El cantante, compositor, productor y multinstrumentista Cosmo Sheldrake es una rara avis de la música y nunca mejor dicho, ya que las aves han tenido una importancia decisiva en su carrera. Y es que este músico, originario de Londres, tiene una curiosidad heredada de su familia. Le gusta coleccionar y tocar instrumentos, ya sea piano, banjo, dobro, mandolina, batería, acordeón, contrabajo, sousafono, trompeta, trombón… hasta unos 30. Además, desde pequeño ha estado expuesto a todo tipo de música; su madre, Jill Purce, es profesora de canto diatónico, estuvo cuatro años trabajando con Karlheinz Stockhausen y tiene una gran colección de grabaciones etnográficas. Su padre, Rupert Sheldrake, es un afamado bioquímico y parapsicólogo, y su hermano Merlin es un biólogo especializado en hongos y escritor, autor del fascinante “La red oculta de la vida” (GeoPlaneta, 2020).
Cosmo empezó a estudiar piano, luego se interesó por la música de Nueva Orleans y el minimalismo y desde siempre ha sido un entusiasta de las grabaciones de campo. Su primer álbum, “The Much Much How How And I” (2018) –mezclado y coproducido por Matthew Herbert–, ya muestra una acusada personalidad, con temas como “Linger Longer”, entre el vodevil y la música orquestal-coral; “Wriggle”, celebración pop y deconstrucción; “Solar Waltz”, intimista y panorámica a la vez; o un “Come Along” cuyas ínfulas neoclásicas van de la mano de delicadeza vocalese, mostrando ambición pero sin caer nunca en lo pretencioso.
Su siguiente álbum, “Wake Up Calls” (2020), recoge un trabajo de nueve años construido sobre grabaciones de pájaros y aves que figuran en las listas de especies amenazadas de Gran Bretaña. También incluye un sentido homenaje a Benjamin Britten, en forma de “Cuckoo Song”, que integra el canto de un cuco grabado sobre la tumba del insigne músico británico. La pasión de Sheldrake por los animales lo ha llevado a grabar el EP “Pelicans We” (2015), la banda sonora del documental “Galapagos” (2019) y “Wild Wet World” (2023), que, como su título indica, es un homenaje a los océanos y a las criaturas que en ellos habitan e incluye sonidos de ballenas, focas y otros animales marinos.
El nuevo y generoso disco de Sheldrake es un logrado compendio de todas sus facetas: música orquestal, intimismo deudor del folk, pop estrambótico, masas corales, pinceladas electrónicas y, por supuesto, grabaciones de campo, especialmente los trinos de sus queridas aves. En la música se puede rastrear las influencias de ilustres compatriotas como Robert Wyatt o Kevin Ayers y también las de José González, Arthur Russell, Peter Broderick o los Modern Nature de Jack Cooper.
La inicial “Gnort Or Gnortle” es una miniatura instrumental y experimental, preludio de “Stop The Music”, canción que resume lo mejor de su propuesta, con una melodía y voz solemne y a la vez melancólica, disfrazada con efectos especiales y detalles orquestales. La misma lasitud impregna su canto en “Marvellous Clouds”, entre arpegios de guitarra folk, cajas de ritmo, silencios y una cascada de arreglos de metal y cuerda. Las ganas de entrar en su mundo se incrementan con “I Did And I Don’t And I Do”, balanceándose en una especie de vals puntuado por trinos y un grave trombón.
En “Old Ocean” combina precisión melódica con extravagancia orquestal, la caricia de su voz con arreglos electro-acústicos inclasificables. En la maravillosa miniatura a capela de “The Feet Are The Link” da la alternativa a sus protegidas HOWL, un grupo coral femenino que ha editado en su sello Tardigrade dos recomendables EPs y que además tiene en su currículo colaboraciones con Bernard Butler o Josephine Foster. Repiten en el cierre, “Does The Swallow Dream Of Flying”, acariciando con sus delicadas armonías otro momento lleno de nonchalance.
La dualidad entre melódico y experimental la resume a la perfección “Shiny Is The View”, en la que colabora Bunty, nombre artístico de Kassia Zermon, adalid del avant-pop que con sus virguerías vocales eleva la pieza en diversas direcciones. La influencia de su hermano micólogo se trasluce en “Liquens”, logrando un raro equilibrio entre lirismo y psicodelia, mientras que la exuberancia de la naturaleza se cuela por una “Flora’s Pond” que permite imaginar a la perfección la rica flora y fauna de un estanque no contaminado. Dos últimas joyas a reseñar, que formaron parte del primer single, son “Interdimensional”, un dechado de swing con un festín vocal digno de ser representado en un musical del Old Vic londinense, un teatro que Sheldrake conoce muy bien. Y “I Stitched My Mind Back To My Body”, impulsada por unos potentes arreglos de metal de corte nuevaorleanés, orquestados para llevar la iniciativa y a la vez dejar lucir las filigranas vocales, en un todo voluntariamente saboteado por una producción que siempre huye de lo evidente para confirmar a Cosmo Sheldrake como un adorable excéntrico. ∎