Álbum

Chris Brokaw

Puritan12XU, 2021

Antes de entrar de lleno en el nuevo LP de Chris Brokaw, es preciso sacar a relucir su expediente laboral, donde resaltan dos momentos tremendamente explicativos de sus inquietudes musicales; a la postre, fuente de alimentación central de “Puritan” en lo que a dejes estilísticos se refiere. Por una parte, está Codeine, quizá el grupo que mejor define el término “slowcore”. La otra cúspide de su trayectoria es Come, maestros en estremecer al personal a través de las raciones más viscerales que nos proporcionó el rock underground de los años noventa.

“Puritan” quizá no llegue a los niveles codeínicos de “The White Birch” (1994) ni tampoco se pueda comparar a ninguno de los álbumes que publicó Come, pero sí resplandece como nutritivo eco de ambos grupos, aunque en su red de paralelismos también suma el recuerdo de avezados portavoces emocore como Seam y, cómo no, Sonic Youth, cuyo espectro se materializa sobremanera en cortes como “The Heart Of Human Trafficking” y “I Can’t Sleep”. No en vano, el propio Brokaw ha llegado a formar parte de la banda de Thurston Moore en solitario.

A partir de este eje central, “Puritan” crece con sutileza a través de un delicado surtido de variables: del toque de batería jazzy en “I’m The Only One For You” a la hipnosis inducida por la titular del álbum, así como también a la aterciopelada electricidad astral invocada en “The Night Has No Eyes”. Esta última es una versión de un tema de Karl Hendricks donde también resuena la voz quebrada de su antigua líder en Come, Thalia Zedek. Dicha colaboración se extiende a “The Bragging Rights”, el otro momento más plácido de todo el disco.

A pesar de estar ante un notable acto de autorreciclaje, las expectativas generadas en el arranque del álbum, con “Puritan”, nunca llegan a ser igualadas en el trayecto restante. Quizá también porque se trata de una de las canciones más redondas que Brokaw haya compuesta jamás, donde muestra su poder principal: jugar con el contraste entre las baquetas en slow motion y los bucles eléctricos endiablados, lo cual genera una estimulante atmósfera desincronizada que demuestra la vigencia de un tipo cuyos discos resuenan a una época concreta del indie rock (no nos engañemos, esto son puros años noventa), pero con el suficiente grado de inspiración como para no dejarnos llevar por la comparación instantánea con su juego de espejos. ∎

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