Cuando los escaparates de las grandes ciudades europeas vuelven a llenarse, por enésima vez, de maniquíes andróginos, plataformas imposibles y plumas de colores, David Bowie renace enérgicamente con un nuevo álbum, “Black Tie White Noise”. Sí, el glam está otra vez de moda, y si no, que se lo pregunten a Brett Anderson –líder visible de Suede, un cuarteto tan interesante como sobrevalorado que ha recuperado el espíritu del 73–, que se fotografía y entrevista con su ídolo para la prensa musical británica. Pero la admiración parece mutua: “Suede es mi grupo favorito”, responde Bowie educadamente.
Y es que el héroe galáctico ha conseguido salir por fin del agujero negro en el que se encontraba atrapado desde “Never Let Me Down” (1987), su último disco en solitario, y ha parado, momentáneamente, de castigar a sus fans con otra entrega del inverosímil y falso proyecto que es Tin Machine.
Para “Black Tie White Noise”, Bowie ha vuelto a rodearse de sofisticados estilistas –Nick Knight, fotógrafo de la revista ‘I-D’–, viejas glorias y excelentes músicos. Mick Ronson, todo un símbolo del glam, distorsiona la guitarra con personalidad, y a pesar de su enfermedad –cáncer–, parece encontrarse en plena forma, mientras que Lester Bowie –cuya aparición resulta casi irónica– demuestra su maestría con la trompeta. Nile Rodgers, que ya había colaborado en “Let’s Dance” (1983), realiza una producción innovadora, sólida y brillante, donde el saxofón se convierte en el instrumento estrella y los ritmos adquieren formas casi siderales.
Todo este virtuosismo técnico encaja perfectamente con el desbordante talento de un Bowie que atraviesa uno de sus mejores momentos. Los resultados, en consecuencia, son ejemplares. El vídeo de “Jump They Say” –una fascinante mezcla de la estética centroeuropea de los sixties con un sobrio futurismo en el que nuestro protagonista gesticula agresivamente– es memorable. En “Black Tie White Noise” (gran estribillo), “Nite Flights” (de los Walker Brothers) o “Don’t Let Me Down & Down” (seguramente la pieza más lograda del álbum) Bowie canta como quiere. “I Know It’s Gonna Happen Someday”, de Morrissey, es impresionante. “Pallas Athena”, un instrumental cercano al house, frenético. Y “The Wedding Song” parece haber salido de la banda sonora de un cuento de hadas. Los restantes temas confirman a un Bowie pletórico, vivo, con ganas de afrontar los 90, que acaba de publicar, sin duda, su mejor álbum desde el lejano “Scary Monsters” (1980). ∎