Reedición

Brian Wilson And Van Dyke Parks

Orange Crate ArtRhino-Warner, 2008
Hay cosas que están muy ricas combinadas con otras, pero que en solitario atragantan. En mi caso: el pepino, si uno no lo sumerge en gin tonic. O Van Dyke Parks, si uno le arranca la parte Wilson. Aunque en estos días que corren es casi herético dudar del binomio Parks-Wilson, lo cierto es que su pop sobreazucarado y californiano no es para todos los gustos. Van Dyke Parks era un genio, y también un señor con una visión grandiosa, imposible de vallar dentro del término “rock”. Cierto. Solo digo que sus arreglos orquestales de cien arpas al galope hacen que Phil Spector parezca un punk DIY. Solo comento que esa perspectiva emocional del mundo, mezcla de Tom Sawyer, Judy Garland y Mickey Mouse, puede resultar empalagosa.

“Orange Crate Art” (1995) es un disco de inocencia tan exagerada, de optimismo californiano tan despreocupado y naíf, que puede resultar irritante. Sin Wilson componiendo –aquí únicamente aporta la voz–, Parks corría el peligro de perder el ancla; si le daba por ser Irving Berlin no pasaba nada, pero también podía optar por un aire de world music pastiche, como en “Discover America” (1972), un álbum dedicado al calipso que no puedo soportar. Por fortuna, “Orange Crate Art”, que es melódico y está lleno de armonías y orquestado por un millón de violines, es a la vez muy pop. Su aire de compositor clásico se manifiesta de manera brillante en San Francisco” y “Lullaby” (de George Gershwin), aunque a la vez hay superpop meloso –“Sail Away”, la épica “My Hobo Heart”, “My Jeanine” y la que titula el álbum, canción que, por cierto, está dedicada a las acuarelas que decoran las cajas de naranjas–. Esto es piruleta pop antes del piruleta pop, solo que orquestado en Hollywood por un ser superior y coreado por ángeles. Tened cuidado los alérgicos a lo dulce. ∎

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