogeneizadas por efecto de la mala globalización… Lo hace en “Soundcheck”, por ejemplo, sobre una instrumental cinemática que se acerca a Inflo, o en el contundente delirio de flautas que es “Baby Steps”.

Y en “The Layover” se compara con el gastro-show televisivo de Anthony Bourdain, “Parts Unknown”, que trataba de mostrar siempre el lado oculto de las comidas locales de distintas partes del mundo. Porque, al final, también de esto va “Maps” –y gran parte de las carreras de woods y Segal; este último ya lanzó en 2008 un trabajo conceptualizado en torno a la gastronomía, “Ken Can Cook”–: de fumar hierba cojonuda y buen kush, de disfrutar de un sencillo sibaritismo gastronómico y de deleitarse con Picasso, de ser “Mathise without the colours”. De dejarse mover por la curiosidad y no por la obligación, sea del tipo que sea. De las pequeñas cosas, como en una “FaceTime” que en su subtexto también invita a aprender a disfrutarse a uno mismo: “Piss in Mississippi, stopped in New Mexico / I ain’t seen my folks / And strangely I feel right at home on my own”, canta Samuel T. Herring en un registro lejano al que acostumbra a lucir con Future Islands.

A lo largo de este trayecto, woods demuestra sus mejores virtudes como rapero, basando la fuerza de su bolígrafo en la concatenación de pequeños relatos condensadas en un verso, dibujando historias panorámicas, corales, descentralizadas, pero también recurriendo a delirios en forma de sucintos collages, como hace en “Agriculture” sobre una ensoñadora y cambiante paleta cromática servida por Segal. De hecho tiene hasta un cierto ánimo viñetista, reflejado en esa portada que convierte el típico manual de pasajeros en formato cómic de los aviones en una especie de record guide. Segal captura esta fragmentación especialmente a partir de “Babylon Bus”, que pasa del boom-bap de aires jazzy a una deconstrucción sureña y se abre finalmente entre samples sinfónicos. También en esa “Year Zero” derrotista y con aura maldita que recuerda a unos Run The Jewels experimentales y por la que se pasa Danny Brown para echarse –y llega a hacerlo literalmente tras hacer una broma con las máquinas de Sandy del McDonald’s– unas risas. Pero sabe mantenerse todo el viaje en torno a un estándar jazzístico que marca el tono general, plegándose entre Los Ángeles y Nueva York y entre lo lumínico y lo brumoso, abriéndose siempre paso con determinación y pesadez.

En “Blue Smoke” la verborrea de woods fluye completamente desbocada del mismo modo que los beats de Segal se convierten en una furiosa algarabía de free jazz. El sintetizador y el barítono mantienen en “Hangman” una intimidante conversación. En “Bad Dreams Are Only Dreams” puede uno encontrar hasta paralelismos con King Krule. Y “NYC Tapwater” es una especie de carta de amor-odio deslocalizada a la ciudad de Nueva York. Abiertos juntos a la esperanza de un futuro prometedor y siempre al margen del sistema, billy woods y Kenny Segal han dejado su mejor disco. “I was high all day, I escaped”, dice el primero en una “Houdini” que no se llama así por nada y en la que cabe una referencia al gazpacho. No hay duda de que esta dupla maneja los gustos simples pero refinados. ∎

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