Me gustan Converge, pero este disco me desconcierta. Es porque su colaboración con Chelsea Wolfe se inclina hacia el lado de la cantante, casi como si ellos fueran el grupo invitado. Quizá el álbum tendría que haber sido firmado por ella. Digamos que el metal gótico termina ganando al hardcore.
Ya en el inicio, con la canción que da título al disco, se hace notar la ralentización de los tempos habituales del cuarteto bostoniano (aquí convertido en quinteto con el regreso de Stephen Brodsky, líder de Cave In que ya formó parte del grupo anteriormente). Dicho de otro modo: hay que esperar hasta el minuto 02:50 para reconocer a Converge.
Su imponente cabalgada, urgente y furiosa, llega por fin con el arranque de “Viscera Of Men”, segunda del lote, aunque pronto se desvanece de nuevo en busca de ambientes menos eléctricos. “Coil” comienza con un arpegio en lo que parece un dobro (ya sabes, una de esas guitarras de cuerpo metálico, como la de la portada del “Brothers In Arms” de Dire Straits), y después deambula durante su primera parte por ambientaciones oscuras para después, con arreglos de cuerda incluidos, dejar paso al metal melódico en detrimento del punk.
En “Flower Moon” Brodsky toma el micrófono, y la canción bien podría hacer formado parte del repertorio de los Cave In más progresivos. Jacob Bannon, cantante de Converge, recupera la voz protagonista en la siguiente, “Tongues Playing Dead”, y volvemos a reconocer a nuestros Converge.
La canción en la que mejor se han conjugado el estilo de Wolfe y el del grupo es sin duda “Lord Of Liars”, probablemente también el corte más recomendable. De igual modo, donde mejor se han entremezclado los estilos de Converge y Cave In (que, recordemos, para algo está aquí su vocalista) es en el que sigue: “Failure Forever”. Tiene la fuerza melódica de unos y el empuje visceral de los otros.
Quizá la composición más convencional del lote sea “Scorpion’s Sting”, una balada con solo de guitarra de blues incluido que yo nunca habría imaginado en el repertorio de Converge que, sin embargo, funciona a la perfección. Después, “Daimon” comienza dubitativa para luego estallar y regresar a la calma antes de terminar. “Crimson Stone” crece y crece desde su inicio hasta su final, casi siete minutos después. El cierre lo echa “Blood Dawn”, donde la voz de Chelsea Wolfe vuelve a brillar rodeada de coros masculinos, guitarras con efectos delay y trémolo y algo de percusión contenida.
El viaje que proponen Converge y Wolfe es tortuoso, exige plena atención por parte del oyente y puede resultar extenuante (la duración media de las canciones ronda los seis minutos). Cuesta entrar en él, y costará más a los fans del guitarrista Kurt Balou, porque no es lo que a priori se podría esperar de ellos. En este sentido, Converge se muestran generosos cediendo protagonismo y abandonando su zona de confort para buscar nuevas vías de expresión. Porque de esto trata el arte verdadero: de arriesgar y nunca quedarse parado en el mismo lugar durante demasiado tiempo. ∎