Álbum

Cass McCombs

HeartmindAnti-[PIAS] Ibero América, 2022

Hay una estirpe de cantautores anglosajones que en las dos últimas décadas han venido a definir un tiempo rico y polivalente, que bebe en fuentes clásicas y a la vez es indudablemente contemporáneo. Y que aporta serenidad y seguridad en tiempos inciertos: no hay disco malo, ni flojo, ni pérdida de rumbo, tampoco grandes virajes, en las carreras de James Yorkston, Ron Sexsmith, Adrian Crowley, Josh Rouse, Iron & Wine o Cass McCombs. Cada uno tiene su mundo, pero todos brillantes y reconfortantes.

Y ahí está Cass McCombs. Lleva ya una decena de álbumes y permanece la facilidad para hacer canciones soberbias, para encontrar un sentido entre ellas aunque sean bastante diferentes, para investigar pequeños caminos de revitalización de una intuición básica que no tiene por qué cambiar. Lo ha vuelto a conseguir: “Heartmind”, con cabeza y corazón, trae una nueva luminosidad para curar heridas e incertidumbres que tampoco se ocultan. Un poco como esa vieja barca de la portada que parece estar hundiéndose en la orilla de un río, pero unos destellos de luz del sol, quizá recién amanecido, brindan nuevas esperanzas. Siempre ha sido enigmático y cambiante en los estados de ánimo de sus canciones, plácido y arisco, eufórico y derrotado.

Este álbum arrastra las huellas de tiempos de pandemia y de la pérdida de amigos músicos, que han muerto en los últimos años aún jóvenes: está dedicado a Chet JR White, Neal Casal y Sam Jayne, “sitiados pero no vencidos”. Guerreros con todas las metáforas que se quiera, soldados enfrentados a la vida como el de “Unproud Warrior”, con cita a la novela y el filme “La roja insignia del valor”, y reposo jazzístico y reflexivo sobre las decisiones que uno toma, incomprendidas por los demás, y la admiración por quien construye su propia casa, a su modo.

Pero antes de eso McCombs entra con tres canciones vibrantes, casi eufóricas, aunque vengan de estados de melancolía. “Music Is Blue” es el recuerdo de un amor a través de una declaración de amor a la música, construida con una guitarra rugiente y una melodía que elude las convenciones y se aventura en una secuencia tan extraña como adictiva. Karaoke es una deliciosa ración de pop soleado trotón y acariciante, con voces múltiples y slides sedosas, que recuerda mucho en la forma de cantar a Al Stewart de finales de los 70, y a Gerry Rafferty y, a través de ellos, al Ben Watt de la última etapa. Y “New Earth”, como la culminación de ese tramo en busca de la canción perfecta, define quizá la intención de todo el álbum: es el primer día después del último día en la Tierra, el renacer tras el cataclismo provocado, la necesidad de reverdecer, el comienzo de un día alegre tras otro muy malo.

Con esa seguridad en la constante renovación de su repertorio, Cass McCombs consigue que una repentina sorpresa como la cumbia que irrumpe en “Krakatau”, con inevitable recuerdo a los recientes Calexico, entre con total lógica y personalidad propia en la ecuación, porque el californiano siempre tiene una forma de decir, un estilo al adornar con pequeños detalles (desde sonidos de aves electrónicas a órganos y coros de folk-góspel moderno), que dan coherencia a todas las derivas, incluido el largo tema final que da título al álbum y que se adentra en improvisación de ambient-jazz exótico con trasfondo de guitarra deudora del echoplex de John Martyn. Ocho temas como ocho aventuras apasionantes, sin peligro de caer en la rutina, y con la sensación de estar alcanzando a menudo la canción redonda. ∎

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