Álbum

Crowded House

Gravity StairsLester-BMG, 2024

Si toca envejecer, que sea como ellos. Neil Finn cumplió 66 años el pasado 27 de mayo y no se le ha ocurrido mejor forma de celebrarlo que hacerlo al estilo de Paul Weller, de quien solo le separan dos días (el modfather cumplió tan redonda cifra el 25): con una sensacional manera de divisar el crepúsculo vital desde una placidez que se revela en un puñado de extraordinarias canciones, sin el menor atisbo de amargura o pesadumbre, si acaso una tenue melancolía que calienta como la brisa del mar. Las “escaleras de la gravedad” a las que alude el título son una metáfora de la conciencia de la propia mortalidad. Pero sin gimoteos. Más satisfechos del camino recorrido que atormentados pensando en el que aún queda por delante.

El octavo álbum de los neozelandeses llega en un momento propicio, con las apacibles tardes de verano dándole la mejor de las bienvenidas. Quisieron pulir una colección de canciones de propiedades oníricas y con textos más directos y lo que les ha salido es un trabajo más cohesionado que el anterior, Dreamers Are Waiting” (2021). Más intrincado pero también más brillante en conjunto, pese a no contar con ningún corte de la pegada instantánea de “Playing With Fire”, no digamos ya de cualquiera de esos hits de los ochenta y noventa que aún resuenan en las emisoras de oldies. No los necesitan para poder presumir de uno de los mejores discos de toda su carrera. Su atemporal resolución, frisando la que sería edad de jubilación para el común de los mortales, me recuerda mucho a aquella inesperada pirueta gestada por XTC en “Apple Venus Volume 1” (1999), cuando Andy Partridge y Colin Moulding estaban a punto de separar para siempre sus caminos. El mismo porte señorial, distinguido y ajeno a cualquier moda o expectativa. También tienen en común su filia compartida por The Beatles, que en este disco se evidencia de un modo demasiado obvio: una portada a lo “Revolver” (1966) que tampoco es que le haga precisamente toda la justicia a su contenido.

El único nexo que advierto con el presente –y de aquella manera– es “The Howl”, cuya acuosa cualidad conecta con cierta tradición kiwi pop de antaño y ahora tanto con Royel Otis como antes con Rolling Blackouts C.F. y demás jangle pop australiano de última generación. Claro, es la única que firma Liam Finn (41 años), uno de los hijos de Neil, en el quinteto que ahora completan su otro hermano, Elroy, el insigne Mitchell Froom y Nick Seymour. La elección de Steven Schram (Paul Kelly, San Cisco) a la producción se antoja acertada porque pocas veces han sonado Crowded House más minuciosamente artesanales. Desde el sigilo con el que comienza “Magic Piano”, con su exquisita melodía y sus hechuras de pop barroco, hasta esa absoluta maravilla que es “Night Song”, nocturno broche al piano con injertos de swing y cambios de ritmo que sintetizan la aventurada pulsión de estas once canciones. Entremedias, la radiante y esperanzada “Teenage Summer”, el pegadizo y refulgente estribillo de “Oh Hi”, la delicadeza oceánica y algo inquietante de “Black Water, White Circle”, el bienvenido dinamismo de la secuencia que forman “Blurry Grass” y “I Can’t Keep Up With You” o la delicia acústica que es “Thirsty”, moviéndose entre Neil Hannon y Elliott Smith. Armonías vocales de órdago, arreglos de ensueño y requiebros melódicos al alcance de un puñado de elegidos.

Si este disco lo facturan unos debutantes, los tenemos hasta en la sopa de aquí a enero próximo. Seguro. ∎

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