Hay cosas que no se aciertan a decir, o no apetece explicar, hasta que uno rebasa la mediana edad. Seguramente por eso el guitarrista de Mishima ha decidido publicar ahora el primer disco a su nombre, como si este apenas tuviera nada que ver con Sr. Canario, el proyecto personal bajo cuya marca publicó el álbum “Estado natural” (2017), y que ni siquiera consta mentado en la nota de prensa de este “Así de frágil es”. Lo que entonces era una amalgama de rock, funk, tenue psicodelia y algo de pulsión rítmica africanista, ahora se nos revela como un caleidoscópico muestrario de pop mutante al servicio de cavilaciones mucho más personales, que tienen que ver con esa recapitulación vital tan propia de quien ya acaricia los cincuenta. No es tanto una continuación como un reseteo. Pero lo mollar es que Dani Vega (Las Palmas, 1975) convierte su cuaderno epistolar en una caja de sorpresas que esquiva los riesgos del muermo confesional, en una aventura que admite senderos escasamente explorados, casi siempre afines a una magnética extrañeza: ocurre en “Por todo”, pop electrónico al ralentí (su inicio me recuerda a los Cabaret Pop de Diego Vasallo) que se cimbrea mecido por una mandolina hasta desembocar en un evocador desarrollo medio progresivo sin desbocar: exótico broche a una composición que, como ocurre también en el tema titular, con sus sintetizadores punzantes y sus cambios de ritmo, remite a Grizzly Bear. ¿Experimentación? Hasta cierto punto. Pero siempre sin perder de vista la canción. Con la contención que demanda el formato de tres minutos y pico por corte, aunque también las hay de menos.
Ese equilibrio entre la melodía adherente y la búsqueda de una sonoridad distintiva es también patente en la preciosa y taciturna “Algo ha ido mal. Inténtelo de nuevo”, combinando elegantes cuerdas sobre un mullido ritmo motorik (como el de los Portishead de “The Rip”), apuntalando la singular extrañeza de un trabajo exuberante que tiene mucho de minuciosa orfebrería en la producción: aquí el songwriting y el soundwriting se dan perfectamente la mano. También el ánimo de no desligarse del presente, porque “Untitled 42” luce una voz distorsionada (¿Auto-Tune?) para exorcizar sombras en torno a nuestras adicciones –por algo vivimos más sujetos a ellas que nunca– en un corte con cierto halo inquietantemente futurista cuya factura evoca, brote percutivo final mediante, la sonoridad del “Kid A” (2000) de Radiohead, del mismo modo en que es difícil no acordarse de The Smile en la sacudida rítmica de “Se acabó la fiesta (parte II)”.
Otros momentos son más fáciles de mapear: el pop electrónico levitante de “Flotando”, que perfila la ausencia de su padre en una tesitura formal cercana a los últimos Manel, o el onirismo serpenteante de “Nada”, otro estupendo balance entre continente y contenido. Aunque donde mejor se aprecia el decidido carácter íntimo de este diario, su búsqueda de la raíz pura, es en “Lanzarote, 1987”, audaz conversión de la canción de cuna canaria “A rrorró mi niño chico” en una letanía que empieza acústica y deviene eléctrica, con un deje arábigo que hace honor a su origen bereber. Hay buenas dosis de sabiduría, a todos los niveles, en esta media hora de música. ∎