Álbum

Deerhoof

Noble And Godlike In RuinJoyful Noise, 2025

Noble And Godlike In Ruin se presenta como una obra de arte político no tanto por consignas explícitas o eslóganes, sino por la forma en que canaliza el caos y las contradicciones del presente a través del sonido. En este, Deerhoof expresa su visión sobre el estado del mundo: ruido caótico en tiempos convulsos. La banda de San Francisco acaba de entrar en su cuarta década de trayectoria y, más que cuentacuentos, ahora pueden ser considerados cronistas de una visión de siglo global y, por lo que presentan, no demasiado positiva. “Noble And Godlike In Ruin” es su disco número 20, y no tiene ese gusto amargo de un artista longevo que vive de su recuerdo, pero tampoco de esa sorpresa que llega en vísperas del final de una carrera discográfica.

Deerhoof son los primos ruidosos de los taiwaneses Elephant Gym y los gemelos malignos de Black Country, New Road. También evocan a alguna superbanda nipona, como a los orquestales yumbo (en una versión más rock) y, por supuesto, a las cabecillas del math rock oriental tricot. A lo largo del disco, el cuartero despliega su ya habitual versatilidad estilística, pero mucho más desordenada: un verdadero ejercicio de camuflaje musical que transita entre estallidos de ruido, pasajes melódicos inusitados y riffs desquiciados que parecen sacados de un futuro que aún no existe. “Overrated Species Anyhow” abre el disco con una primera estrofa en la que Matsuzaki extiende su amor a los “salvajes”, los “alienígenas” y los “animales”; aquellos que, aunque despreciados o temidos por la sociedad, son la razón de su existencia y la fuente de su creatividad, reforzando una conexión personal (“love to all”) con aquellos que viven al margen. Esta tensión entre lo abrupto y lo bello se hace explícita en “Kingtoe”, condensando el pensamiento sobre ser un excluido social ante un futuro incierto pero, ante todo, tecnológico.

En “Ha, Ha Ha Ha, Haaa” indagan aún más en su conexión con los monstruos: la vocalista añade que ella y Pinocho “comparten la misma historia; en la actualidad, ambos somos comedia”. También que “un científico me dio a luz para, más tarde, abandonarme”, guiñándole el ojo al Frankenstein de Mary Shelley, pero también apuntando a una crítica más amplia sobre la alienación y el rechazo social. La historia de Deerhof se escribe en los márgenes y ficciona sobre todos los seres vivos que no cumplen el rol protagonista, atrapados entre la necesidad de aceptación y la condena eterna. Menos metafórica es “Immigrant Songs”, que cierra el trabajo. En ella, Matsuzaki canta sobre “el conductor de los invitados de tu fiesta”, “el panadero de los dulces de tu fiesta”“los que cantan las canciones de tu fiesta”. La cantante, que nació en Japón, habla sobre cómo se siente ser un inmigrante en la América de Trump, admitiendo que no cantará canciones de amor “nunca más” (hay cosas más importantes). Si bien Deerhoof nunca ha sido un proyecto demasiado romántico, la confrontación entre el ruido casi aleatorio de lo instrumental (para ejemplo, los tres minutos apocalípticos del final de este trabajo) y la voz infantil de su cantante ha podido jugarles una mala pasada en la que a su poesía se le ha restado seriedad. Pese a ello, las consignas de la banda son una proclama directa pero elegante: no gritan, aunque tampoco callan. Por ello, el math rock es la vía más directa en la que Matsuzaki expresa el contraste multicultural y su estatus de forastera en un país que (cada día más) quiere dejarla fuera. Los muros de sonido no son solo una cuestión de forma, sino la gramática sonora de los marginados de la sociedad. ∎

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